Crónicas de Vivencias » Comentarios de un Joven Participante del Encuentro de la Red Jarilla en El Bolsón, Álvaro di Fini

Última actualización: 04/12/2010

 

Comentarios de un Joven Participante del Encuentro de la Red Jarilla en El Bolsón
 
Justo ese día me había levantado de humor, por lo que los problemillas del viaje no me importaron (problemas como el sueño, el aburrimiento, la incomodidad y tener carteras y valijas hasta por donde no nombraré…)
Y así, apretujados cuatro personas con sus bolsos (cinco personas, si contamos una valija que tenía que viajar en el asiento) llegamos a Junín, donde también nos subimos a una camioneta algo más grande (algo mucho, a decir verdad) pero con los bolsos de una quinta (sexta) persona.
Entre pitos y flautas llegamos a El Bolsón y llegamos al camping donde estaban haciendo una ronda de presentación y como vi que éramos realmente muchos y no tenía ganas de estar toda la mañana ahí me fui con Agustina (la chica con la que veníamos en la camioneta y el autito) a caminar, porque su mamá estaba en la ronda y no quería que la chica estuviera sola fui yo a hacer de niñero.
Después de un rato me doy cuenta de que la estaba pasando bastante bien ahí, charlando con los chicos (porque después se sumó otro grupo de chicos, y otro, y resultó que terminamos siendo como diez pequeños saltamontes esperando hacer algo… lo que sea).
Y como el día avanzaba y estos feos seguían presentándose (y faltaba que se presenten unos veinte más) entonces pintó jugar unas escondidas.
Yo al final no jugué porque tenía sueño (y… me hicieron levantar a las nueve de la mañana el día que terminaba la escuela) y me quedé viéndolos jugar… mientras tanto hacia memoria de la última vez que jugué a un juego de ese estilo.
A mi memoria-colador llegó una imagen de 7° grado, unos tres años atrás, jugando a las escondidas… y para esa época nos sentíamos muy inmaduros jugando como “niños”… entonces me dije “a ver, Valka (porque yo me llamo Valka), vamos a divertirnos un rato que falta nunca hace”.
Entonces los chicos propusieron ir al rio a jugar. Y fuimos en fila india siendo chiquitito, chico, chico, alto-grande-y-fofo (yo) y las chicas.
Una vez en el río nos pusimos a tirarle piedras y a comer semillas de girasol (eso, Agustina y yo nomás). Al rato los chicos se aburren y se van por ahí, yo me quedo reflexionando sobre lo divertido de cuidar a los chicos…
Entonces me voy de ahí a ver a donde se habían ido (y claro, pensando sobre cuidarlos olvidé hacer lo propio…) y no los encontraba.
Con un dejo de “ma’ seh” me voy a ver lo que hablaban de Permacultura, y al rato me entra sueño otra vez (la charla no me atrapó y deambular solo no me atraía en ese momento).
Entonces decido irme para la cucha (habíamos alquilado por una noche o dos una casita rodante en un terreno muy bonito, con unos perros come-hombres que se llamaban Alondra y Dumas, y muchas hamacas (dos paraguayas, una silla flotante y esas que están hechas de cañas, que parecen jaulas de canario).
Pero no logre dar unos diez pasos del camping que me interceptó Agustina y me preguntó a donde me escapaba, a lo que se ofreció a acompañarme. Como tenía sueño pero no ganas de dormir (deseo de echarme más que nada) le dije que bueno… y ella hizo que me agache a ver algo en el suelo y cuando yo, ingenuo, me agacho, ella se sube a mi espalda y demanda ir cabalgando hasta la cucha.
Al final, como el boletín no puede tener tantas páginas y tengo para escribir un libro, la voy haciendo corta. Después de hacer que Agustina casi no pudiera dar quince pasos sin que yo la lleve los otros cien, me tiro en la cama (la de Agustina, ante lo que ella protestó enérgicamente) y me pongo a escuchar las cuatro estaciones de A. Vivaldi, repitiendo como veinte veces el Invierno (poderosísima obra, o como se llame la parte de una obra) y al rato llega la mamá de Agustina a buscarnos para ir al centro, a tomar un helado y pasear un poco antes de la cena.
Nada muy digno de comentar el centro del Bolsón… porque estuvimos ahí como veinte minutos nomás… tan sólo que tomamos un helado (yo de chocolate blanco, crema americana y granizado, Agustina de banana “granizada” (Split en realidad), granizado y dulce de leche granizado, bajo la teoría de que así come chocolate gratis).
