Aspectos Conceptuales » Educación ambiental - Construcción desde el DestierroÚltima actualización: 15/06/2009
FORO TBILISI + 31
Visiones Iberoamericanas de la EA en México
ANEA. COMPLEXUS. CECADESU. UNIVERSIDAD DE GUANAJATO, MÉXICO.
Guanajuato. Septiembre de 2008
EDUCACIÓN AMBIENTAL: CONSTRUCCIÓN DESDE EL DESTIERRO.Prof. Carlos Galano
Universidad Nacional de Rosario.
Escuela de Educación y Formación Ambiental “Chico Mendes”, Rosario. Argentina.
Tbilisi, Amanecer Ambiental
La Conferencia Intergubernamental sobre Educación Ambiental, organizada por la UNESCO, en cooperación con el PNUMA, en Tbilisi, Georgia, en el otoño-primavera de 1977, confirma el impulso y la preocupación sobre la problemática ambiental, inaugurada con la celebración de la Conferencia de la ONU sobre Medio Humano en Estocolmo y la difusión del Informe del Club de Roma sobre los Límites del Crecimiento. Ambos acontecimientos referenciales, ocurridos en 1972, fueron el emergente de una preocupación instalada en la época, particularmente en los oasis contraculturales de la década de los 60, abriéndose desde Tbilisi cauces impensados para la educación y la ciencia en aras de otra concepción del desarrollo y del mundo, desde las tierras promisorias de la Educación Ambiental.
La Declaración de Tbilisi sostiene que la Educación Ambiental “debería preparar al individuo mediante la comprensión de los principales problemas del mundo contemporáneo, proporcionándole conocimientos técnicos y las cualidades necesarias para desempeñar una función productiva con miras a mejorar la vida y proteger el medio ambiente, prestando la debida atención a los valores éticos. Al adoptar un enfoque global, enraizado en una amplia base interdisciplinaria, la educación ambiental crea de nuevo una perspectiva general dentro de la cual se reconoce la existencia de una profunda interdependencia entre el medio natural y el medio artificial”.
Los postulados de Tbilisi sembraron principios consulares para el nuevo paisaje educativo y redefinieron, desde otras orillas del conocimiento, “una nueva visión de la economía, de la sociedad y del ser humano”. Frente a la lógica de la separatividad y a una economía especializada en el dominio y el beneficio, las recomendaciones de Tbilisi focalizan la mirada en el sentido ético y equitativo de los procesos productivos, respetuosos del ambiente, comprendiendo la complejidad del mundo y del conocimiento, obligando, estimulando un radical cambio de percepción y una poderosa transformación de los sistemas educativos vigentes, todavía configurados de espaldas a la sustentabilidad ambiental y fragmentados en irreconciliables feudos disciplinares.
Las gramáticas ambientales de Tbilisi se redespliegan por todos los rumbos pedagógicos, germinando en ricos espacios educativos fortaleciendo el debate y la construcción de un currículum ambientalizado. En Latinoamérica y, especialmente aquí, en México, al conjuro de Congresos, Seminarios, Posgrados, Maestrías y Publicaciones, entre otros aportes convergentes para la ambientalización del currículo, lenta e irrefrenablemente el campo de la Educación Ambiental aquilató una perspectiva refundacional de la educación, reimaginando otros sentidos para la ciencia, la tecnología y el desarrollo y potenciando fértiles mestizajes provenientes de las fronteras del diálogo intercultural y la Educación Popular.
El propio Foro Tbilisi + 31 propone:
Analizar si la EA se ha insertado en los diversos sectores, sean académicos, gubernamentales y sociales, es decir, si en 31 años ha logrado ser parte de la “adiposidad” institucional o es sólo una “cápsula extirpable” sin mayor inserción orgánica.
Evaluar y hacer un balance crítico sobre los planteamientos contenidos en la Conferencia de Tbilisi con respecto a las estrategias propicias para que la EA lograra una inserción definitiva en los sectores educativo, gubernamental y social.
Reflexionar sobre las estrategias seguidas en cada sector mencionado para la inserción de la EA, en los últimos 31 años.
Los Principios de Tiblisi en los Barros de la Globalización
Las últimas décadas del siglo XX y estos primeros peldaños del siglo XXI han relatado los acontecimientos de un vertiginoso cambio en la escena mundial. La atmósfera epocal se conmueve hasta los cimientos por una crisis de tonos paradojales. Ha crecido la conciencia sobre la conmoción de un tiempo caracterizado por la sensación del fin y, simultáneamente, se han acelerado los procesos que conducen hacia el abismo. El campo de la educación vivió en estas décadas el fárrago de vientos de cambios. Teorías de todas las estirpes anclaron en su cuerpo, pero nunca como ahora las escrituras educativas se refieren “a cosas que ya no son y con palabras ya no dicen que son”, como dice Kafka.
Aún anida en la árida planicie de los sistemas educativos consagrados en la Modernidad Insustentable, la visión mecanicista de las ciencias, pensamiento científico ahora sofisticadamente tecnologizado, edificado en torno a los supuestos de un mundo inanimado, para que la ciencia y su método puedan, como dice Bunge, “amansar y remodelar a la naturaleza sometiéndola a sus propias necesidades”.
Todavía las matrices educativas de nuestros países, luego del disciplinamiento mercadizado al que fueron sometidos en los 90, a pesar de encarar reformas con sentido social, siguen exhibiendo las marcas obscenas de la desigualdad, engendradas por el huevo de la serpiente del Consenso de Washington. Más allá de los virajes sobre cambios en la estructura del sistema y de ciertos parches curriculares, la naturaleza de la educación continúa megaordenada por la lógica del fragmento, especializado, en su versión tecnologizada, en producir un vacío ontológico orientado inescrupulosamente a silenciar la vida.
Desde la Conferencia de Tbilisi en 1977 hasta ahora se derrumbaron algunos muros, pero se edificaron otras murallas, algunas materiales y otras, no pocas, simbólicas, tanto aquí, en América como en Europa. El desencanto de la cultura contemporánea, fraguado en la esquizofrenia de la hipertecnologización de la cultura y la economización de la vida tejieron, a caballo del cambio de milenio, con lenguajes fantasmagóricos, la endeble retórica del olvido de lo posible.
La crisis contemporánea fondea en el puerto desmesurado de la promiscuidad tecnocientífica, alentando una voracidad socioeconómica y política infinita que, en el último tercio del siglo XX, declina, comandada por la oscura razón modernizante, al rediseño del mundo global. Se aceleró vertiginosamente la concentración del poder y la riqueza. Según el PNUD, hacia el 2.000, las 225 personas más ricas de la tierra acumulaban una riqueza mayor que las poseídas por 2.500 millones de seres, tendencia que sigue en aumento. Esa desigualdad excluyente, incluye un fenómeno de centrifugación descomunal por donde se evaporan la biodiversidad natural, la diversidad cultural y se desvanece el sentido de la vida y la justicia, ante el altar erigido con el fango contaminado del Neoliberalismo.
