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Última actualización: 16/06/2009

SEMINARIO IBEROAMERICANO DE FORMACIÓN AMBIENTAL 

UNIÓN CIUDADES CAPITALES DE IBEROAMÉRICA

Ciudad Autónoma de Buenos Aires

  9 de Setiembre de 2005

 Carlos Galano
EMV. CTERA
Universidad Nacional del Comahue
Programa Educación Ambiental
Para la Sustentabilidad
ARGENTINA
 
 
 
 
Formación Ambiental, Sustentabilidad y Problemáticas Urbanas
 
Cada vez con mayor insistencia oímos hablar de las crecientes dificultades que atraviesa la humanidad. Literatura de toda especie ahonda sobre los fenómenos del desencanto y la pérdida de referencias, así como del vacío de sentidos de una época condenada a ser presente perpetuo. También, y no es menos cierto, es frecuente escuchar en la panoplia de los mass media, a políticos e intelectuales adscriptos al triunfo inexorable de lo mismo, exaltar los valores de la civilización del consumo y del individualismo posesivo, cual unicato religioso universal, en el mismo movimiento cultural donde se desvanecen las significaciones del sujeto libre y autónomo.
 
 Con frecuencia suelen leerse infinidad de trabajos sobre los conflictos dificultosos desplegados en todos los frentes de la sociedad, la política y la economía. Asistimos cotidianamente al rito de la información periodística, ya en su época preocupante para Hegel, dando cuenta de las tensiones sociopolíticas nacionales e internacionales y de ciertas efervescencias culturales, de modo tal que la información escrita, oral o televisiva, es codificada todas las mañanas en verdaderos partes de guerra, que narran turbulencias, enfrentamientos, muertes, violencias, invasiones, supuestas catástrofes naturales. El concepto crisis es traído de los pelos para fundamentar los distintos impactos producidos por la ingobernabilidad creciente del mundo, sus regiones, países y ciudades. Algunos sostienen que se suceden vertiginosamente los cambios en una época opacada por el derrumbe de las referencias fundadoras. Otros, como en nuestro caso, sostenemos que asistimos a la epifanía dramática y esperanzadora de un cambio de época.
 
Esta crisis global, expresa en sus múltiples manifestaciones, la crisis agónica de una etapa histórica construida de espaldas a la complejidad de la realidad física, biológica y simbólica de la realidad, reduciendo la idea de progreso y modernización a la órbita cuantitativa del mecanicismo simplificador, fraguado en las ciénagas de la racionalidad instrumental, escrita en tonos economicistas con la tinta contaminada por la eficiencia productivista, sea industrial o agraria, que en el último tramo del siglo XX, se revistió con los ropajes de burbujas comerciales y financieras. Todo ello sacralizado, con cierto mesianismo, por el aparato tecnocientífico como vector omnipotente de la sociedad de consumo. Curiosamente esto se asemeja al estallido de lo homogenizante, al canto de sirena del triunfo de lo mismo, de lo igual, de lo metastásico, particularmente en los ámbitos metropolitanos, donde se impone el estilo internacional único.
 
Pero sobre todo esta crisis, escrita con las gramáticas de múltiples fundamentaciones, en tiempos de la globalización metafísica es una crisis epocal y particularmente, es la crisis de un modelo de conocimiento y de una concepción sobre la cultura y el desarrollo, hegemónicamente totalitaria en las últimas centurias. Es la crisis del conjunto de los artefactos culturales de la época productora del crecimiento insustentable y excluyente, de ciudades configuradas como archipiélagos de pobrezas en torno a centros de “consumo conspicuo”. Las teorías políticas y económicas, las concepciones pedagógicas y urbanísticas, las visiones sociológicas y culturales de esa cosmovisión, confluyeron sobre el territorio del pensamiento moderno, cristalizando modelos estatales y relaciones internacionales, generadores de infinitas desigualdades, injusticias de todo pelaje y violencias de todo signo.
 
A principios del siglo XX Einstein, en una conmovedora misiva a un amigo, le decía con entrañable tristeza “que le decimos a la gente. El mundo que conocimos ya no está. Todo ha cambiado a nuestro alrededor, menos nuestro pensamiento”. En la alborada del siglo XXI, casi podríamos escribir lo mismo que el gran físico. Aunque algo está comenzando a cambiar en el pensamiento agobiado por la crisis ambiental. Podemos atisbar que el Paradigma Hegemónico da muestras de haber agotado su eficacia y poder legitimador, y que, a pesar de sus supuestas autocomplacencias rituales, muestra grietas inexorables en su lógica depredatoria, haciendo más visibles su vacío de sentidos históricos y espaciales.
 
