Paradigmas » Jaime Breilh - Era barbarie

Última actualización: 15/06/2009

 FACULTAD DE CIENCIAS MEDICAS DE LA UNIVERSIDAD DE CUENCA

II FORO INTERNACIONAL “PENSAMIENTO HUMANISTA Y MEDICO DE EUGENIO ESPEJO Y ERNESTO CHE GUEVARA”

 

“PERSPECTIVAS POLÍTICAS, SOCIALES Y ETICAS DE LA INVESTIGACIÓN EN UNA ERA DE BARBARIE”[1]

 

Dr. Jaime Breilh[2]

 
El pensamiento científico-médico que domina en el Ecuador contemporáneo, se ha distanciado radicalmente de la necesidad colectiva y se ha vaciado de todo contenido social, humanista y liberador.
 
Asistimos a una época de derrota del conocimiento, debida a la substitución del pensamiento crítico por un raciocinio descriptivo y funcional al poder, pero este es un problema momentáneo, porque el pensamiento emancipador nunca desfallece ante las ideas dominantes. Como lo expresé al escribir la “otra memoria sobre Espejo” que publicó hace un año esta querida facultad, y que de alguna manera contribuyó al nacimiento de lo que ahora se institucionaliza como una cátedra internacional, “...el humanismo estuvo siempre ligado a las posiciones emancipadoras apostando aun ser humano nuevo, inconforme, apto para nuevas utopías”. Espejo y el Che no miraron desde un horizonte liberador la vida y la salud solamente porque hayan sido individuos esclarecidos, lo hicieron principalmente porque sus ideas eran la encarnación de un pueblo en marcha: fueron un ejemplo de esa simbiosis descubierta por Gramsci entre una intelectualidad orgánica que encarnaba las urgencias espirituales y materiales de su gente, y una masa que asumió un modo de pensar liberador. El Che como Espejo, se formaron y lucharon en épocas en que las sociedades cambiaban de piel y de sustancia, proceso que parecen haber olvidado los planificadores tecnócratas y la burocracia universitaria de nuestros días.
 
En el terreno de la salud individual, es evidente que con pocas excepciones, la investigación clínico-quirúrgica y terapéutica ha sido absorbida por la lógica de las empresas transnacionales de medicamentos e insumos. Mientras que en el terreno de la salud colectiva o pública, se observa que los núcleos universitarios de posgrado e investigación han perdido la brújula y se metamorfosearon, gracias a las seducciones del Banco Mundial y de las agencias de cooperación internacional, hasta quedar convertidos en meros apéndices del nuevo modelo de modernización.
 
El capital financiero y la contrarreforma expandieron su influencia apoyados por las políticas neoliberales y pasaron a comandar la lógica de las políticas y servicios de salud, así como los programas de enseñanza médica. Tras del discurso de la modernización, su objetivo principal es la captación de los fondos de ahorro contenidos en las pensiones, y de la maquinaria de los servicios públicos para ponerla al servicio de esquemas de lucro o de modelos de recorte del gasto social. En el centro de ese movimiento de reforma hacia atrás, se encuentran estrategias como la llamada “gerencia de la competición” o “competencia gerenciada” y la paulatina conversión de los servicios de salud, que hasta hace poco eran considerados un derecho y una obligación del desarrollo humano sustentable, hacia una mercancía que debe comprarse en el mercado, u ofrecerse como una atención primaria de mínima calidad para los pobres. Ante ese notorio retroceso, cuyo centro de gravedad pasó a ser el Consejo Nacional de Salud, la mayoría de las facultades de salud del país han mantenido un silencio cómplice o han apoyado directamente la reforma neoconservadora; sólo algunos gremios de la salud, que sienten en carne propia los impactos de la tendencia regresiva, se han movilizado en defensa de los derechos y contra la implementación de esa política neoliberal. Irónicamente, no han sido los representantes de la derecha social del país los más lúcidos impulsores de esta política, sino algunos tecnócratas de procedencia universitaria.
 
Ante ese panorama demoledor, la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Cuenca y varios gremios y centros de investigación nacionales han levantado voces de resistencia contra ese retroceso que amenaza con seguir desmantelando los derechos sociales. Y es precisamente ahora que el modelo hegemónico empieza a mostrar su fracaso y perder legitimidad, que la realización de un foro como éste, que busca desprender lecciones vigentes acerca del pensamiento humanista y revolucionario de Eugenio Espejo y el Che Guevara, es una valiosa oportunidad para reflexionar sobre esta encrucijada y retomar la construcción de salidas.
 