La Historia de la Educación Ambiental, el desarrollo de sus múltiples vertientes pedagógicas y políticas, tamizados por un espíritu crítico y creativo que dinamizaron su referencialidad, se materializa en el mismo movimiento histórico en el que la antigua racionalidad economicista e instrumental, ahora actualizada, como afirma el teólogo Hinkemmelart, como un inédito fundamen-talismo de religión de mercado…, se desborda en los remolinos sin morada de una “ética sin sustentabilidad ni complejidad, lo que hizo visible las amenazas globales que hoy penden sobre nosotros, y que se encuentran estrechamente vinculadas con el desarrollo y la aplicación de nuevas tecnologías, según un criterio de costo-beneficio totalizado. El fundamentalismo neoliberal de mercado no llamó a la cautela, sino al extremismo más radical. Eso explica el hecho de que después de que aparecieron estas amenazas globales, se haya intensificado, con los ojos abiertos, el proceso destructivo derivado de la aplicación indiscriminada del propio desarrollo tecnológico. El fundamentalismo neoliberal se hace fundamentalismo de talibanes en la religión del mito del crecimiento infinito”.
Recuperar los principios establecidos en Tbilisi, fundados en la afluentes ambientalizados que recorren las venas abiertas de Latinoamérica y convergen para fecundar los diálogos interculturales, en los bordes donde se mestizan saberes latinoamericanos, es reinstalar la esperanza asediada por el totalitarismo de la concepción hegemónica, que contiene el germen del “miedo que ha perdido la esperanza”. La globalización ha territorializado al mundo y a la educación con la estrategia tecnocientífica optimista de la “Modernidad Insustentable”. Algunos denominan a esta época como Sociedad del Conocimiento, etapa que estaría en condiciones de satisfacer las demandas sociales con el aumento del productivismo y la domesticación tecnológica de la naturaleza convertida, finalmente, para hacer honor a su fraseología utilitarista, en mera canasta de recursos. Sin embargo una atenta mirada sobre todos los barrios del tercer planetita de un solcito de arrabales, permite visualizar que el molde inefable del Proyecto Moderno, en cualquiera de sus versiones, y de todos sus artefactos culturales, sigue erosionándose implacablemente por las veredas de la crisis ambiental.
Guanajuato repiensa Tbilisi
Aquí, en Guanajuato, en el Foro Tbilisi + 31, cobijados por el desafío asumido por los organismos convocantes, se irá labrando la tierra fecunda de las búsquedas. Convergen, sobre estas raíces mexicanas regadas con tanta conciencia ambiental, las propuestas de Educación Ambiental para el Desarrollo Sustentable que sostenemos desde la década del 90 en formato de Posgrado, y de otros espacios fecundos, puestos en marcha recientemente, como el del Centro de Saberes y Cuidados Socioambientales de la Cuenca del Plata, integrado por organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, entre ellas las universidades de los cinco países de la región, así como las articulaciones originadas en la Escuela de Educación y Formación Ambiental Chico Mendes, desde el Pensamiento Ambiental Latinoamericano, con diversos ámbitos académicos de la región.
Desde nuestra perspectiva se torna imperioso abrir las compuertas totalitarias del pensamiento único, reducto ensimismado de lo igual, cuyos lenguajes desmembrados condenaron al destierro a las diversidades ontológicas y epistemológicas. Desamarrar la seducción que la Racionalidad Instrumental ejerció sobre el pensamiento, lanzando al viento sin alma palabras oscuras, escenificando, desde la infatuada insularización del conocimiento, el esquema de dominio sobre naturaleza enjaulada con barrotes de productivismo eficiente, donde el sujeto desujetizado, apenas una sombra solitaria reflejada en los suelos del Progreso.
El desguace de la identidad plural de nuestro suelo, nació en la bárbara demencia del pensamiento único y unidimensional, cuyos relatos simplificadores fueron conduciendo a la región por el camino inexorable de la perdida de biodiversidad. Latinoamérica y el Caribe poseen 178 ecoregiones con una extensión de 29,08 millones de kilómetros cuadrados, que albergan a más del 40% de la biodiversidad natural del planeta y que ve sometido el 30 % de su territorio a descomunales procesos erosivos por la extracción intensiva de nutriente, contaminación agroquímica, pérdida de estructura y fuertes procesos de salinización. Con un proceso de desertificación que afecta a 300 millones de hectáreas con costos humanos, ambientales y económicos inimaginables, como sostiene el investigador y docente de nuestro Posgrado Dr. Walter Pengue.
El juego de espejos entre lo que pudo haber sido y la crisis ambiental, aún neblinosa pero amanecida, genera un contraste de infinitos desolados donde se tornan más prosaicas las promesas incumplidas del Progreso Fáustico Moderno. Ahora estalla como una sinfonía inconclusa la Metafísica de la Ilustración y su correlato latinoamericano de Desarrollismo sin inclusión y provocando un aniquilamiento irreparable a los patrimonios culturales y naturales. Se evapora el centenario mandato explicitado por Francis Bacon cuando escribiera “la naturaleza debe ser acosada en sus vagabundeos, sometida y obligada a servir, esclavizada, reprimida con fuerza, torturada hasta arrancarle sus secretos”. Se desnuda, también, el enfoque despolitizador del proyecto de la racionalidad moderna y su concepción totalitaria. Justamente fue Francis Bacon quien desterró de la racionalidad moderna a la antigua Poiesis ya devenida en poesía, y la expulsó al territorio de las “Fantasías”. Las palabras comienzan a recorrer un camino sembrado por los sinsentidos de su vaciamiento. René Tatón, citado por E. Bertelotti, afirma “Desde Bacon y autores posteriores, puede seguirse paso a paso esta asombrosa marcha que acabará por invertir el sentido de las palabras clave de toda epistemología”.
A pesar de los mandatos irresistibles de la economía clásica y sus relaciones de producción, la crisis ambiental, como crisis epocal, narra sin eufemismos el estado de la anomia economicista. La obstinada negación del productivismo desbocado sobre su responsabilidad depredadora, en lugar de ocultar el problema lo desborda, fatalmente, hacia estrategias quiméricas más eficientes, con las que aumenta la explotación del trabajo y el extractivismo, histórica encerrona disolvente con destino de entropía.
El “movimiento campesino, el movimiento indígena, la participación activa de ONGs. múltiples actores sociales, algunos de ellos incrustados en los pliegues de la Academia, conforman el correlato de conciencia ambiental y política en camino inexorable. Anida en esta participación territorializada por toda la región, la esperanza infatigable, de construir alternativas opuestas a la Racionalidad Instrumental. Se sostiene, tal como percibimos en las luchas ambientales de nuestros lares, que la relación entre la economía y la naturaleza debe librarse de los vahos cortoplacistas del economicismo y comenzar a explorar el potencial productivo de la naturaleza en íntima correlación con la creatividad de las culturas.
Las propuestas de Tbilisi, inscriptas en las trazas inaugurales del 72 y de la Carta de Belgrado, forjaron con el correr del tiempo los cauces propicios para la Educación y Formación Ambiental en Latinoamérica. Todas estas recomendaciones se fortalecieron con las fértiles contribuciones imaginadas en 1992 en la Eco 92 de Río de Janeiro y coaguladas para la acción y la formación social ambiental en la Agenda 21, por el Congreso Mundial de Educación y Comunicación celebrado en Toronto y por el 1er. Congreso Iberoamericano de Educación Ambiental, reunido en Guadalajara, el 2ª celebrado también en México, y luego prosiguiendo una fecunda historia para le Educación Ambiental por Venezuela, Cuba y Brasil y que tendrá su continuidad durante 2009 en Argentina.