 Por otra parte, el paradigma emergente, acunado por los afluentes de la complejidad y la interculturalidad, de lo ambiental y holístico, de la diversidad y lo inédito, de sinergias inconmensurables expresadas en grafías plurales, embellecidas de biodiversidad natural y potenciadas por los vientos de la diversidad cultural, dan cuenta de las luchas interminables de los pueblos de esta América irredenta, labrando   surcos fecundos en un suelo donde podrá arraigarse una historia más justa e incluyente. Una historia interpelada por la crisis ambiental abierta hacia las costas del saber ambiental donde fecunden los deseos incolmables de lo absolutamente diverso, inscriptos en una racionalidad sustantiva para reimaginar otros mundos.
 
Se advierten esfuerzos denodados por   la construcción-anuncio de futuros posibles y deseables, pergeñados con las tramas metodológicas de la interdisciplinariedad y la prospectiva disipada en territorios inexplorados, camino liminar para desmontar el hilo conductor del paradigma platónico, sostén de la insostenible lógica de la separatividad, aún omnipresente en las cuestiones del pensamiento, del ambiente y del espacio. En huida interminable de las sendas de la contradicción, el devenir, la diversidad y la diferencia, adormecido en los espejismos de la Metafísica, la visión totalitaria tiene pocos atajos en su huida hacia ningún lado. ES cierto que este paradigma unitario ha guiado el sortilegio del pensamiento en occidente durante los últimos milenios, convirtiéndose en el real currículo oculto de la cultura occidental. Pero, también, no es menos cierto y particularmente desafiante e impostergable, para seguir manteniendo el sentido de la vida, que deberemos abrirnos a los suelos fértiles del saber ambiental con el objeto de retornar-redescubrir las fuentes inagotables y enriquecedoras de la visión dialéctica inaugurada por los jonios, señalada a fuego por la oscura luz de Heráclito, tan incomparablemente cuántica, sistémica, compleja, dialéctica y contradictoria. A tono con la definición de Heráclito sobre que la naturaleza de la vida es la diversidad y su sacralidad, centrada en la búsqueda invalorable de la fraternidad, es una tensión capaz de engendrar “una escucha poética de la naturaleza”, tan similar con ciertas cosmovisiones de los saberes subyugados, y tan abierta, innovadora y favorable para reestablecer-establecer, entre otros desafíos pedagógicos y políticos, la impronta ambiental en la Formación Ciudadana.
 
Antes de avanzar sobre los terrenos reflexivos de la formación ambiental en ámbitos metropolitanos, deseamos bucear en los anclajes epistémicos y éticos de la Modernidad Insustentable. La educación en ese proceso histórico reconoce su origen en el plasma orientador de la Razón Iluminista, guiando el derrotero de la sociedad hacia los olimpos del Progreso Indefinido, encontrando el ideal del aprendizaje en instituciones educativas, desde el pre primario a la universidad, cuya concepción megaordenadora se ejerce a través de la matriz disciplinaria, es decir la lógica de la fragmentación. Ahí está el origen de la lógica positivista, convertida en ideal pedagógico, entrometiéndose posteriormente en todos los escenarios sociales y políticos, y en los suelos de la subjetividad y de los mundos de vida cotidianos.
 
Aún en la actualidad, luego de las reformas insustentables a la educación, generadas hacia finales del siglo XX por las liturgias de moda nacidas en el útero del poder concentrado, simultaneas y funcionales al rediseño del mapa mundial, esas reformas mas parecidas a parches macdonalizados, siguen expresando la fragmentación y los feudos disciplinares, siguen siendo el paisaje organizador de los sistemas educativos. Esa visión está contaminada por el desconocimiento del conocimiento y fue lacerando, en los últimos siglos, la desventura de un mundo insustentable, el desgarramiento excluyente de la inhospitalidad urbana, el desencanto y desorotización de la cultura, y la externalización y cosificación utilitaria de la naturaleza. Desafortunadamente ha inoculado la contaminación metastásica de la Racionalidad Instrumental de modo subrepticio, operando desde las brumas de la naturalización de las cosas, por los escurridizos laberintos del Mito del Progreso y la Lógica Productivista. A veces escribió en clave Burguesa Capitalista devenida actualmente en Globalización Neoliberal, y otras, en clave Materialista Histórica Burocratizada y Antiecológica, la prosaica narrativa de un mundo de conocimientos, oscurecido por consecuencias negativas inevitables, impactos ambientales catastróficos, visibles en la pérdida de biodiversidad natural y el aniquilamiento de la diversidad cultural.
 
