Alegremia y Amistosofía son características esenciales del Mundo que anhelamos. Marchando hacia la concreción de este anhelo, hemos emprendido la Revolución del Cambio Cultural, del Antropocentrismo al Biocentrismo.
Estamos acostumbrados al humor negativo que predomina en el Antropocentrismo. Nada se puede, todo está mal, la culpa siempre es de otro u otros. Por otra parte quienes detentan el verdadero poder, que es el de los concentradores de la mal llamada riqueza, promueven el pesimismo y aportan a que se subvalore lo propio, fomentando pérdida de la autoestima personal y colectiva. El pesimismo y la baja autoestima alimentan el mismo sistema.
Decimos “concentradores de la mal llamada riqueza”, porque sin bien abundan en cosas materiales o intangibles como el dinero virtual, son más que pobres, son miserables porque carecen de esas cualidades que florecen en los seres humanos solidarios, que se apoyan mutuamente y son respetuosos de la vida.
Por el contrario, las revolucionarias y los revolucionarios promovemos la Alegremia. Ese flujo de alegría circulando por nuestro torrente circulatorio generando poderosas energías para cambiar el mundo.
La Alegremia no es risa fácil, sino una actitud optimista ante la Vida. La Alegremia es la que inunda de entusiasmos nuestros paisajes interiores.
Entusiasmo es llevar con una misma y uno mismo, la luminosidad de las diosas y de los dioses. El entusiasmo es condición indispensable para concretar grandes transformaciones en la Historia.
El Antropocentrismo pasará a la historia de la humanidad como lo emblemático de esta Era de la Modernidad que bien se debería llamar “Era Antibiótica”, por sus conductas biocidas, caracterizadas por las tres “ex”: explotación, exclusión, extinción.
El Biocentrismo nos trae la Era Alegrémica, una civilización rica en cualidades amorosas y con inteligencia para valorar lo esencial para la vida.
La recuperación del sentido de pertenencia a la Vida es lo que distingue a esta Nueva Era.