El magma propiciatorio conjugado en la última década por diversos faros institucionales y corrientes pedagógicos, la Educación Popular especialmente, sumado a otros procesos ocurridos en todos los terruños de la región, convergió sobre las estructuras educativas y jurídicas, abriendo sus mapas identitarios a la resonancia de lenguajes ambientalizados. Esa onda expansiva repercutió en nuestros paisajes educativos con transformaciones incorporadas a los marcos legales, legitimando la preocupación ambiental como un cauce natural donde conviven y accionan el conocimiento y la sociedad.
Leyes de Educación Ambiental, Reformas Constitucionales durante los últimos años fueron inscribiendo en nuestras Cartas Magnas, nacionales o provinciales, en los sistemas jurídicos y en la parafernalia administrativa, el trazo ambiental y la sustentabilidad como principios rectores. En este momento en la Provincia de Entre Ríos, en mi país, se está redactando el nuevo marco jurídico estatal, donde en el texto constitucional adquirirán rango constituyente la Educación Ambiental, el Ordenamiento Territorial en orden a la Sustentabilidad, el derecho a la Información Ambiental, entre otros sugerentes aportes.
Debe destacarse la rica y fecunda historia de luchas ambientales desplegada en todo el territorio entrerriano. Luego de una prolongada movilización social, en particular de los educadores, la legislatura provincial, hace pocos años, sancionó la Ley declarando a Entre Ríos territorio libre de represas, en oposición a la construcción de la Megarepresa del Paraná Medio, monumental megaemprendimiento que iba a producir 3.500 megavatios de energía eléctrica con una inversión descomunal, pero iba a arrasar, en estricto sentido natural y cultural, uno de los humedales más importante del planeta. Esta ley antirepresas es el primer instrumento jurídico sancionado en América Latina sobre el particular.
También en esa provincia, otras luchas ambientales, como la oposición a la construcción de pasteras en las riberas del Río Uruguay, promovieron una tenaz oposición ciudadana, aún vigente en plenitud, generando un conflicto internacional todavía no resuelto. En Entre Ríos se localizaron dos subsedes del Posgrado de Educación Ambiental para el Desarrollo Sustentable, una en Paraná, su capital y otra en Victoria ciudad del sur sobre el Delta del Paraná. Asimismo en varias otras ciudades de esa jurisdicción dictamos cursos de posgrados desde la impronta del Pensamiento Ambiental Latinoamericano, cursados por centenares de docentes, protagonistas y constructores de un espacio vital para la formación ambiental docente, para la investigación popular ambiental y para la participación fundada en la Ecología Política.
Esta fugaz reflexión sobre el crecimiento de la conciencia ambiental en nuestro países y en el mío particularmente, y de la consolidación de Proyectos de Educación Ambiental en formato de Doctorados, Maestrías y Posgrados en la urdimbre de nuestras Universidades y de Reformas Curriculares Ambientalizadas en el Sistema Formal, así como en los ámbitos No Formales, se enfrenta a una realidad penumbrosa:
- Nunca antes la especie humana ha corrido el riesgo de la extinción como ahora, tal como escribe GEO 2000, manifestando que de no mediar un cambio radical lo que llega es el No Futuro;
- Nunca antes como ahora la concepción de conocimiento dominante ha producido con su instrumentación tecnológica productiva tanto arrasamiento de la naturaleza;
- Nunca antes como ahora la transgenización de la vida ha desarrollado un modelo tecnológico productivo brutal colocando en riesgo la salud, la soberanía alimentaria y los propios sentidos existenciales;
- Nunca antes como ahora la pobreza, que fuera uno de los objetivos fundamentales a erradicar según la racionalidad devenida del Iluminismo, ha aumentado de manera obscena, simultáneamente al fantasma definitivo del desempleo, arrojando a la miseria y exclusión desbocada a miles de millones de seres;
- Nunca antes como ahora el imperio del individualismo posesivo ha producido tanto desencanto y desolación, especialmente en las ciudades, verdaderos “híbridos innombrables”, hiperespecialistas, como dice Jesús Ibáñez, en la producción de “mierda en estado de pureza absoluta”, donde el crecimiento del miedo y la ignorancia del otro, codifican el mapeamiento de la disolución política y el desconocimiento del rostro del prójimo, como dice Virilio, en “beneficio de una especie de espectralidad de lo lejano”. Nada más representativo de esta inmensa soledad contemporánea que la escena final de Babel, película del extraordinario director mexicano Alejandro González Iñarritu.
- Nunca antes como ahora el teatro del mundo, prisionero de cavilaciones sin añoranzas, se ha desbarrancado en la penumbra desterritorializada del capital virtualizado, extraviándose en el laberinto de la inmediatez, para hundir en la muda aflicción a los lenguajes locales;
- Nunca antes como ahora la necesidad de una bifurcación histórica se radicaliza como cambio cultural, la encrucijada de la crisis ambiental se abre hacia territorios inéditos, cuya exploración deberemos hacer a contracorriente del discurso único, abandonando el desierto en que nos sojuzgó la razón pragmática, para que sus desterrados y silenciados recuperen la voz y resemanticen al mundo desde la sacralidad de la vida.
En ese contexto, en el Posgrado de Especialización en Educación Ambiental para la Sustentabilidad que dictamos desde 1999 con sedes desplegándose en todas las regiones del país; en el Centro de Saberes y Cuidados Socioambientales de la Cuenca del Plata con asiento en la triple frontera y también en la Escuela de Educación y Formación Ambiental Chico Mendes, desde Rosario, en Argentina, con su propuesta de Ambientalizar la Vida, se convierten en promontorios del Saber Ambiental fortalecidos con los mensajes que anuncia la propia crisis epocal. A sabiendas que navegamos por las turbulencias del naufragio de lo consabido conviviendo con desasosiegos trasegados, nos obstinamos en agrietar las compuertas de las megarepresas de la Epistemología Mecanicista para que los desterrados por la ficción de sus abstracciones universales, levantándose desde los escombros del mundo economizado, cronometrado por las agujas del corto plazo, confirmándose eternamente en las liturgias autocelebratorias del pantano matematizado del Paradigma vigente, se resitúen en los territorios del real complejo, para que las cosas puedan ser imaginadas desde el diálogo de saberes y pueda ejercitarse la audacia interpelante sobre el conocimiento y el poder.
Tbilisi ha recomendado que los valores éticos deben orientar la producción y el manejo con equidad social de los recursos naturales, así como que la Educación Ambiental deberá reorientar los aprendizajes desde las articulaciones interdisciplinarias, para comprender las relaciones complejas e interdependientes de los mundos físicos, biológicos y cultural simbólico. En los umbrales del siglo XXI los desafíos planteados por estas recomendaciones parecieran estar archivados en la intemperie, vagando desguarnecidos por los socavones oscuros de la hiperespecialización disciplinar.