El desafío no es sencillo, pues a la par que enfrentamos la hábil estrategia de los grandes monopolios y negocios de la salud -y del Estado que les secunda-, observamos poca claridad en la visión que el pueblo tiene sobre sus derechos. Los grupos poderosos han aprendido cómo dominarnos por convencimiento; lo que Gramsci, describió como hegemonía, es decir la subordinación con el pleno acuerdo de las víctimas. No otra cosa implica la aceptación que ha recibido en considerables sectores de la ciudadanía y aun de las clases populares, aquella estrategia de desmantelamiento de la seguridad social y de las políticas sociales del Estado, acompañada de la campaña de descrédito de los servicios públicos, supuestamente realizada para defender el derecho a la salud y su universalización.
 
En efecto, el discurso de esa modernización ha confundido a las clases trabajadoras y medias, y así se ha construido hegemonía en salud; aun ganándose adeptos ingenuos en el mundo médico. Como lo dijéramos hace poco en una columna de un periódico de la capital, “..Si revisamos con atención las “declaraciones de principios” de documentos tan diversos como la recientemente aprobada ley orgánica del sistema nacional de salud y la retórica de varios partidos y editorialistas de la prensa convencional, podríamos llegar a la errónea conclusión de que el Ecuador es un país con una opinión pública avanzada, donde existe una especie de acuerdo progresista sobre la salud. Y claro, que otra cosa se podría suponer, si todos hablan de ´equidad´, ´acceso universal o salud para todos´, ´solidaridad´ y ´participación´....Lamentablemente, aquella imagen optimista se disipa cuando entendemos que, el uso de esa terminología no es otra cosa que la perversa utilización de conceptos que expresan las reivindicaciones colectivas, con el fin de disfrazar una regresiva estrategia neoliberal, recreada por tecnócratas obedientes que han diseñado una política de salud hecha para tapar las severas carencias sanitarias del país.”
 
Las clases dominantes descubrieron la substitución de la fuerza por el engaño y generaron estrategias para fabricar mayorías[3], es decir, la misma inmolación que consiguen las campañas de la oligarquía para cosechar votos ingenuos en una elección, es la que consigue la propaganda privatizadora para ganarse adeptos del pueblo al desmantelamiento de los servicios y programas públicos de salud.
 
Papel de la Investigación
 
Llegados a este punto de la reflexión, miremos el papel que la investigación ha jugado en todo este proceso. Muchos científicos o médicos interesados en la investigación asumen como válidos los postulados del positivismo; un paradigma de la ciencia que sostiene que la objetividad supuestamente radica en la separación entre el objeto y el sujeto del conocimiento. Dicha desconexión entre el trabajo científico y la realidad, y la noción de un mundo ficticiamente “exterior” y separado del pensamiento, no sólo llevó a la concepción errada de que la ciencia tiene que extraer verdades absolutas mediante esa observación “aséptica” de los fenómenos, sino que condujo a la noción elitista de que ese saber desconectado es la única forma confiable de conocer, y de que ni la gente “de abajo”, ni los sabios que operan bajo reglas distintas a las del conocimiento “Occidental”, tienen la capacidad, ni la autoridad para producir conocimientos válidos. En el campo de la salud durante todo este tiempo se ha impuesto aquella lógica, la cual contribuyó a hilvanar una estrategia conveniente al poder basada en: [a] la manipulación del conocimiento como reflejo en las mentes de élites escogidas; [b] la interpretación de la realidad como un objeto fragmentado y cuyos pedazos convertimos en “variables” que las podemos conectar de manera lineal; y [c] la acción como una actividad focalizada en dichas variables, para provocar apenas cambios de forma parciales.[4]
 