Es que el núcleo vital e íntimo del paradigma de la ciencia clásica edificado en la modernidad, guardián eficiente de la Racionalidad Instrumental, muestra su incontenible proceso entrópico, su ignorancia y desprecio por la ley de los límites, produciendo, entre otros dolorosos efectos, “despauperización material y espiritual en los grupos humanos, especialmente en los centros urbanos, aumentando la violencia, la delincuencia y el desprecio por la vida, domesticación de los cuerpos y bulimia del alma.
 
Aún ese buncker pedagógico anida en el interior de los sistemas educativos, y eso genera efectos específicos sobre nuestra visión de la realidad, el Paradigma Mecanicista a través del despliegue de sus aventuras científicas reduccionistas y la orgía tecnológica de su maquinismo devorador, ha colonizado el mundo y depredado la naturaleza. Sus fundamentos son los que pretendemos desocultar y deconstruir. Todavía, como insinuamos más arriba, funcionan como el currículo oculto de la sociedad, la educación, el desarrollo y la cultura. Están al acecho en el lenguaje cotidiano, han domesticado a la industria cultural y se constituyen en el ordenador congénito de las tramas urbanas. Sus principios generadores que todo lo dividen, todo lo separa, todo lo reducen, todo lo unidimensionalizan, todo lo abstractifican y externalizan están arraigados en la razón devastadora conocida como episteme moderna. Esas perspectivas lineales y mecanicistas constituyen la fragua determinista todavía vigente en los abordajes sobre la Formación Ambiental, que, entre otras mutilaciones y silencios inagotables, matematizó a la naturaleza y cosificó al espacio. Este totalitarismo discursivo desencadenó un espantoso holocausto epistémico, exiliando del saber a otros discursos alternativos y pensamientos diferentes.
 
       En lo urbano, y como ya lo expusieran los frankfurtianos en momentos tormentosos del siglo XX y los geógrafos posmodernos latinoamericanos, las teorías sobre la ciudad encarceladas por el espacio euclidiano y la lógica del capital inmobiliario, profundamente antiecológico, han sido incapaz de pensar la complejidad espacial. Es extraño reconocer que en los tiempos de la filosofía oficial de la modernidad no se haya reflexionado sobre el espacio, categoría maldita, muerta como dice Foucault, subordinada o esclavizada a la categoría tiempo. También es necesario reconocer que no se profundizaron las reflexiones sobre las problemáticas urbanas, desde ninguno de sus múltiples abordajes disciplinares, desde los horizontes de la Racionalidad Ambiental y el Saber Ambiental. Tal vez haya sido el mundo del arte, en sus variopintas expresiones quien más claramente reflexionara sobre el agotamiento de un modelo y el colapso de una época. Al decir de Argullol, en estos tiempos la ciudad se parece más a una ciudad engranaje, donde se conjugan la opulencia tecnológica y la miseria y exclusión, como si fueran unas pocas islas de “consumo conspicuo” rodeadas de un inmenso océano gelatinoso, contaminado por el deterioro ambiental, la pobreza y una constelación de fragmentos, algunos de ellos, repletos de vacíos y, otros, desnudando el anonadamiento del aislamiento y los desatinos de la verticalidad claustrofóbica. Puede ser que la desespacialización del pensamiento, bloqueando la libertad del sujeto y despoetizando la vida, consume la crisis tipológica del final y los estremecimientos de lo que está por nacer.
 
Sobre ese espacio se produce una práctica antiecológica y brutal. Desde Haussman, en el siglo XIX hasta los actuales Planes Estratégicos Urbanos, los espacios urbanos han sido objeto de intervenciones, donde opera, a pesar de discursos enfáticamente progresistas e integradores, como afirma Lefebvre “el espíritu analítico en y a través de la dispersión, división y fragmentación”. Desde esas eficientes planificaciones se han puesto en ejecución obras de inspiración fáusticas, estrategias de carácter rehabilitador modernizante, con intervenciones fundacionales, que objetivamente han “construido-destruido” el paisaje urbano, como Puerto Madero, en Buenos Aires, para adaptarlo a las exigencias del capital inmobiliario y a los flujos materiales y simbólicos, engendrado como el huevo de la serpiente, en las seductoras mistificaciones del imaginario neoliberal globalizador.
 