Guanajuato nos inquieta con una interpelación perturbadora, descubrir aquellas facetas incumplidas y reflexionar críticamente sobre la recuperación potenciada de la herencia de Tbilisi. Para estar en condiciones de alimentarnos con esa preocupación, y como aproximación a la interrogación crítica para que la morada del saber sea revisitada por tantas ausencias, no debemos olvidar que la razón utilitaria, en su desmemoriado peregrinaje por las catedrales ofrendadas al culto del corto plazo, sembró de pérdidas la conciencia del sujeto, restándole al pensamiento científico la riqueza del arte, de la pasión y de los sueños, entre otras tantas castraciones, por no adaptarse nada de ello al verbo conjugado por la desmesura del beneficio perentorio y concentrado
La semiótica de la separatividad, nacida en los pasos filosóficos iniciales de occidente, con escrituras griegas platónicas aristotélicas, posteriormente recontextualizada por la dinámica arrasadora de la Razón Economicista, se convierte en el núcleo duro que origina una sólida alianza entre el iluminismo político y económico, que al bañarse en las costas de física newtoniana inaugura el recorrido que concluye en las tierras amargas del positivismo.
Desde centurias el mundo ha sido abordado por estrategias insularizadas, hasta llegar en pleno corazón del siglo XX al reinado imperial de los discursos economicistas. La cuantificación de la palabra condujo a la crematística pedagógica. Los lenguajes desolados del crecimiento económico y sus artefactos estadísticos fatalmente convergieron sobre las penumbras polvorientas del programa extractivista, silenciando a la diversidad de la naturaleza y opacando la turgencia intercultural de los pueblos.
El alba del siglo XXI alumbra en nuestro suelo, el desconsuelo del discurso unidimensional, estremeciéndose por la fuga mortuoria de la biodiversidad, extrañada por los monoteísmos productivos. Monoproducción genética por aquí, para geografiar un inmenso “Latifundio Genético” desde la Pampa Gringa en Argentina, hasta el corazón de Brasil, en Goiania. Monoproducción forestal por allá, para alentar la instalación de pasteras y celulosas por distintos lares. Monoproducción minera por acullá, agrietando la panza de la tierra con el fin de poder extraer metales y energía e intentar calmar la angurria entrópica del Neobarbarismo Cultural. Se condena al destierro a millones de Refugiados Ambientales en nombre del imperativo categórico que desconectó al hombre del ecosistema. Y luego, a ese ser desterrado, se le caza y redestierra en defensa de valores etnocentrados.
La Educación Ambiental alumbrada en los paisajes del Pensamiento Ambiental Latinoamericano, tal como la formulamos en el Centro de Saberes de la Cuenca del Plata y desde la cátedra colectiva de Salud Socioambiental en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Rosario, convoca a una “desobediencia vital”, como dice el médico colombiano Julio Payán, para romper la trampa de la ortodoxia dualista y adentrarse en el territorio de las rupturas, donde cohabitan la complejidad y la incertidumbre y se pasean la diversidad, la diferencia, la creatividad y la dinámica encarnada en redes de relaciones.
Abrigados por la manta conceptual enunciada, hemos desenrollado el tapiz estratégico de la pedagogía ambiental para desocultar los rastros del lenguaje colonizador y sus estadísticas simuladoras. Pregonadas como decía Weber, por “especialistas sin emoción y de disfrutadores sin corazón, como signo del hombre moderno”.
Para que los desterrados por el neutralismo axiológico y epistemológico del Paradigma Hegemónico comiencen el regreso, se deberá avanzar en la construcción de la sustentabilidad desde las orillas de la Ecología Política, como una incontenible contracorriente política. Así como el Saber Ambiental en la Educación Ambiental, estatuye su naturaleza desde el diálogo de Saberes y la interdisciplinariedad, la Ecología Política alcanza su pedagogía movilizadora en el entrecruzamiento de múltiples movimientos sociales y culturales pregonando la Reapropiación Social de la Naturaleza y la Justicia Ambiental.
Las luchas ambientales claman por una nueva política desde la ecología y reconocen en la educación el rescoldo feraz para avanzar en otra dirección. Serán las luchas ambientales las parteras que alumbren la vida del conocimiento orientándola a la coexistencia de la Educación Ambiental, la Ecología Política y la Economía Ecológica. A medida que aumenta el conflicto ambiental en la región, crecen simultáneamente la conciencia ambiental y la demanda social forzando a transgredir las fronteras del statu quo, y puedan redefinirse otros cauces para la correntía de la política, la economía y la educación. Comienzan a escribirse otras lecturas sobre el mundo, sé resemantiza el futuro con el lenguaje de otra racionalidad, cuyas acciones se configuran en el tejido bocetado por la Educación Ambiental, la Ecología Política y la Economía Ecológica, aspirando a rediseñar una cartografía política plasmada en el espesor de la significación de la vida y la caricia de la otredad. Con pertinacia penelopeana se deberá desbrozar el camino en ruinas, para que los desterrados por el yelmo de la ciencia clásica, bajo la batuta de su racionalidad instrumental, cohabiten los entornos cotidianos de la academia y de la praxis existencial.
Tbilisi lanza la propuesta de revalorizar a los medios de comunicación como instrumentos vitales para la concientización y educación ambiental. En plena coincidencia con ese mandato cuestionamos el monopolio informativo a pesar de su declarada objetividad extrema, contundente ideología de la dominación, para que en este tiempo, confirmen, como dice Robert Kurtz, que “La sociedad del conocimiento se encuentra extremadamente desprovista de espiritualidad, y por eso hasta en las mismas ciencias del espíritu, el espíritu está siendo expulsado. Lo que queda es una conciencia infantilizada que juega con cosas inútiles desconectadas de conocimiento e información”. No obstante subyace en la conciencia profunda de la época, el desafío impostergable del cambio de rumbo, tal como lo expresan la infinidad de conflictos ambientales, desplazándose por los rincones latinoamericanos, al comprobarse que el “conocimiento degradado en 'información' no se reveló todo lo económicamente estimulante que se había esperado”.
En los mismos 31 años transcurridos de la conferencia de Tbilisi en 1977, se produjeron cambios radicalmente transformadores en el área de las comunicaciones. Tecnologías sorprendentes convirtieron al planeta en un flujo inenarrable de inmediatez y ausencias. El funcionamiento de redes comunicacionales pareciera haber aniquilado el espacio y comprimido al tiempo. La presión sobre el sujeto y los mundos de vida crean condiciones favorables para aumentar la insustentabilidad de la vida. Ante semejante avance tecnoinformático vale la pena recordar al filósofo cuando decía que la tecnología debía ser asumida con “desasimiento y serenidad”.
La Educación Ambiental concebida y compartida por múltiples colectivos culturales deberá geografíar una nueva territorialización desde la complejidad ambiental, consecuente con la interdependencia y coevolución entre naturaleza y cultura. Así, la espacialización de nuestros territorios, se convertirá en la morada incluyente de todas las metáforas sobre el ser y el futuro y cuestionará desde los lugares las retóricas globalizadoras escritas con símbolos deterministas. El breviario de la teología devastadora recitado por los tecnócratas mercenarios, en ocasiones usa ropajes cientificistas y, por momentos, gesticula con tonalidades progresistas y ecologistas.
Muchos exponentes del Desarrollo Sostenible, mera encarnadura del economicismo letal del Neoliberalismo, cuestionan la perspectiva de la racionalidad ambiental y la economía ecológica al endilgarle inconsistencia metodológica y falta de evidencias científicas, e inclusive ignoran y se burlan, tal como lo hacían los griegos platónicos con Heráclito, de los relatos concebidos en el útero de la complejidad ambiental, el saber ambiental y trivializando su fuente inagotable de alternativas.
La simbiosis entre Educación Ambiental y Ecología Política pondrá luces descubridoras sobre las heridas abiertas en los ambientes físicos, biológicos y simbólicos de nuestra región. Ingresará a la trama curricular y a la formación en general, para revelar el modo en que el curso de los ríos, la infinitud de las pampas, las turgencias de bosques y selvas, los modos devastadores de la producción agraria y minera, la desigualdad urbana enmohecida por el consumo conspicuo y el capital inmobiliario, catapulta para hastíos infinitos y carencias descarnadas, son la expresión epistemológica de un “conocimiento que desconoce al conocimiento”.
Es cierto, esta descripción parece un paisaje goyesco. El Goya de las Pinturas Negras, que no son otra cosa que el relato artístico nauseabundo de una época nauseabunda. Por eso mismo la Educación Ambiental deberá ser goyesca. Como deberá ser Piranesiana, pues estos son tiempos piranesianos. Así como Jean Batista Piranesi en el torbellino iluminista del siglo XVIII, anunció con las Cárceles Romanas, diecisiete grabados que redefinían el espacio vital y al sujeto, desdibujan el formato clásico de expresión espacial y construyendo desde ese amasijo una nueva visión de futuro, donde la claustrofobia y la angustia se deshilachan en los márgenes externos e internos del tiempo y el espacio. Pareciera que la visión piranesiana estuviera hablando de la actualidad. Un espacio epocal con predominio de rótulos tecnocientífico despreocupado por la desaparición del sujeto en las borrajas de la desmemoria individualista.
La Educación es Paideia. Debe educar para la época. Y esta época de crisis ambiental, está época tensada por la confrontación de un paradigma que agoniza y otro que emerge desde las nieblas de lo no sabido, requiera traducirse en metáforas goyescas y piranesianas. Esas metáforas cobrarán la creatividad poética de lo inédito en los faldones integradores de la Educación Ambiental y lograrán el ímpetu transformador en la literatura emancipadora latinoamericano, rescoldo esperanzador para enfrentar los embates del Neobarbarismo del Poder Hegemónico.
También se deberán reconocer las huellas insustentables en la desterritorialización material y simbólica de los pueblos originales y las culturas populares. Las palabras silenciadas por la dictadura del verbo mercadizado organizaron el territorio de la colonización depredadora. La palabra ordenadora del conocimiento conquistador y su aparato científico político, desde sus más remotos orígenes modernos se solaza en la dominación.
El idioma del capitalismo es incapaz de escribir las pulsiones de la sustentabilidad y la integración. En cambio, y a manera de una relectura de la complejidad ambiental, el Guaraní nos da la pista para avanzar en un proceso de reterritorialización afirmado en la democratización de la región. ÑEÑÉ, en su lengua primera, arrebatada de agua y amor significa palabra y alma. Nuevamente la palabra deberá estar embarazada del alma de la región para que podamos desembarazarnos de la racionalidad instrumental que vacía la palabra y destierra el alma.
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Las luchas ambientales emergen cuando se esfuman los espejismos autocomplacientes del crecimiento económico empantanado en la polución de sus desatinos. La potencia de la ambientalización se abre a otros conjuros paradigmáticos. A un paradigma entramado por las hebras de la ética y equidad, por el respeto a las diferencias, por una diferente armonización entre política y economía para terminar con los procesos de degradación ambiental y proliferación de la pobreza y múltiples exclusiones. Para que esta visión no quede aferrada en los recintos del pragmatismo, bautizada con ungüentos verdificados de lo ecológico, es imperioso que el “Saber Ambiental”, como saber que apuesta a la construcción de otros sentidos existenciales, pueda cartografiarse en las redes de los sistemas educativos de la región.
En este escenario anida la batalla cultural del siglo XXI. En el seno de la actualidad queda iluminado el oscuro derrotero del conocimiento insustentable, adobado por descripciones objetivas, homogéneas regida por leyes universales en todos los órdenes de la materia, cuando el cuestionamiento intransigente al modo de desarrollo vigente desde la sustentabilidad, la convierte en un “criterio para juzgar las instituciones, entre ellas las educativas, y las prácticas vigentes en las llamadas sociedades modernas”.
La cultura de la Modernidad expresa la relación de diversos órdenes de materialidad y simbólicos con el objetivo de imponer un proceso productivo donde la transformación de la naturaleza construye una territorialidad desmembrada, una territorialidad que renuncia a la dimensión de su cultura identitaria, para ser sometida sin redención por los ultrajes económicos de la ley de mercado. En este sentido, la territorialidad constituida en la lengua bárbara del crecimiento económico, desnuda las relaciones desacralizadas incineradas por la idolatría del economicismo de la vida y la hipertecnologización de la cultura.
La “Modernidad Insustentable” se representa con la metáfora maquínica del reloj. Todavía, en estos tiempos, es muy frecuente escuchar en cualquier cenáculo, referirse a la vida, a la experiencia de los mundos de vida, en las esferas de la producción, la política y la salud, como si fueran un reloj. Esa idea maquínica se encuentra en la maraña de nuestros territorios, agazapada en los bordes providenciales de la especialización tecnoproductiva, domesticadora de la producción agraria e industrial creciendo insaciablemente por los sombríos laberintos del consumismo.
Para que la palabra remonte el camino extraviado, el saber ambiental fraguado al calor de identidades múltiples y subjetividades tensionadas por la diversidad cultural en demanda de otra racionalidad social, deberá reapropiarse del lugar, de su lugar, lo que implica bajarse del tren ficcional de la globalización. Desde el arraigamiento al lugar el sujeto podrá arar los suelo fértiles donde se resignificarán los sueños en tonos de utopías ambientalizadas, y se podrá sepultar definitivamente ese modo de ser modernos, apenas una caricatura y simulacro de la vida, inscripto en los cuerpos de los sujetos-cosas, fregados por la desposesión de sus sentidos existenciales, por la hipertecnologización de la vida y por la sobreeconomización del presente.
Educación Ambiental como nido de la diversidad y centrifugación del economicismo tecnologizado
Latinoamérica es un suelo cartografiado por la omnipresencia de la biodiversidad, cuantificada en las cuadrículas productivas del cortoplacismo por la lógica de mercado. La biotecnologización se infiltró despiadadamente por los rumbos azul verdoso de la región y también se incrustó en el yacimiento íntimo de los cuerpos, colonizándolos con sus lenguajes engranajes y convirtiendo sus silencios desgarrados en un campo de batalla desigual, donde se decide la reproducción infinita del consumo, alejando al sujeto de los dos límites del ser: El del infinito espacio interior inacabable y el del infinito espacio exterior interminable.
Este cuadro ensombrecido por vectores economicistas neoliberales, reencarnación fantasmática de la lógica de mercado, ha tenido especiales resonancias en ámbitos políticos, empresariales y académicos, revistiéndose con una retórica simplificadora y rimbombante, dando lugar a teorías económicas a la carta, recomendaciones caricturescas para resolver los problemas de la exclusión y la pobreza, reducir el analfabetismo, fortalecer la inserción en la globalización, eficientar la producción y el comercio internacional con la intención de incentivar la integración regional y mundial. Los resultados están a la vista. Tienen el color del dolor y el clamor de la justicia. Más exclusión, más pobreza, más depredación de la naturaleza y más aniquilamiento de la diversidad cultural.