Para comprender las consecuencias de ese modo de concebir la ciencia en las “perspectivas sociales y éticas de la investigación” –que es el problema que tenemos entre manos-, es necesario explicar porqué un paradigma científico puede ligarse a una determinada concepción política. El enfoque positivista, así como otras forma de pensamiento que fragmentan la realidad, han llevado a que el trabajo científico termine convirtiéndose, consciente o inconscientemente, en un instrumento funcional a la estructura de poder. Sólo a las clases dominantes interesa que miremos la realidad exclusivamente por sus partes, y que actuemos sólo sobre dichas partes; no conviene al poder que miremos la totalidad histórica y las raíces de los problemas de la salud, no le conviene a sus intereses, por ejemplo, que comprendamos los vínculos profundos que existen entre el sistema monopólico de propiedad y la distribución de modos y calidades de vida entre los diferentes grupos sociales, étnicos y de género. Pues si al analizar los problemas epidemiológicos de diverso tipo, como los procesos transmisibles o las neoplasias, por ejemplo, los ligamos a los modos de trabajo destructivos, a las falencias de nuestro consumo de alimentos y vivienda, a nuestra impotencia para incidir sobre las decisiones de gobierno, a la profunda inequidad de nuestro acceso a los servicios como la educación y la salud, a la pésima calidad de nuestras relaciones ecológicas o medio ambientales, y si conectamos todo eso, que forma parte de nuestro modo de vida, con la estructura de propiedad y de poder que nos rige, es cuando empezamos a comprender la génesis y distribución de las condiciones de salud. Pero, si por el contrario, seguimos recortando la realidad al plano de los fenómenos y reduciendo nuestra mirada del mundo sólo hacia las “variables” o hacia los relatos aislados de personas, y descontextualizamos esas observaciones, entonces asumimos automáticamente una cosmovisión positivista, que encasilla nuestra mirada en dichas parcelas, y por consiguiente, a la hora de prescribir acciones de salud, sólo nos disponemos a modificar dichas parcelas, descuidando el cambio de la totalidad. De esta manera descubrimos que hay una vinculación estrecha entre el método de la ciencia que usamos y la ideología o el cristal ideológico a través del cual miramos la salud. Por eso, es muy importante que las nuevas generaciones recuperen la visión crítica que logramos en el terreno de la ciencia quienes les antecedimos en décadas de lucha contra el positivismo, y es la responsabilidad el recrear una teoría de la salud contrahegemónica. No se puede ser avanzado en el discurso político, mientras que se es atrasado en el discurso científico de la Medicina y la salud.
 
La falta de conciencia sobre ese vínculo entre lo científico y la necesidad social sería un hecho extremadamente grave en los momentos actuales en que, como veremos más adelante, el capitalismo ha entrado a una época de barbarie, planteándose así a toda actividad de la medicina, incluida la investigación, la encrucijada de servir al proyecto dominante, o por el contrario, asumirse como un recurso de emancipación.
 
Lamentablemente, el enfoque funcionalista se encuentra muy difundido en la medicina nacional, predominando dos tipos de estudios que, al final, convergen en su funcionalismo: estudios clínicos sometidos a la lógica de las empresas farmacéuticas; o investigaciones, pretendidamente sociales o de Salud Pública, que obedecen a la lógica privatizadora y funcionalista de los programas del Estado y las agencias de cooperación internacional.
 
Por esas dos vías se ha impuesto un modo de hacer investigación propicio para la sociedad de mercado, y útil para su legitimación. El modelo hegemónico consolida la ciencia como una fuerza productiva para la manipulación de la naturaleza, o sirve para manipular las relaciones sociales que requiere el orden dominante. A lo cual se añade, su carácter excluyente del aporte de otros saberes y culturas, porque reproduce la idea de un sólo modo de mirar el Universo –o lo que podríamos denominar la uniculturalidad en el pensamiento-.
 
Ese tipo de investigación es socialmente insensible y políticamente sesgada; sólo así se explica que mientras la salud nacional se deteriora y la globalización desencadena una pandemia de enfermedades del sufrimiento, los foros y congresos médicos siguen inmutables ejecutando protocolos importados de investigación, sea para probar nuevos remedios o para implantar las recetas de la salud pública dominante, y eso que es lamentable para cualquier época, lo es aun más ahora que el mundo retrocedió y los derechos humanos, sociales y de salud se hallan en trance de extinción si nos unimos a las voces del planeta que luchan por otro tipo de mundo.
 
El Horizonte Socio Político
 
La ciencia se mueve y desarrolla en el marco de un contexto social y político, no cabe su análisis al margen de la estructura de poder, en cuyo seno se definen las condiciones de producción de las instituciones científicas, las decisiones sobre los problemas, las metodologías, los modos de vinculación con las necesidades y, por último hasta las formas de presión directa del poder. Analicemos entonces los rasgos característicos del escenario donde nos toca hacer ciencia.
 
Se ha dicho que en los años sesenta la encrucijada se dio entre socialismo y barbarie, una confrontación que se resolvió mediante la violenta imposición del terrorismo de Estado, orquestada desde Washington y concertada con las oligarquías nacionales.[5] Ahora, tres décadas más tarde, la maquinaria neoliberal vuelve a provocar un cataclismo económico social y renueva la estrategia del terrorismo oficial, pero en esta oportunidad la encrucijada es mucho más violenta, pues se trata de la oposición entre pueblos que apenas sobreviven y una forma intensificada de barbarie capitalista.
 
