Continúa en mí ser el sentir la necesidad de compartir algunas de las tantas vivencias con el Pueblo Qom, las cuales me enseñaron tantas cosas para desaprender y a la vez aprehender.
Me llamaba la atención el tono de voz bajo en las conversaciones y a veces los largos silencios en reuniones grupales. Entendí que hablaba una sola persona por vez y que los silencios se daban cuando nadie sentía que tenía algo para compartir.
Otro impacto en los primeros días fue cuando hacía alguna pregunta, casi siempre a un varón, ya que en ese tiempo eran muy pocas las mujeres que hablaban castellano.
. La persona a quien me dirigía, agachaba la cabeza y quedaba en silencio. Me ponía nervioso, alzaba la voz, formulaba la pregunta cambiando las palabras, pensando que no me había entendido, hasta que comprendí que la persona se sentía muy valorada al ser destinataria de mi pregunta y en los segundos de silencio (que los percibía como minutos), buscaba la mejor respuesta.
Los silencios me hacen recordar un artículo de Eduardo Galeano en donde cita a su maestro: Juan Carlos Onetti. Cuenta Galeano que Onetti siempre citaba a los chinos, aunque Galeano dice que no sabe si es verdad que este pensamiento es de la sabiduría china: