Cuentos » Magia de Dos Mundos - Carolina Cazaux

Última actualización: 28/04/2009

 

Carolina Cazaux
 
Cuando sea grande, dijo Lucía, quiero trabajar de princesa. Ella nunca pensaría que las uvas estaban verdes, porque con la varita mágica que le habían regalado en un cumpleaños hizo un toque sobre su cuerpo y le pidió que le pusiera un vestido, y al ver que no ocurrió, sintió-pensó-sentenció: la varita está rota, no anda. Sin duda, en el lugar de la zorra, hubiera saboreado las fabulosas uvas.
En todos sus cuentos había una bruja mala (porque las buenas no existen) o un lobo muuuyyy malo, pero también un hada y una princesa. “La hara”, siempre aparecía para ayudar a la princesa y garantizar su felicidad junto a algún príncipe enamorado. Tan cierto era esto como que aquella varita había venido fallada, porque la magia y el encanto de ese mundo son parte de su realidad.
Cuando me dijo que le pidiera un deseo al hada que estaba ahí delante nuestro, pensé un rato hasta que logré encontrarlo. No quería desperdiciar un deseo pidiendo algo banal o que también yo pudiera conseguir, así que rebusqué en lo más hondo de mi ser. Me sorprendió que me demandara esto tanto esfuerzo y pude sentir qué tan lejos estaba de mí misma.
Salimos corriendo hasta el árbol donde el hada se escondía y ahí la vi. Estaba entre las ramas, sonriendo, y era más chiquita de lo que yo imaginaba. Tenía un vestido y una corona dorados, irradiaba luz de paz y, como todo hada, una varita en su mano, dorada también y que además funcionaba, lo intuía.
-¡Lucía! ¡Mirá! ¡Está ahí, entre las ramas!
-¿Dónde? ¡No la veo!
-¡Ahí, mirá bien!- y le señalé el lugar.
-¡Ahhh, sí! ¡Ya la ví!
-Tenés que pedirle un deseo.
-Mmhh... a ver... ¡ya está!- y mirando hacia arriba, revoleando los ojos y con una sonrisa, dijo:
-Quiero tener una macota que sea un conejo.
Me pregunté por qué los chicos dicen sus deseos en voz alta. Todo se había complicado, porque una cosa era ver al hada y otra era hacer aparecer un conejo. De todas maneras, seguro que su deseo tenía más chances que el mío de ser concedido. Cuando vi que se quedaba parada debajo del árbol esperando al conejo, entendí que era yo quien tenía que responder por el hada, y le dije:
-Bueno Lu, ahora hay que esperar. Porque el deseo no siempre se cumple en el momento, a veces tardan un poquito...
Un gesto de desilusión le borró la sonrisa y la semilla de la duda fue sembrada. Nunca me había sentido tan patética, tramposa y triste. Sin embargo, su cara volvió a creer a pesar de la mía. Quiso seguir jugando y sentí que me había perdonado. Aunque a esa altura me sentía la bruja mala (porque ella seguía siendo la princesa), de repente fui otra vez niña y largo rato más seguimos andando ese mundo y recorriendo sus rincones y admirando sus paisajes. Ella se convirtió en hada y me volvió princesa, también fui un caballo blanco con cola dorada, conocimos prados, lagos, ríos y montañas. De tanto en tanto nos cruzábamos con alguna bruja mala de la que teníamos que huir o enfrentar, y entonces me convertía en hada para defenderla y usando mis poderes transformaba en sapo a la bruja.
Nos habíamos sentado en unas rocas cerca de un arroyo a saborear el último sol de la tarde mientras charlábamos y me hizo notar que en realidad estábamos en el cumpleaños y bautismo de Alma cuando le dije que el sol estaba cayendo, que ya se iba, y me respondió:
-¡Cómo se va ir si todavía no soplamos las velitas!
Ella tenía razón, el sol debería saber que recién podría irse después de haber cantado el feliz cumpleaños. Me acordé del conejo, de las uvas, de la varita que no funcionaba y del trabajo de princesa. ¿¡Cómo no se me había ocurrido trabajar de princesa!? Ella no había dicho “reina” porque hay reinas malas y feas y oscuras y de las que ostentan poder. Las princesas de Lucía eran la imagen de la felicidad, porque siempre son hermosas, radiantes, tienen una inmensa bondad y se caracterizan por su transparencia espiritual. Claro que también son vulnerables al Mal... pero para eso está la hara protectora. En definitiva, el Bien es el Gran Victorioso. Y como si hubiera escuchado mi pensamiento, salió corriendo hacia el árbol donde estaba el hada y me gritó emocionada:
-¡Vení! ¡Vamos a ver si ya trajo al conejo!
No toleraba la idea de volver a ver la decepción en su carita y tampoco quería romper el hechizo de un mundo que habíamos recorrido toda la tarde, así que decidí que yo no era quién para “arrancarnos” de ahí, decir que sólo era un juego y pisotear su esperanza.
-¿Y? ¿Lo trajo? – pregunté.
-Nooo- dijo con fastidio.
-Debe estar pensando cómo hacer- dije con tono triste.- Es que ahora no debe poder, por ahí más adelante... en unos días.
Se quedó inmóvil bajo el árbol, con la mirada perdida en el piso y la varita mágica que tenía en sus manos volvió a ser una rama con hojas y flores. Alguien gritó que vayamos a soplar las velitas y con el último rayo de sol estaqueado en el alma fuimos para adentro. Después de cantar el feliz cumpleaños y comer la torta, Lucía me dijo:
-Ya se cayó el sol, ¿viste?
No dije nada, sólo pensé en el conejo. Y decidí que cambiaría de trabajo.
 
17/1/07

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