             Nuestra propuesta para la Formación Ambiental se inspira en la metáfora penelopeana de deconstrucción-construcción. Desmontar el aparato conceptual de la “Modernidad Insustentable”, desde los bordes del pensamiento ambiental, gramatizado en tonos de Ética Ambiental, cuya obertura se abre a los territorios formativos de la Complejidad Ambiental, configurado por las pedagogías de lo inédito y posible. Pedagogía de Otredades ante el colapso de las Pedagogías de las Certezas. Son tiempos de bordes, donde confluyen agostados los afluentes de la ciencia reduccionista en su aleteo final y las incertidumbres de lo no pensado en las entrañas del Paradigma Ambiental, en aras de reterritorializar lo diferente y la diversidad, con las hebras poéticas y sustentables de lo inédito y creativo, para enhebrar un discurso que navegue por las aguas polisistémicas de la realidad y por los territorios de la complejidad ambiental.
 
.      Deseamos fervorosamente hablar de estas cosas. Vinculan estrecha y sinergicamente la Formación Ambiental con la problemática urbana, Si narramos la historia de la colonización del conocimiento podremos entonces, solo entonces, navegar por las aguas turbulentas de la Descolonización del Conocimiento y la Ambientalización de la Formación y la Concientización en claves de Ética Ambiental, para reimaginar las ciudades como el OIKOS original, como la placenta protectora que acondicione el desafío de vivir, según la poética de Rimbaud, “la verdadera vida”.
 
Recuperar la posesión del lugar, y arar los suelos fértiles donde se enraizarán los sueños y sé reelaborarán las identidades múltiples, será el anclaje que fortalecerá la perspectiva histórica para agrietar la meseta árida de la globalización unidimensional y metafísica. No sólo desconoce lo local y mutila las diferencias, cuando hunde sus garras seductoras en los suelos contaminados del pensamiento único, sino que, además, es en los ámbitos urbanos, especialmente metropolitanos, donde se reviste con los ropajes del Estilo Internacional Urbano Único, mera caricatura y simulacro de la vida y de sujetos que han sido fregados por la desposesión de sus sentidos existenciales por la hipertecnologización de la vida y la sobreeconomización del presente.
 
Vivimos tiempos de transición marcados a fuego por la crisis ambiental. Ha sido la razón cartesiana, en maridaje con la ciencia newtoniana y la filosofía Kantiana, sin dejar de reconocer los beneficios desplegados en el mapa de la realidad, quienes esparcieron las semillas del mal, florecidas en la esquizofrenia irrefrenable de la cultura occidental. Esa racionalidad autoanunciada absoluta en los albores de la modernidad, devino luego instrumental, en los brazos fáusticos del industrialismo de toda laya, y culminó, en el dramático siglo XX, carcelaria, habiéndole impedido pensarse al pensamiento. Por ello cuestionamos y ponemos en sospecha a esa racionalidad, desde los propios territorios conmovidos por los sismos inabarcables de su agonía crepuscular. Ahí están los signos, cual graffiti epocal, marcando en la piel de la tierra y en las escenas ciudadanas, las rupturas y sin sentidos de sus más importantes artefactos culturales: la ciencia positivista, la filosofía, la naturaleza, la cultura, lo social, la concepción de sujeto y las categorías de tiempo y espacio.
 
Asimismo, en otros campos del pensamiento y la acción, como el de la política, la antropología, la economía y el urbanismo, se desbordó la inundación infértil de las certezas científicas, convirtiendo en inhóspitas mesetas áridas la reflexión sobre la vida y el futuro. Se puede resumir esta patología epocal con la reflexión de Hegel, cuando sostenía que la modernidad sufría de”delirio de infatuación”.
 
A partir de comienzos del siglo XX, desde diversos horizontes de la realidad, de las ciencias y la cultura, fluyen afluentes novedosos que erosionan implacablemente las fortalezas conceptuales y legales plantadas por la epistemología clásica y convierte en escombros las ideas cumbres del discurso tecnoburocrático. Se desmantela el bosque petrificado del cientificismo, desplomándose en su propia inviabilidad y abriendo los surcos del pensamiento crítico y de las tramas discursivas del ambientalismo.
 
La comprobación de un mundo donde simultáneamente existe el orden y el desorden interactuando en la organización, sumado a los aportes de la física cuántica, teoría de sistemas, la cibernética, la incertidumbre y otros afluentes caudalosos y fértiles del pensamiento, tornan turbulentos y creativos estos tiempos de cambio, crisis y complejidad. Ante el diluvio de nuevos conceptos y teorías y otras formas de representar el mundo, se hace necesario acuñar nuevos conceptos y macro conceptos, construir otras cartografías cognitivas para dar cuenta de la revolución en marcha como si cumpliéramos puntillosamente el mandato bíblico “no se ponen los vinos nuevos en los odres viejos”.
 
La crisis ambiental amplifica todas las resonancias. SE arraigan otras metáforas que vuelven a re-encantar al hombre y al mundo, se reinstalan en el pensamiento las “anomalías” que expulsara el tribunal catedralicio del cientificismo. El crisol de las identidades múltiples, la repoetización de la vida, le devolverán el verbo al sujeto para que pueda dialogar con la otredad y reconocerse con y en ella. La multiplicidad de tiempos incardinará en el magma fluyente para resignificar los paisajes y las narraciones identitarias de seres cuyas historias ahora tendrán hojas en blancos para escribir sus historias que se anuncias como de tiempos sustentables.
 
Los enfoques para ambientalizar la formación ambiental y lo urbano se encuentran en las alforjas del diálogo de saberes. Se articulan en la Pedagogía Ambiental para “construir los inéditos posibles, aprender a repensar el pensamiento y a des saber lo sabido” como estrategia fundante para reconocer el ser en la otredad y construir lo diferente desde el ser colectivo. La Educación Ambiental estará cincelada con los aromas de un nuevo proyecto civilizatorio. “Aprender es siempre aprender a conocer”, decía el filósofo. Y nosotros afirmamos que aprender es también “Aprender a Reaprender”.
 
Afirmamos que la Educación Ambiental es un campo en construcción. Su genealogía se remonta al viaje inaugaural de la hominización, y transcurre por todas las edades, aunque adquiere estatuto contemporáneo con la percepción de la crisis ambiental. Dice Tonucci “la educación ambiental es la educación”. Durante el último cuarto de siglo la EA ha recorrido una trayectoria signada por varias influencias conceptuales y políticas. Sus primeras manifestaciones estaban atadas al carro de concepciones dominantes diseñadas en el mundo desarrollado, particularmente miradas conservacionistas, y en el fondo representaban a las Pedagogías de las Certezas.
 
En América Latina, luego de avatares educativos iniciales, la Formación Ambiental, en principio subordinada a las tradiciones originadas en el centro, muta hacia territorios identitarios, por la inscripción en sus diferentes hablas de verbos diversos y originales, bañados por las aguas de la complejidad ambiental. Así, la Pedagogía de la Liberación, el Pensamiento Ambiental Latinoamericano, el proceso de “re-existencia” de las culturas subyugadas de los Pueblos Originarios, la Teología de la Liberación, la riqueza de Movimientos Populares consolidados al calor de la defensa del ambiente, como la historia que se escribe en Gualeguaychú, Argentina, y de la práctica irrestricta de la interculturalidad, ejercida con tenacidad en el sur patagónico por Mapuches e Huincas, se convierten en emblemáticas encrucijadas donde confluyen, en Diálogo de Saberes, la radicalidad de la diferencia y la presencia inabarcable de la Otredad. Claro que hablar desde esa esquina del pensamiento implica ineludiblemente insertarse en los aportes de la revolución científica contemporánea, como la Física Cuántica Teoría de Sistemas, Cibernética, Incertidumbre y Complejidad, entre otros afluentes, y aventurarse a otros caminos de ruptura-apertura provenientes de los saberes subyugados y silenciados por centurias.
 
Desde este posicionamiento sostenemos que la Educación Ambiental y la Pedagogía Ambiental se conjugan en los mares de nuestros ideales emancipatorios y deben avanzar en la desfundamentación de la Epistemología Gris de la Fragmentación, promover la exploración ecosistémica de la relacionalidad, recrear la hermenéutica desde la complejidad ambiental y vincular este proceso, en el mismo movimiento de deconstrucción-construcción, con la ética ambiental.
 
Claro que se trata de un proceso histórico que supera la concientización ciudadana, aunque la involucra. Consiste, en definitiva, en refundar el pensamiento sobre la naturaleza y en repensar los modos organizativos de la sociedad, la producción, la política y las mediaciones culturales, especialmente urbanas, inscriptas en la naturaleza con los finos trazos de una autonomía-dependencia.
 
La Formación Ambiental que imaginamos, debe descolonizar el currículo del neoliberalismo apelmazado por los discursos de la eficiencia y el mercado, con los que ha economizado el aprendizaje y cosificado al sujeto que aprende. Deberá ambientalizar el currículo y los programas de Formación Ambiental del orden local, con el objetivo de inscribir en su matriz constituyente-instituyente, la confrontación epistemológica y pedagógica de los tiempos en que agoniza una concepción del mundo y nace otra mirada, más integradora, en sintonía con la vida y la sustentabilidad. Implica acercarse-apropiarse a/de las ciencias de la complejidad, de la revalorización de los saberes de los pueblos originarios y de las culturas populares y tradicionales.
 
Savage define que la “ciudad no se reduce simplemente a la visión del mundo de un período histórico, sino que, por el contrario, es un eminente testimonio físico de los conflictos y procesos sociales a través de los cuales los grupos de poder dejan sus huellas sobre las estructuras urbanas”
 
Ciertamente la ciudad es una forma espacial, una construcción social e histórica desarrollada en diferentes fases desde el Neolítico a la actualidad. La ciudad expresa en la gramática de sus calles y avenidas, en la sintaxis de su construcción arquitectónica, en el agujero negro de lugares miserables y contaminados, en los bordes descarnados de la exclusión reflejo cadavérico de la injusticia espacial, en los discursos de su materialidad construida y en los símbolos de sus narraciones urbanas y sueños, la historia de una sociedad. Sus derrotas, sufrimientos, frustraciones, ilusiones y utopías.
 
La ciudad de estos tiempos de cambios y turbulencias, reproduce el sistema dominante de relaciones sociales, según Lefebvre. El espacio social construido es la expresión ontoepistemológica de una etapa histórica. Por eso en las ciudades de estos tiempos, sea en las ciudades Globales del Norte o en las Megaciudades del Sur, metrópolis que reflejan la crisis global, según Fernandez Durán, se conjugan las sagas del Paradigma de Simplificación y la Crisis Ambiental, como crisis civilizatoria. A pesar del reduccionismo con que ha sido abordado el espacio urbano, por las corrientes del pensamiento espacial y urbanístico de la Modernidad, desde sus concepciones euclidianas y absolutas, para las cuales pensar el espacio “ha sido un trabajo inoportuno, una pérdida de tiempo” (Castro Nogueira), debajo de esa carcaza vacía, como si fuera un palimpsesto, se encuentra el sentido original de lo urbano y del sujeto urbano. Es un sentido heracliteano, epicureo, dionisiaco, de espesura antropológica y sociológica, de sueños profundamente humanos e infinitamente utópicos.
 
Deberíamos hacer visible en el espacio las grietas generadas por los remezones ontoepistemológicos contemporáneos. Deberían aparecer, como escribió W, Benjamín, “las imágenes espaciales dialécticas que segreguen su propia temporalidad ensimismada” o como dicen los geógrafos posmodernos, que ponen énfasis en la geografía del lugar “que un paisaje o una ciudad poseen sus murmullos temporales más o menos auráticos e irreductibles”.
 
Este espacio con espesura y curvaturas, en relación con los movimientos sociales y sus artefactos culturales, este espacio cuyo ethos genera sensaciones intransferibles en los ciudadanos y ciudadanas configuran un PLECTOPOI, según Castro. El plectopoi es la curvatura espacio temporal del espacio urbano que, en sus distintos pliegues, va inscribiendo las representaciones, materialidad y simbolizaciones de la sociedad. Es una marca que señala límites, metáforas, prácticas socioculturales y rumbos mitológicos. ES una dimensión espacial que puede relatar el espesor y la densidad de los sueños, interpelar la crisis ambiental y constituir-instituir subjetividades bañadas en las corrientes de las identidades múltiples y los mestizajes interculturales.
 
El Plectopoi invadido por la complejidad ambiental habrá de conjugar las nuevas narraciones del pensamiento sobre la ciudad en el sentido que defina y signifique la Formación Ambiental. Es un objeto complejo en cuyas entrañas se configuran “entes híbridos”, se comporta como una estructura disipativa con relaciones No Lineales. Sus torsiones se implican con los diversos órdenes materiales y simbólicos abiertos al tránsito de lo nuevo, inédito y creativo, contextualizado en la diversidad y en una racionalidad holística e integradora. Esa hermenéutica ambiental, esta compleja e incierta comprensión de la topología urbana, este Plectopoi torsionado en pliegues de espesor diversificado recodificado en clave ambiental, es lo que sugieren algunos investigadores urbanos sobre la Formación Ambiental, cuando al referirse como viven y sienten los ciudadanos y ciudadanas el espacio megalopolitano expresa “…una representación de la realidad ambiental, en la que confluyen no sólo los elementos biológicos de los sentidos sino también los factores culturales, sociales, económicos y políticos…es una forma de relacionarse con el mundo…una actividad cognoscitiva a partir de la cual emergen todas las demás”.
 
No existe una sola y abarcadora definición de ciudad. Por eso, en principio coincidimos con la propuesta de que la ciudad es un “híbrido innombrable”. Aunque también acordamos que deberemos nombrarla, semantizarla, hacer reconocible y visible ese amasijo entrópico, caracterizarla para saber que se trata la vitalidad de la vida y las relaciones a escala humana. Decimos, en principio, este “híbrido innombrable” es la expresión dramática de la crisis ambiental, del conjunto, complejidad y multiplicidad de crisis que designa la crisis ambiental, en el sentido de crisis civilizatoria, de crisis terminal de un modo de conocimiento.
 
Estas ciudades innombrables no pueden codificarse con las gramáticas de los mapas conceptuales construido por el mismo proceso constitutivo de su innombrabilidad. Debemos acuñar nuevos conceptos, nuevas cartografías desde las orillas de una nueva racionalidad. Deberemos ser como Odiseo, deberemos afirmar el linaje piranesiano de la lógica de la anticipación. No tenemos otra alternativa.
 
O somos estrategas viajeros de un éxodo permanente, anclados en los suelos fértiles aún no labrados por la visión piranesiana de futuro, o nos quedaremos en las arenas movedizas de las costas confortables de los conocido y de lo mismo.
 
Y para empezar a redefinir ese viaje, en principio, deberíamos definir es desde partimos para hacer el viaje y ese "desde dónde" es el concepto de lugar. El concepto de lugar ha sido caracterizado desde siempre. Sus tradicionales nominaciones están sustantivadas desde la lógica simplificadora, cuantitativa del Paradigma Mecanicista.
 
Reapropiarnos del concepto de lugar, como insinuamos más arriba, del lugar con espesor, del lugar como espacio vital y emancipatorio, condensación en movimiento del diálogo de saberes, se convierte como un desafío simultáneamente político y gnoseológico, inclusive para reimaginar desde otra dialógica local-global, otra globalización sensibilizada por la radicalidad de los diverso. Reapropiarnos del espacio metafórico de lo complejo, para desandar su linaje euclidiano, para imaginar un lugar donde el movimiento y cambio en devenir escenifican la coreografía de un baile dibujada por la tectónica de placas. Reapropiarnos del espesor de los lugares para que se desplieguen en sus relaciones la erótica de la sonrisa. Un espacio con espesor geográfico y también sociológico, antropológico y soñador.
 
No desconocemos los innumerables y estupendos conocimientos constituidos históricamente por diversos abordajes sobre los temas urbanos. Creemos necesario reconocer la estructura interna y los cambios que en los diversos procesos se generan en la cartografía urbana. Sabemos el tema clave que implica la investigación sobre la población urbana, los movimientos, comportamientos y densidades que esta produce. Es indispensable tener una clara visión sobre la morfología urbana, su entramado y los usos del suelo, añadiendo los impactos que generan los transportes y la insoluble realidad de los residuos sobre el mosaico y la vida urbana. Como poder olvidar la concepción ecosistémica de la ciudad y las derivaciones que promueven los efectos de procesos exógenos, como el cambio climático, sobre la salud, la enfermedad y el propio malestar de la cultura.
 
Como no reconocer lo que el arte en general nos ha legado sobre la dramaturgia urbana. “el desarrollo canceroso de la ciudad”, la dualización de la ciudad por la sociedad de consumo, la despersonalización ciudadana, el acento en la superpoblación y la publicidad, el deterioro crepuscular que impacta en la perplejidad existencial, la soledad inagotable y la desterritorialización juvenil, la polución invivible, tanto tangible como intangible, reproducida ad infinitum como una ruleta rusa.
 
Mucho más podríamos agregar. Pero también podríamos decir como escribió Hölderlin: “Allí donde está el peligro, crece también lo que salva”.  Y también como nos legó I Prigogine, “no podemos tener la esperanza de predecir el futuro pero podemos influir en él. En la medida que las predicciones deterministas no sean posibles, es probable que las visiones del futuro, y hasta las utopías, desempeñen un papel importante en esta construcción. Hay personas que le temen a las utopías, pero yo le temo más a las faltas de utopías”.
 
Ambientalizar la vida erradicará el sentimiento de baldío que impera en la cultura del malestar permanente. Sopesar las señales difusas, muchas veces meros indicios, que se abren frente a nosotros para estar al acecho. Ambientalizar la Formación Ambiental en ámbitos urbanos, implica desbordarse hacia una construcción social. Significa imbricar en las propias prácticas los mestizajes sociales y culturales. Significa reterritorializar la Pedagogía y la Política en los campos umbríos del Paradigma Ambiental.
 