En aquellos años anteriores, la legitimidad del sistema se consiguió mediante el hábil reconocimiento de algunos derechos humanos básicos y la negociación del llamado “pacto social”, ahora el sistema ha demolido los derechos principales y se sostiene fundamentalmente a base del miedo, el terrorismo institucionalizado en la guerra, y la expansión de los mecanismos de control cultural y hegemonía.
 

 


 

La sociedad capitalista dejó hace mucho de ser una simple explotación de la fuerza de trabajo legitimada por medio de condiciones básicas de seguridad laboral y bienestar social; ahora vivimos la negación radical de la democracia y la consagración de una violación sistemática de los códigos humanos y sociales que garantizan estándares de vida y condiciones de dignidad y en las que se han institucionalizado una estructura jerárquica opresora y poderosos mecanismos para despojar a la gente de su trabajo, de su futuro y del poder que se requiere para construir la identidad propia, conservando lo mejor de nuestra cultura.; el capitalismo se ha tornado un agresivo sistema de dominio que ha degradado la subsistencia a lo mínimo y ha creado la imposibilidad estructural para una reproducción social sustentable. Como lo dijéramos en otra oportunidad, la globalización en esas condiciones viene a resultar una absurda carrera hacia el fondo, en que los países compiten, en realidad, por cual va a llegar primero a ser el peor en términos humanos para lograr la mayor tasa de explotación, tanto del ser humano, como de la naturaleza. La dramática caída de los salarios reales que se observa en la región en el período de más agresiva reestructuración neoliberal, es un indicador del desplome de la sustentabilidad humana y social (ver gráfico).[6]
 
Las transnacionales han constituido una verdadera dictadura mundial, con un mando centralizado, aunque dependen de sus propios Estados. Un análisis recientemente publicado por la Revista “Fortune”, sobre las cien trasnacionales más importantes, encontró que “...todas éstas se habían beneficiado de intervenciones específicas de los Estados nacionales donde tienen su base, mediante subsidios que provienen del contribuyente fiscal y del desguace del aparato productivo público en beneficio de las corporaciones.” [7] Entonces parece evidente que Mészaros[8] tiene razón cuando dice que estamos ante la tercera fase de imperialismo hegemónico global, cuyo asiento radica en el Estado norteamericano, secundado por los algunos Estados Europeos. Esa cúpula imperial ha establecido sus redes económicas junto con los monopolios del resto del Mundo y las fuerzas que controlan los estados periféricos.
Lo doloroso es que, para hacerlo, ha podido aprovechar de la atomización interna de los pueblos dominados, y del carácter espontaneista y disperso de sus nexos internacionales. 
 
El imperialismo está vivo y los centros de poder monopólico no son virtuales y difusos, como pretenden hacernos pensar Negri y Hardt[9]; tienen una organicidad y una correspondencia territorial; están enclavados en los aparatos de Estados concretos; se respaldan en ejércitos regulares o mercenarios que tienen fuentes de financiamiento y centros de comando insertos en los servicios de inteligencia y los ejércitos del principal Estado imperialista; y finalmente, la hegemonía y el control cultural también se ejercen desde maquinarias, medios de comunicación y aparatos culturales, cuyos centros de operación radican en dicho Estado imperialista. La apariencias de que los estados nacionales se han disuelto, de que ya no existen los aparatos de subordinación imperialista, sino que ahora lo que existe es un “imperio”, donde los mecanismos de tal dominio se habrían distribuido a través de los cuerpos y las mentes de los ciudadanos, y los comportamientos sociales, estarían cada vez más interiorizados dentro de los propios sujetos, es sólo un nuevo fetichismo de la comunicación virtual.
 
Desde el punto de vista de la salud, la humanidad enfrenta uno de los mayores descalabros de la vida sobre el Planeta, y como sucede en las épocas de mayor conflictividad social, la ciencia experimenta tensiones que muchas veces terminan provocando crisis en los paradigmas científicos.
 