También, reconocemos, que desde las entrañas de los silencios más hondos se gestaron las voces sustentables que relanzan el mensaje de la vida, apoyados en el coro que le canta a la diversidad y la diferencia. El choque entre los silencios impuestos por la ley del mercado y el coro compuesto por las voces plurales de los pueblos en re-existencia está produciendo la bifurcación de la historia.
En esa bifurcación se levanta el Pensamiento Ambiental Latinoamericana que “se constituye como la construcción teórica, inter y transdisciplinaria, que cruza de manera transversal y compleja la totalidad de las disciplinas, profesiones y prácticas cotidianas de la cultura, con el fin de construir conceptos, valores, símbolos y prácticas científicas y tecnológicas que transformen las tramas de la cultura en la urdimbre de la naturaleza hacia una sociedad ambiental que se asuma como naturaleza y que, por lo tanto, pase de una actitud de dominio, a una actitud de respeto por la vida como plétora de alteridades y de la cual, la especie humana es un hilo que participa del tejido de esa trama”. (Manizales)
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Un viaje comienza. El nuevo viaje debe redefinir su camino deslumbrando el sitio desde el que se parte. Y ese "desde dónde" es el concepto de lugar que deberá ser resignificado. No es posible reimaginar un camino de bifurcación para la educación sino reinventamos el saber desde los horizontes de la complejidad ambiental. Y no reiniciaremos nuevos derroteros para la educación desde su ambientalización latinoamericana, como lo imaginaron los actores de la Reforma Universitaria del 18 en Córdoba, si previamente no eliminamos los “dolores que quedan”, en este caso los dolores brotan del estatuto de la Racionalidad Instrumental, y nos convocamos a luchar por las “libertades que faltan”, que vendrán iluminadas por la Racionalidad Ambiental y la Justicia Ambiental.
Los dolores nacidos desde los saberes compartimentados se desparraman en la misma proporción en que crece la hiperespecialización de los artefactos disciplinares. Tan disciplinados en desconocer lo diferente, pues lo diverso no habita en el recinto gnoseológico del logos unificador. Reimaginar los rumbos de la Geografía, de la Historia, de la Economía, de la Filosofía, de la Pedagogía, es decir del conocimiento sacralizado en los altares del productivismo pedagógico y epistemológico.
Con relación a la Geografía se deberán superar visiones anquilosadas desde antaño en las tramas de la geografía clásica y de algunos de sus supuestos contenidos superadores, a veces revestidos de perspectivas regionalistas, otras de humanistas y no pocas de críticas. Aún con esos ropajes el lugar o espacio que definen sigue subordinado al destino de eterna externalidad adjudicada por el destino manifiesto de la razón instrumental y sus variopintas metodologías como las positivistas, neopositivistas y otras que no rompen definitivamente con los anclajes impuestos por la Razón Cartesiana y la Geometría Euclidiana, condensadas en la matematización galileana de la naturaleza.
La Geografía Moderna, nacida al conjuro de la cohesión de los Estado Nación y convertida en pieza insustituible para escribir exitosamente la saga fáustica del progreso, imagina la piel de la tierra como una superficie euclidiana emponchada de agua y revestida de diversos colores, en algunos sitios embarazada de recursos minerales y energéticos, y también habitada, en sus diversos confines, por culturas en distintos grados “civilizatorio”, para que todo ese enjambre de recursos naturales y humanos pueda cumplir el mandato iluminista de la razón globalizadora, en nombre de la racionalidad occidental, y poder recitar, de ese modo, el catecismo antiecológico del crecimiento indefinido, desconociendo los límites biofísicos de la tierra que dice conocer.
La ciencia objetiva diseñó una geografía a la altura de la voracidad del productivismo insaciable. Ese proyecto fundado en la depredación de las fuerzas de la naturaleza, debió apoyarse en un conocimiento desplegado al interior de las ciencias y los sistemas educativos, que favoreció la construcción de islas emancipadas, rodeada por fosas abismales, tan hondas como fuera necesario para cumplir el mandato kantiano de la separatividad y el desconocimiento de la naturaleza como sujeto de derecho. Es este paisaje árido y devastado el que debe desandar la geografía y también la educación para poder ambientalizarse.
Para ello deberá reinventarse desde el espacio metafórico de lo complejo. Deberá desandar su linaje euclidiano navegando por las procelosas turbulencias de la crisis ambiental, tomando del conflicto eco espacial la expresión descarnada del desencantamiento del lugar y la cosificación de la naturaleza. Esa negación por el cuidado socioespacial del pensamiento logocéntrico debe dar lugar a la osadía de repensar la geografía integradora de nuestra región. Como dice Carlos Porto, Geo- Grafiar la interculturalidad pues, en todo caso, el territorio es “la espacialización de la cultura”.
Resemantizar el lugar, darle al espacio geográfico la visibilidad que sólo puede germinar desde el diálogo intercultural, anticipándose de esa manera a los sufrimientos del riesgo ecológico que se anuncia por todos los rincones como cambio climático, efecto invernadero, erosión, desertificación, deforestación, pérdida de la biodiversidad, contaminación de las aguas, los suelos y el aire, extinción de lenguas y culturas tradicionales. Desaparición de simbolizaciones más amorosas y fraternales sobre la naturaleza como hogar común de la vida.
El discurso apologético sobre las venturas y beneficios del conocimiento y del aparato tecnocientífico quedan anonadados ante el lenguaje de la geografía del malestar económico y humano, escurriéndose sin remedio por las grietas de las escenas cotidianas rurales y urbanas. Esa cloaca a cielo abierto, registrada como estrategias para el progreso y el crecimiento económico, encuentra en ciertos ámbitos académicos, subyugados por la teología instrumental, y en la pertinaz colonización de todos los resortes sociales, puesta en marcha por los medios masivos de comunicación, en consonancia con la soabreeconomización de la vida subordinada a la apoteosis del consumo, el camino pavimentado para despojar de todo sentido ético a nuestra relación con la naturaleza.
Ambientalizar la vida en cada lugar, erradicará el sentimiento de baldío que impera en la cultura del malestar permanente. Sopesar las señales difusas, muchas veces meros indicios, abiertas ante nuestras búsquedas de modo imperceptible, exige tensar la disposición intelectual y emocional para estar al acecho. Significará imbricar en las propias prácticas los mestizajes sociales y culturales.
Sujetizar la Economía, deseconomizar al Sujeto.
Anteriormente se hizo mención a que la piel de la tierra se cuarteó por el deterioro y vulnerabilidad de los ecosistemas complejos presionado por los efectos imperdibles del cambio climático. Descontextualizar esa catástrofe y reducirla a episodios furiosos de la naturaleza sublevada, implica seguir prisionero de la palabra insustentable y de los discursos colonizadores- En ese sentido el abordaje del cambio climático sería inasible si no colocamos entre bambalinas, al titiritero que maneja las sombras macabras mecidas por las luces de la biogenética, bioingeniería, es decir de todo aquello que disipa la autoposiesis, sucumbiendo ante los cantos de sirena de la tecnologización de la vida.