Para concluir, deseo confiarles mi profunda admiración por Fernando Pessoa, entrañable poeta portugués. Y como en él, también arraiga en mi ánimo, el desasosiego de los tiempos en mutación. Desasosiego como energía movilizadora, sin relación con el desencanto y el escepticismo. Se incardina como una impronunciable sensación infinitamente íntima, tersa, abierta a la deriva de diálogos contrastantes. No inhibe ni oblitera, se mueve en el sentido del vuelo y el asombro, y se impregna de insondables interrogantes.
 
Ese desasosiego incolmable, dibujándose como borde inasible ante el conocimiento y la sustentabilidad nos impulsa, con la levedad de la contundencia, hacia la necesidad de reaprender, de repensar el pensamiento, de des saber lo sabido, desde todos los puntos de la rosa de los vientos. 
 
El reaprendizaje es un momento inaugural y también es un viaje interminable. Deberemos instalar el reaprender en los territorios de la desmesura; vulnerar las fronteras acartonadas de la razón instrumental e imaginar futuros cuyos lenguajes hablen la gramática poetizada de la complejidad ambiental.
 
Esta contundente afirmación se abre a la textualidad de una reescritura de lo ambiental desde la historicidad latinoamericana, desde la saga humanista liberadora freiriana y martiana, desde aportes de los pueblos originarios y filósofos de la liberación y la multiplicidad de fecundas reflexiones-acciones que se despliegan desde los territorios educativos formales y no formales, cuya separatividad deberemos reformular, con un embuclamiento interdependiente y creativo. Esa nueva textualidad reconocerá las grafías aportadas por educadores latinoamericanos, cuando sugieren los siguientes principios orientadores para la Formación Ambiental Urbana en aras de la sustentabilidad;
 
 1-orientación sistémica,
 2-visión socio-ambiental,
 3-ética personal y social,
 4-Contextualización,
 5-Perspectiva de género y la justicia social y
 6-Educación Integral Crítica en el marco de la Pedagogía de la     Complejidad Ambiental,
 para desandar los caminos de lo consabido, para transitar los fértiles suelos de lo “no pensado”.
 
 En definitiva, pensamos, lo local es la otredad subyugada por la globalización, lo negado y sistemáticamente desvalorizado por Neoliberalismo Posmoderno. El sujeto construye en su lugar, el lugar es el hábitat espeso del arraigo, donde se diseminan los encantados sentidos de la vida, tejido con los fragores de la proxemia cotidiana y abrigados por la manta protectora de sueños entrañables y mitos colectivos.
 
Sostenido en la tradición latinoamericana geográfica urbanística, representada entre otros, por Milton Santos y Roberto Fernandez, por el derrotero filosófico político ambientalista desafiante rubricado por los constructores del Pensamiento Ambiental Latinoamericano, y por nuestras propias cartografías cognitivas urbano ambientales, imaginamos que repensar la cuestión urbana desde la Formación Ambiental significa poner en cuestionamiento y sospecha, como dice Magnaghi, “la proliferación de prótesis tecnológicas” largamente instrumentadas con la ilusión de resolver los problemas metropolitanos.
 
La cuestión urbana debe ser vivida con la sensibilidad de los tiempos Piranessianos, son los tiempos epifánicos de la lógica anticipatoria. Jean Piranessi, arquitecto, arqueólogo y grabador, en plena consumación de la estética renacentista y de la Razón Iluminista durante el siglo XVIII, deconstruyó con sus grabados sobre las cárceles romanas imperiales la hegemonía espacial, estética y repesentacional de una época, anticipando otros imaginarios, tal vez los del siglo XXI. El viaje por la ciudad, por lo local, entonces, es un viaje por simultaneidades, por trasfondos de secretos diseminadores brotados de silencios epifánicos convocando a escuchar otras voces. Voces diversas, plurales, voces destecnocratizadas, clamadas por habitantes de constelaciones culturales suburbiales, habituados a transgredir los bordes inescrutables de la fragmentación, para que los archipiélagos positivistas puedan reconvertirse en los archipiélagos complejos, donde las islas están separadas por lo que les une.
 
La ciudad que deseamos es también la ciudad que presentimos, y por que no ha de ser, también, la ciudad que ignoramos. En la búsqueda de sentidos urbanos, Borges le ofrenda a la ciudad amada desde la lejanía, su delicadeza poética, y frente a la imprecisión de sus recuerdos dice “yo presentí la entraña de la voz/ las orillas/ palabras que en la tierra pone el azar del agua/ y que da a las afueras una aventura infinita”.
 

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