La ciencia y la enseñanza universitaria en salud no pueden desentenderse ni voltear la cara ante el descalabro de las bases mismas de la vida humana. No porque estemos abogando por una instrumentalización o politización directa de la investigación o de la educación, sino porque estas actividades tienen que construir sus objetos, impulsar sus contenidos y metodologías, sin perder de vista las condiciones y necesidades colectivas de las que depende el desarrollo de dichos objetos. Y ese no es un asunto de sobreponer frases bonitas y hacer golpes de pecho en escritos médicos que, en su fondo, siguen inspirados en la misma lógica que hemos denunciado. La nueva conciencia científica debe reflejarse en la construcción interna del conocimiento: mediante la construcción de nuestros objetos de investigación, de los conceptos y categorías con los que pensamos y a los principios ético-políticos de las acciones que nuestra investigación propicia.
 
No se trata aquí de volver al lysenkismo, ni abogar por una instrumentalización barata del pensamiento científico, el cual como el arte, requiere de un margen de autonomía relativa para su pleno desarrollo; no se trata, en nuestro caso, de teñir de ideología a las células, los neurotransmisores y los músculos; se trata simplemente de superar las restricciones del pensamiento científico convencional, que está presente en la mayor parte de artículos y escritos médicos, y que tiende a reducir la salud en tres formas: reducir la salud a la enfermedad y a lo individual; reducir la realidad en salud al plano único de los fenómenos empíricamente observables; y atribuir el movimiento de esa realidad a la simplicidad unidimensional de un orden mecánicamente determinado. Bajo esa mirada se provocan tres exclusiones correspondientes: se excluye lo social o colectivo al analizar la salud; se excluye el plano de los procesos generativos que no son directamente observables en nuestros pacientes; y se excluye la visión de lo histórico y de la influencia de la totalidad social en los procesos de la salud.
 
No podemos seguir explicando la salud sólo mediante las expresiones mórbidas de los niveles fisiopatológicos y los fenómenos del orden biológico individual; no podemos explicar la complejidad de la salud, sólo mirando sus expresiones clínicas personales. No podemos seguir llamando epidemiología de las distintas enfermedades a la extrapolación de esa misma lógica clínica a series de población. El país denota un gran atraso frente al desarrollo de la visión colectiva de la salud logrado en otros países del Mundo. Si persistimos por esa vía atrasada, seguiremos reproduciendo la idea caduca de que una ciencia de peso, un desarrollo científico riguroso y de excelencia depende solamente de cuánto nos acerquemos a los órdenes biológicos, de los procesos moleculares y genéticos, desconociendo que tales procesos de nuestro fenotipo y genotipo se desarrollan en profunda concatenación con el modo de vida y con la historia de la colectividad. Por esa vía sólo construiremos un espejismo de ciencia, que seguirá ubicándose a la cola del desarrollo científico de la región.
 
 
En un escenario de esas características es urgente e inevitable activar un pensamiento crítico acerca de los problemas de la salud, y para eso es indispensable recuperar una ideología emancipadora para la ciencia y la educación superior. La perspectiva desde la cual nosotros trabajamos es la del neohumanismo popular.
 
Como lo hemos explicado en un trabajo anterior el problema de fondo es que hemos sido entrampados en una cultura de rechazo a la crítica del capitalismo y que ya nos interesa desnudar para transformar sino suavizar para reformar...buena parte de la intelectualidad, cayó presa de lo que podríamos llamar el “complejo del muro”, que consistiría en una fobia o renuncia, sin beneficio de inventario, del pensamiento emancipador ...Y siendo hasta escandalosas las evidencias del fracaso y costos de la sociedad monopólica posindustrial parece ser que hemos aceptado las reglas del juego capitalista aunque criticamos sus lacerantes efectos, es como si el mundo capitalista nos pareciera un escenario terrible pero perfectible...El complejo del muro nos impide reconocer que sigue siendo válida la tesis del marxismo que se refiere a la monopolización de la propiedad.[10] Y mientras los intelectuales dorados las masas andan perdidas en las reivindicaciones moralistas y del consumo. Es como si nos abrían lavado la conciencia para olvidar las raíces estructurales y renunciar a las tesis de transformación de nuestra sociedad.
 
Si revisamos con atención las “declaraciones de principios” de documentos tan diversos como la recientemente aprobada ley orgánica del sistema nacional de salud y la retórica de varios partidos y editorialistas de la prensa convencional, podríamos llegar a la errónea conclusión de que el Ecuador es un país con una opinión pública avanzada, donde existe una especie de acuerdo progresista sobre la salud. Y claro, que otra cosa se podría suponer, si todos hablan de “equidad”, “acceso universal o salud para todos”, “solidaridad” y “participación”.
 