Cómo plantear la vertiginosa entropización engendrada en la fauces del modelo económico, sino cuestionamos la utilización indiscriminada de pesticidas y fertilizantes sumamente tóxicos, cuyos fuegos de artificio en expansión iluminan el conocimiento aquilatado en laboratorios y universidades, que remedan la ilusoria bacanal de progreso, desbordándose contaminada sobre la mismidad de la vida y replegándose en el desierto desangelado de lo idéntico y desolado, tal como padecemos al “latifundio genético”.
En algunas décadas Argentina ha pasado de una producción agraria de 30 millones de toneladas a 100 millones, en este año. Este proceso de vertiginoso crecimiento productivista fue acompañado por el uso exponencial de agrotóxicos, tecnologías de siembra, recolección y almacenamiento modificadoras del paisaje rural, apareado a una transformación vital en los medios de transporte e infraestructura portuaria para la exportación. El vaciamiento de campesinos de los campos, el hambre y la desnutrición infantil, según los últimos indicadores oficiales, así como crecieron las villas miserias y el volumen de ex chacareros exiliados en ciudades medianas y metropolitanas. La expansión de la frontera agraria, al compás de la soja transgénica, produjo un irreparable ecocidio, cuyos efectos se representan cotidianamente en la pampa y la región chaqueña por el desbordamiento sin presente de Refugiados Ambientales y la extinción de sus mapas naturales históricos.
El sujeto decidido a romper las amarras con el productivismo cosificador, deberá zambullirse en la moral inédita de la ética de la sustentabilidad. El sujeto que protagonice la democratización de la economía estará atravesado por los vaivenes de la atmósfera epocal, empujando la valorización de la naturaleza desde la creatividad de la cultura, así podrá inscribirse en los términos de la Paidea, que una educación de época y para la época.
El mandato epocal en el 3er. milenio se inaugura con la impostergable decisión de denunciar y oponerse a la racionalidad hegemónica, esa osadía del pensamiento y de la acción están en las ideas de John Berger cuando escribe “El acto de resistencia no significa solo negarse a aceptar el absurdo de la imagen del mundo que se nos ofrece, sin denunciarlo. Y cuando el infierno es denunciado desde adentro deja de ser infierno”.
Además, el silencio ominoso impuesto a la palabra y a las culturas de los pueblos originales, y el destierro de lo diferente, se transformó en una metodología eficiente cuando de las entrañas del Paradigma Mecanicista se trasladó el discurso matematizado de su ritual a los sistemas educativos de la modernidad insustentable, adquiriendo una fisonomía singularmente expresiva en la estructura organizacional y académica la Universidad Napoleónica. Se despojóstentable, y particularmente de silencioyos efectos se representan codtidianamente en la pampa y la regi a la naturaleza de su condición de sujeto de derecho, inhibiéndola para convertirse en una sinergia vital para el Desarrollo Sustentable. La naturaleza despojada de vida y de sentidos culturales es el relato banal tanto de las Ciencias Naturales como de las Ciencias Sociales.
Pero también es una constante en los discursos de los organismos internacionales, aún aquellos que prometen la panacea del Desarrollo Sostenible. La desnaturalización de la naturaleza está presente en documentos liminares como el Informe Brundland. La desaparición de la naturaleza convertida en mera externalización por la Racionalidad Instrumental y su artefacto económico, ha sido el callejón sin salido diagramado por las recetas de cuanto organismo internacional y Facultad de Ciencias Económicas intervinieron como consultoras para el crecimiento de la región en las últimas décadas. Los proyectos como IIRSA y el Plan Puebla -Panamá destierran y aniquilan la vida de la naturaleza.
La “intervenciones” tecnológicas para modificar los errores de la naturaleza, expresan organismos internacionales que promueven IIRSA, crearán condiciones favorables para la integración y para la eficiente inserción en el comercio internacional. La concepción de conocimiento y desarrollo de esta visión reduce la biodiversidad y las culturas a meros recursos. Recursos naturales y recursos humanos, codificados como catálogo crematístico. Luego, como ya está en marcha, esa visión declina hacia la producción de desechos en estado de productos industriales contaminantes, producción agraria desarraigada de las demandas culturales, volúmenes inconmensurables de basura de toda laya. Los discursos de la sostenibilidad, y también la fragmentación de los sistemas educativos más la confabulación del Poder Político con la concentración empresarial están matando material y simbólicamente a la naturaleza, al mismo tiempo que se produce el aniquilamiento de la diversidad cultural.
El empobrecimiento de la tierra requiere previamente para ser conjugado en tonos de dominación, el empobrecimiento y dominación de los pueblos, arrebatándoles incialmente la capacidad de construir sus propios futuros, en aras del único futuro anunciado. Desmontar la palabra vaciada, los lenguajes empobrecidos como herramientas de depredación y desolación significa recuperar las palabras desde las palabras silenciadas, desde los conceptos condenados al destierro.
El empobrecimiento y dominación sobre la naturaleza y los pueblos implicó una dominación previa e impostergable en occidente, la dominación de los cuerpos. El lenguaje corporal debió adiestrarse para representar el catecismo del productivismo y el consumo. El territorio externo e interno de los cuerpos tiene las marcas de la racionalidad instrumental.
Recuperar el arte de la danza en el proceso de ambientalización del currículo dentro del campo de la Educación Ambiental es una apertura hacia continentes desconocidos por la educación moderna. Decíamos hace unas semanas en el 1er. Congreso Latinoamericano de Ambiente y Biodanza, celebrado en Diamante, Entre Ríos, contextualizado en la línea de Biodanza y Educación Popular, que es estratégico incrustar en el cuerpo colonizado por la Modernidad Insustentable el aridad instrumental,idad instrumental, las Líneas de Vivencia que Rolando Toro expresa como potencial genético de la Educación Biocéntrica en la Biodanza: Vitalidad, Sexualidad, Creatividad, Afectividad y Trascendencia.
La imbricación entre Ambiente y Biodanza se produce en una esquina desconocida del saber. Pero existe un mutuo acuerdo para acelerar el desmontaje de lo mismo, de lo igual, de la lógica de la repetitividad y proceder al “rearme o reconstrucción conceptual” orientado a un "reaprendizaje de las funciones originales de la vida... Deberemos imaginar, como dice Leonardo Boff, una retirada sustentable de las garras indeseables de la razón totalitaria, y poder retornar sin demora y con esperanza a las tierras de la libertad, de lo creativo, donde impera el bálsamo del afecto inextinguible.
En el 1er. Congreso Latinoamericano de Ambiente y Biodanza se acordó promover en la Formación Docente la capacitación en grupos para reorientar las políticas de “traición a la vida”, que privilegian el tener sobre el ser, privilegiando la vías de la reapropiación social de la naturaleza, con el manifiesto propósito de revincular el placer de aprender con la erótica del desaprender.