Nos volvemos para la cena, disfrutamos de jugar a las escondidas con los chicos (los nombres de los chicos que me acuerde, Yo (el Nano), Agus (Agustín y Agustina), la Cata (Catalina), y el “Sáimon” (Simón) nos ponemos a jugar, a rodar por ahí y divertirnos. Después de cenar (aplauso para los cocineros), jugamos un poco más y nos vamos cada uno a su cucha, a lamernos las heridas.
Al día siguiente se repite la rutina, la rutina de jugar con los chicos y ver como los “grandes” hacían sus movidas. Nosotros jugábamos por el río, paseábamos y jugábamos.
Anécdota: estaba yo apaciblemente parado con la mente en blanco cuando las chicas agarran unas sogas que encontraron por ahí (¿?) y me intentan atar a un árbol, pero lo cómico es que no podían (yo solo contra las cinco o seis chicas que intentaban con todas sus fuerzas) y con toda mi calma le pido al Agustín que me lleve mi campera favorita (y la otra también) a donde las chicas nos las pudieran agarrar, sin dejar de caminar por ahí, arrastrando a seis chicas que chillaban e intentaban atarme los pies con una soga, arrastrarme al árbol y atarme con la otra.
 Después de cómo media hora o más, las chicas con mucho cansancio se rinden y los chicos me preguntaban porque me dejaba hacer eso, ante lo que contesto con franqueza “no sé”.
Jugamos un rato más; éramos como catorce o quince chicos, aunque esta vez no puedo dar nombres porque mi memoria-colador no da abasto (De hecho, sólo recuerdo el nombre de una chica que se llama Primavera, porque me paré a pensar en qué nombre copado era ése) y nos llaman a cenar.
Cuando terminamos salgo afuera a tomar aire (ustedes saben por qué: éramos veinte por metro cuadrado) y veo que de mis compañeros de juego solo hay seis despiertos, cuatro de los cuales se dormirían en breve.
Entonces me doy cuenta de que yo mismo tenía sueño (reloj biológico, viste? Se hacen las once y caigo seco) y me voy a dormir a la cucha.
Al día siguiente despierto un poco menos entumecido que la noche anterior y entre pitos y flautas (los pitos eran desayunar, las flautas eran esperar a que terminen de usar el baño, se vistieran y prepararan) nos vamos para el edificio donde cenamos y almorzamos los últimos días, ahí estaban los chicos y jugamos un rato más.
Después se hizo la hora de partir cada uno a su cosa (talleres, siestas, juegos y etc.) y medio como que todos nos desparramamos por ahí, y después los grandes hacen una ronda grande para contar sus experiencias sobre el campamento, opiniones y sugerencias.
Los chicos nos ponemos a contar historias, a comer manzanas (estaban buenísimas!!!!) y hamacar y ser hamacados por los otros, a treparnos a los árboles (ese fui yo, je) y de repente, a señal tácita, los chicos se juntan en un óvalo (alrededor de la hamaca, y la hamaca no es redonda, viste?) y el Agustín les pregunta que les gustó del campamento, y así, de improviso, entran a hacer una ronda como la de los adultos, pero en chiquito.
Recuerdo algunas opiniones de los chicos, como lo que dijo el Sáimon “a mí me gustó todo”, a Primavera que hablaba poco y bajito, pero que concordaba con el Sáimon y que le gustó el viaje de ida. Mi opinión? “A mí me gustó jugar con ustedes”. Y muchas otras más… Como no éramos tantos algunos daban dos o tres opiniones, en turnos de la ronda distintos.
Después noté que la ronda se iba acercando a Sandra, mi madre, y me voy en silencio para la ronda, busco un lugar debajo de un árbol y a la izquierda de un perro (que casi ronronea cuando le hice un mimito en la oreja) y espero tranquilo a mi turno, recibo el micrófono y les digo a ustedes, ahí y acá, que pasen más tiempo con los chicos.
Este pequeño escrito no describe muy bien como lo pasé con ellos, pero les puedo asegurar, con una mano en mi infancia y la otra en mi adolescencia, que es muy divertido y entretenido.
No les digo que pasen todo el día con ellos, pero dedíquenles un rato para jugar, para divertirse con ellos. No les digo que finjan ser jóvenes y ser niños un poco más altos y de más edad… les digo que sean niños un poco más altos y demás.
Si ustedes no sienten que son chicos jugando, ni siquiera se molesten en acercarse al niño, que lo van a molestar (nada más molesto que a uno lo desconcentren cuando está jugando a algo, o leyendo o escuchando música) y se van a sentir viejos e inútiles.
Saludos y sigan jugando, que bien lo vale. Valka
Álvaro Di Fini
16 años
San Martín de los Andes, Neuquén, Argentina

 

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