Lamentablemente, aquella imagen optimista se disipa cuando entendemos que, el uso de esa terminología no es otra cosa que la perversa utilización de conceptos que expresan las reivindicaciones colectivas con el fin de disfrazar una regresiva estrategia neoliberal, recreada por tecnócratas obedientes que han diseñado una política de salud hecha para tapar las severas carencias sanitarias del país.
 
La citada ley orgánica del sistema nacional de salud viene a ser una condensación de toda esa nueva estrategia de hegemonía. Debemos aprender a desentrañar los elementos “ocultos” de ese tipo de retórica neoconservadora, y oponerles lo que sería una verdadera política de salud vista desde los “sin poder”, o desde la “sociedad civil de los pobres”. Distinción absolutamente indispensable, pues la historia de las políticas sociales del país está llena de ejemplos de “amplios” foros que convocan a una supuesta pluralidad de sectores, cuando en el fondo son instrumentos para la legitimación de lineamientos obedientes a las tesis del poder, adaptados a la cancelación del gasto social. Es un evidente contrasentido, por ejemplo, hablar de programas de salud descentralizados y transferidos a consejos cantonales de provincias pobres, mientras en esas mismas localidades , y armadas de leyes oscuras y permisivas, las empresas transnacionales y locales arrasan con la naturaleza y aprovechan la precaridad del empleo para acumular sus capitales, mientras las asignaciones presupuestarias se diseñan para “subsidiar una oferta”, calculada para mantener mínimos de supervivencia y recortar el gasto social.
 
No sólo ahora que se aproxima el evento electoral, sino como un ejercicio permanente de defensa de la vida, debemos avanzar hacia una propuesta que verdaderamente represente la necesidad colectiva y plasme los derechos constitucionales, en lugar de tenderle el tapete, como lo hace la citada ley, a las cuatro grandes estrategias bancomundialistas, que son: el recorte del gasto en salud; la focalización de los esquilmados presupuestos en poblaciones de alta miseria; la privatización y mercantilización de los servicios asistenciales; y la transferencia inequitativa de responsabilidades no respaldadas, bajo el membrete de descentralización.
 
¿Cómo trabajar entonces un nuevo pensamiento y una salida política donde la “equidad”, la “solidaridad”, la “universalidad”, la “participación” encuentren vigencia y sean eso que pretenden designar, en un sistema de salud verdaderamente descentralizado? A nuestro modo de ver, varios son los puntos de partida. En primer lugar, comprender que la salud no es exclusivamente un problema de oferta de servicios curativos -deformación nacida en siglos anteriores y fomentada por razones de lucro privado-, sino que los impactos masivos en la salud pública, para dominar no sólo la desnutrición, el dengue, la tuberculosis y la malaria, sino las nuevas enfermedades de la pobreza global, se han logrado donde el sistema social y político ha viabilizado cambios profundos en la protección del trabajo y la seguridad social, la vigencia de un robusto sistema de protección del consumidor, la incorporación de las lógicas preventiva y curativa de los recursos de otras culturas y de modelos también “occidentales” alternativos, y agresivos programas de protección del ecosistema. En segundo lugar, debemos entender que la construcción de un sistema de salud es un desafío que sólo puede lograrse superando la estructura clasista de poder, que se reproduce manteniendo una salud de tercera clase para pobres, para mujeres y para grupos étnicos desaventajados, vestida de membretes como el de “atención primaria” o “seguro universal”, cuando menos universal es la seguridad humana. Y finalmente, comprender que dicha superación sólo podrá lograrse en los foros libres de asambleas populares, constituidas en una fuerza social anti-hegemónica, orientada a construir un proyecto verdaderamente alternativo sustentado por las organizaciones sociales y no por una “gerencia de servicios para la administración competitiva”, ni por ese espíritu mercantil que ha convertido al derecho de la salud en una mercancía y los usurarios en “clientes”. Para este esfuerzo, no se parte de cero, pues existen tanto en el país como en otros de América Latina y el Mundo, modelos exitosos de salud basados en aquellos principios que enunciamos. Todas estas experiencias, han caminado gracias al motor de un pueblo organizado y conciente y al impulso de técnicos progresistas. En definitiva una política de salud basada en una estrategia de poder colectivo sobre la salud, ejercido alrededor de los mecanismos de planeación estratégica de las necesidades y recursos; monitoreo social sobre la calidad; y control colectivo de las acciones y programas.  
 