Retornar sin demora desde los bordes hegemónicos del paradigma cultural dominante, de su pensamiento único codificado en lo cotidiano por el modo de comer, de producir, de consumir, de hacer el ocio, a través de las grietas por donde se filtran los vientos mecidos por el canto primordial de la vida y del legado imprescriptible para que el ser se arraigue en territorios de significación cultural. Territorios con grafías rebosantes de voces epifánicas anunciando otro saber, aromatizado por las matrices ubérrimas de la complejidad ambiental, y por la erótica voluptuosa, como la del Río Paraná, en cuya ribera habito, contorneada por estéticas danzarinas
Desmontar las pedagogías de las certeza para que fluya palpitante la pedagogía de la complejidad y permita la extenuación del sujeto ficcional de la modernidad, sujeto cosificado en cuya naturaleza se borran las huellas de lo íntimo humano y crece, simultáneamente, en la misma proporción tramitada por la economización de su vida, la extinción de la “razón de la vida”. Razón razonable que deberá ser recuperada solo si reinstala en la dimensión de lo humano la pasión del ser y la pulsión de lo amoroso, como erótica inextinguible del deseo. Esas metáforas resignifican la travesía, tal vez los pasos sean balbuceante, no obstante serán los pasos conducentes hacia una nueva sensibilidad, fundada en la “ética de la sustentabilidad, como una ética que remite a un saber orientado hacia una nueva visión de la economía, de la sociedad y del ser humano”.
Epílogo:
Los desterrados alumbran el escenario incognoscible
En este sentido la Educación Ambiental vive un momento histórico. Su singularidad emerge desde la transición epocal bosquejada por la crisis ambiental, cargada de significados por la complejidad ambiental de la región y por la alfabetización plural de sus relaciones interculturales.
La Hermenéutica Ambiental sobre el lugar se convierte en un hacho pedagógico experiencial que fraguará en los andenes de la Educación Ambiental. Como siempre ha sido en la historia de la hominización, el sujeto construye en su lugar. Su lugar como hábitat espeso del arraigo donde se diseminan los encantados sentidos de la vida, tejiéndolo con las hebras de la proxemia cotidiana y abrigado por la manta de sueños entrañables y mitos colectivos.
“El gran desierto de los hombres”, como decía Baudelaire, es la absurda aridez a la que nos ha condenado en cada lugar el pensamiento insustentable. Romper las barreras de los topos desespacializados, idealización metafísica del hombre sin misterios, es un atributo identitario para terminar con las desigualdades emprendidas por las injusticias geográficas, donde desaparecen los habitantes y proliferan los refugiados ambientales.
En esta línea de reflexión y ante los guetos infinitos que ha levantado el pensamiento dominante, envuelto en su ceguera determinista y fragmentadora deberemos cultivar amorosamente la artesanía de la desguetificación. Desguetificar la vida, desguetificar las ciencias, desguetificar las ciudades, desguetificar a los sujetos prisioneros de dogmas carcelarios, desguetificar las disciplinas escolarizadas, desguetificar la política, desguetificar la economía, desguetificar la religión, desguetificar la cultura para pueda abrazarse a la interculturalidad, desguetificar el futuro.
Al costado del camino, hormigonado con las palabras estridentes de la razón instrumental, quedan los desterrados por el conocimiento sobreojetivado, en cuya postrera animación de ensueño individualista y consumista se pierden los fantasmas de la ilusión moderna. “Los condenados de la tierra” recobran desde los restos de sus comarcas arrasadas, el destino originario de querer ser. El gesto prometedor de un nuevo sueño civilizatorio se ilumina en el territorio constituyente de la diversidad recuperada.
Desde la Educación Ambiental se recupera la palabra silenciada abriéndose hacia la playa del de “Diálogo de Racionalidades”. Diálogo donde la interdependencia y retroalimentación entre Educación Ambiental, Ecología Política y Economía Ecológica supere los caminos engañosos embarrados en las promesas economicistas de las últimas décadas. Los relatos de tanto especialista de agencias internacionales pedagogizados por tanto tecnócrata de la educación, pretendiendo transformar el sistema educativo desde las marismas enturbiadas del mercado, naufragaron sin remedio en las brumas inhóspitas del mundo globalizado por el pensamiento único.
Hace 31 años, en la Conferencia de Tbilisi, se construyeron los cimientos para edificar la Ética de la Sustentabilidad y se arrojó al escenario del saber el mensaje de que el mundo no es un relato lineal y simplificador, sino que el mundo debe ser abordado como un sistema complejo, desde la interdisciplinariedad, en un sistema educativo refundado por la Educación Ambiental. Aunque también es perceptible, y eso late en la sensibilidad de Guanajuato, que en la misma medida en que han proliferado Proyectos de Educación Ambiental tanto en los sistemas formales como no formales, de reconocidas Declaraciones de buena voluntad como Agenda 21 y las Metas del Milenio, y de tanta otra literatura hermética, los principios de la Educación Ambiental, aún no han desembarcado totalmente en las costas colonizadas por el pensamiento cartesiano y la racionalidad instrumental.
Para quienes abrevamos en el Pensamiento Ambiental Latinoamericano, la Educación Ambiental no es un regodeo por los pagos de la ecología, ni un hacer visible ambiciosas relaciones sistémicas. La EA desde el Pensamiento ambiental Latinoamericano es un gesto refundacional. Es la palabra recuperada de las garras del economicismo crematístico y bañada de sortilegios emancipatorios. La Educación, así como la política y la economía se resignifican en lo ambiental como “objeto complejo y pensamiento complejo”.
En ese sentido la educación que postulamos deberá retraducir los códigos desertificados de la Epistemología Clásica, tan divorciada de otredades, en lenguajes polifónicos habitando oídos sutiles, amorosamente dispuestos a una “escucha poética de la naturaleza”. Una educación que pueda reinstalar en el espacio de lo académico y en el cotidiano todo lo que desterró el tribunal catedralicio de la Modernidad. Ese todo es la poética, la erótica, la propia vida, la pasión, el misterio.
Desde esa encrucijada de la historia, de la deconstrucción de la pesadilla fáustica de la modernidad y desde una alianza de diversidades tolerantes, Educación Ambiental y Ecología Política resiembran semillas emancipatorias constituyéndose en un espacio vital para reimaginar la ciencia desde la sustentabilidad, para repensar la educación desde la trama de la diversidad, para reconstruir los sentidos existenciales desde las utopías ambientales. La sustentabilidad no es una teoría, ni un método, ni siquiera un programa. Es un “viaje” de otredades apasionadas con el objeto de deconstruir los conocimientos desangelados y relanzar la celebración por la humanidad, tal como nos lo propone la poética de Roberto Juarroz:
Desbautizar el mundo,
Sacrificar el nombre de las cosas
Para ganar su presencia.
El mundo es un llamado desnudo
Una voz y no un nombre,
Una voz con propio eco a cuestas.
Y la palabra del hombre
es una parte de esa voz,
No una señal con el dedo,
ni un rótulo de archivo,
ni un perfil de diccionario,
ni una celda de identidad sonora,
ni el banderín indicativo
de la topografía del abismo.
El oficio de la palabra,
Más allá de la pequeña miseria
Y la pequeña ternura
De designar esto o aquello
Es un acto de amor:
Crea presencia.
El oficio de la palabra
Es la posibilidad de que
El mundo diga al mundo,
La posibilidad de que
el mundo diga al hombre
La palabra:
Ese cuerpo hacia todo.
La palabra:
Esos ojos abiertos.
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