¿Cómo construir una política viable y sustentable de equidad en salud, cuando toda la estructura del país está hecha para profundizar la inequidad? ¿Cómo creer en la política de equidad en salud que propugnan algunas agencias de cooperación y Naciones Unidas, sin mirar, por ejemplo, la amenaza del modelo de integración que se nos quiere imponer con el nombre de ALCA, y que esta diseñado exactamente para reproducir y ampliar la profunda inequidad regional a nombre de la libertad de comercio? Entonces, los científicos que participamos en la planeación de la salud, no nos podemos desentender de ese tipo de fenómenos que marcan la vida humana, y cuyo análisis nos lleva inevitablemente a considerar el problema de la ideología de los científicos. Como ilustración, podemos volver a este tema de la integración regional. Una política de equidad social y de salud, podría ser enfocada sea desde la orilla del fundamentalismo del imperio norteamericano, con su doctrina de la absorción regional, o más bien pensarse bajo una política de equidad e integración democrática. Cuando la comunidad europea habla de integración de mercado, lo hace bajo el principio de una “comunidad de iguales” y destina el 37% del presupuesto comunitario para nivelar el desarrollo económico de los miembros.[11] Este es un ejemplo actual, que nos demuestra que el problema de la salud puede pensarse desde perspectivas opuestas, aspecto que nos lleva a concluir que la ciencia adquiere proyecciones distintas según la posición socio política de sus gestores.
 
El Horizonte Etico
 
Como lo hemos sostenido en una publicación que prepara la Academia Ecuatoriana de Medicina la evaluación ética de la práctica en salud es una necesidad urgente en los momentos actuales.
 
La práctica en salud, como venimos diciendo, no sólo se refiere a la labor clínico terapéutica y quirúrgica que desempeñan l@s profesionales en hospitales, consultorios y otros escenarios de la salud curativa; incluye además todo el conjunto de acciones preventivas y de promoción salud que tienen un impacto profundo en la calidad de vida y en el estado de la salud de las colectividades, es decir todas aquellas acciones que se realizan para proteger la vida y promocionarla, tanto en los sitios de trabajo, cuanto en los sitios donde se realiza el consumo de todo tipo (espacio doméstico, sitios de consumo de alimentos y otros bienes; zonas de transporte; espacios donde se acude para recibir servicios –educación, salud, etc.-sitios de recreación; y en general en todos los ámbitos donde la vida humana se recrea y reproduce.
 
La investigación en salud de punta que se realiza en la actualidad en la mayoría de centros de excelencia académica del mundo, ha penetrado cada vez más en esos otros procesos que condicionan la salud, y ha comenzado a alejarse cada vez del clásico paradigma biológico y asistencialista. De esa manera, se ha empezado a provocar una verdadera crisis del paradigma médico que se impuso hasta las décadas anteriores.
 
Como lo ha sostenido el brasileño Garrafa, un reconocido autor de la bioética latinoamericana, el retomar de la discusión ética ha sido uno de los mecanismos de la sociedad para defender sus valores. registra la mayor vigencia actual de la preocupación bioética[12] Dicha vuelta al escenario se debería a las inquietudes de responsabilidad social y moral incubadas en los años 60, y a la perplejidad política actual que apareció en décadas más recientes, como consecuencia del modelo social que antes comentamos y que provocó el desplome de la calidad de vida a lo largo y ancho del planeta, pero especialmente en el llamado Tercer Mundo. .
 
Hay dos vertientes de la bioética que deben trabajarse con urgencia para enfrentar los serios dilemas de la época con una mentalidad renovada: la transformación del actual modelo profesional y científico; y la ampliación del horizonte de preocupación de la bioética a la vida social en su conjunto.
 
El primer desafío se refiere a la imperiosa necesidad en los momentos actuales de delinear cánones éticos para procesos como los de transplante de órganos, la reproducción asistida, y otras actividades que muchas veces llegan a implicar la compra y venta de órganos y partes del cuerpo humano, procesos que conllevan controversias filosóficas y jurídicas sobre la relación entre ética y ciencia, así como entre libertad y mercado.
 
En segundo lugar, es indispensable ampliar el horizonte de la bioética. Y al respecto hay que decirlo, ninguna discusión bien informada sobre bioética debería prescindir de los aportes sustanciales que en este campo ha ofrecido Giovanni Berlinguer. El citado especialista italiano, ha propuesto la ampliación del paradigma bioético. En una conferencia dictada por él en el Instituto Gramsci (Roma, Marzo del 88), ampliada más tarde en un libro[13], el científico y pensador italiano introdujo la diferencia entre la bioética cotidiana y la bioética de las situaciones límite o de frontera. Al hablar de bioética cotidiana se refiere sobre todo a asuntos restringidos a los comportamientos individuales, pero, eso no significa que no pueda extenderse ese concepto para cubrir situaciones de exclusión social.
 
Desde esa perspectiva, nosotros hemos propuesto pensar en una bioética que no sólo asuma el cuidado de los procesos individuales de bienestar, seguridad genética y ecológica, así como la protección de las personas ante las malas prácticas y los agravios personales, sino que penetre los derechos y eticidad de los procesos sociales o colectivos, aquellos que conforman lo que Berlinguer denomina una “ética de la vida cotidiana” y que nosotros preferimos amplificar como ética del modo de vida, y que abarca la urgente recuperación de formas humanas de trabajo, los derechos del consumidor, los derechos y equidad étnica y de género, el manejo seguro del entorno ecológico, y en definitiva, todo lo que hace posible una salud colectiva como parte del proyecto emancipador, en una sociedad donde lo patógeno y la violación de los procesos éticos se encarna en el propio modo de vivir.
 
Parece ser que los científicos no podemos ahorrarnos la responsabilidad colectiva, ni el dolor de la conciencia social. Una ciencia sin conciencia es inefectiva o puede aun llegar a ser peligrosa, y lo más grave que le puede suceder a un colectivo universitario, como lo diría Morin, es que no tenga conciencia de que le falta la conciencia[14]. La ciencia sin una ideología es como una arma blandida en cualquier dirección.
 
Finalmente, si reconocemos que la revolución es la ternura de los pueblos y la salud necesita de esa ternura, podemos decir también que la ciencia puede ser un instrumento de ese gran amor organizado.
 
Nuestra afirmación humanista como profesionales y científicos de la salud, presupone la afirmación de los otros sujetos del pueblo y presupone, además, la afirmación de la naturaleza. La condición de nuestro proyecto, es la condición del proyecto social y es la condición de un gran proyecto solidario para los pueblos del la Tierra.

[1] Conferencia dictada en el Teatro “Carlos Cueva Tamariz” de la U. de Cuenca; 16 de Octubre del 2002.
[2] J. Breilh, Md.PhD, Director del CEAS; Presidente del CINDES; jbreilh@ceas.med.ec
[3] Draín, Lucía (2002). La Fabricación de Mayorías. La Fogata, correo@lafogata.org, septiembre.
[4] Breilh, Jaime (2002). Epidemiología Crítica: Hacia Un Paradigma Emancipador e Intercultural de la Ciencia y el Conocimiento. Buenos Aires: Lugar Editorial.
[5] Dieterich Steffan, Heinz (2002). Hacia el Cataclismo Latinoamericano en “Cartas al Libertador” (Cobo, R. editor). rcm@andinanet.net: 60, febrero 17
[6] Tomado de: Granados, Ramón (2002) La Reforma de los Sistema s de Salud: Tendencias Mundiales y Efectos en Latino América y el Caribe. Bogotá: Conferencia ante los estudiantes de Postgrado de Administración de Salud de la Universidad Javeriana, Agosto 15.
[7] Corbière, Emilio (2002). El Mito de la Globalización Capitalista: Socialismo o Barbarie. E-libro, net. Enero
[8] Mészáros, István (2001) Socialism or Barbarism in “Imperialism ande Empire (John Bellamy Foster).
   Monthly Review 53:4 (september): 5-37
 
[9] Hardt, Michael; Negri, Antonio (2000). Imperio. Massachussets: Harvard University Press (traducción de Eduardo Sadier)
[10] Breilh, Jaime (2002). El Asalto a los Derechos Humanos y el “Otro Mundo Posible”. Quito: Revista “Espacios” 11: 71.82, junio.
[11] Gratius, Susanne (2002). El Proyecto del ALCA Visto Desde Europa. Santiago: Estudios sobre el ALCA (FES), Nº 1, octubre.
[12] Garrafa, Volnei (1995). Dimensâo da Etica em Saúde Pública. Sâo Paulo: Faculdade de Saúde Pública.
[13] Berlinguer, Giovanni e Garrafa, Volnei (1996).O Mercado Humano: Estudo Bioético da Compre e Venda de Partes do Corpo. Brasília: Editora Universidade de Brasilia.     
[14] Morin, Edgar (1996). Ciência com Conciencia. Rio de Janeiro: Bertrand Brasil.

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