Crónicas de Vivencias » El Día que conocí a René Gerónimo Favaloro . Damián de PaulaÚltima actualización: 05/03/2017
EL DÍA QUE CONOCÍ A RENÉ GERÓNIMO FAVALORO Damián de Paula
“¿A dónde vas Damián?”, me preguntaba María Elena, mi querida madre. A ver al doctor Favaloro ma, es amigo de Juanchi Manganiello, le respondí, un cardiólogo amigo de nuestra familia. “Uy! este chico siempre raro”, le dijo mami a Rodolfo, mi admirado padre, que entre sorprendido y contento, mirándome unos segundos en silencio, frunciendo el ceño, acotó: “bueno, si a vos te gusta eso, está bien, y después me imagino que vas a salir con los amigos”. Corría el día sábado 16 de mayo de 1997, lluvioso, fresco, gris, nuestro país padecía a pleno el menemato. La pintoresca ciudad de Lobos, ubicada en la provincia de Buenos Aires, a 100 kilómetros de la Capital Federal, cuna de un destacado militar y político nacido en 1895, quien sería más tarde, tres veces presidente de Argentina. Este mismo pueblo, unos años antes, allá por 1874, escenario del último día de vida del gaucho popular Juan Moreira, hombre dotado de gran sensibilidad social ante las injusticias acaecidas, el cual estaba acompañado siempre por su fiel compañero, un caballo bayo, demostró ser un habilidoso domador, y a la vez, un distinguido folklorista, capaz de juntar multitudes en las pulperías para apreciar sus guitarreadas. El mismo, fue perseguido y asesinado por la policía bonaerense, en su versión del siglo XIX. El Teatro Parroquial de la ciudad se preparaba a sala llena para la disertación del Dr. René Favaloro. Al llegar, me encuentro con una mayoría de gente mayor, en general pacientes operados de cardiopatías, algunos portadores del by-pass, técnica quirúrgica de revascularización miocárdica, que el Dr. desarrolló en sus años de la Cleveland Clinic, en Ohio, por las décadas del 60 y 70, como así también familiares de los enfermos y no pocos curiosos. En eso, consigo un lugar a mitad de la cuarta fila del recinto, entre dos señoras, que emocionadas y de pie, aplauden la presentación del cardiocirujano. Escucho atentamente la exposición oral de un sujeto capaz de captar la atención de su audiencia, pasando revista sobre temas de preocupación a lo largo de su vida, el hambre, la desigualdad, la miseria de nuestro país y del mundo, la historia, la educación, y sobre todo un mensaje a los adolescentes sobre cómo despertarles los valores esenciales. Habla de utopías e indicadores epidemiológicos, explicando de forma amena y citando fuentes, mientras los espectadores lo escuchábamos atentamente. Como si fuera un cantante de élite, la gente le pide que siga, aplaudiéndolo cada vez más fuerte hasta finalmente ovacionarlo. Me inmiscuyo entre la muchedumbre amontonada por saludar al Dr. hasta que me coloco a centímetros de distancia de él, un ídolo ya consagrado para mí, lo miro con mis apenas 16 años de edad, me mira, pronto a cumplir sus 74, estiro mi mano, casi helado por estar frente a un grande y le digo: lo felicito Dr., “muchas gracias hijo” me responde, dejándome mudo, entre la palidez y el desconcierto, mientras doy paso a una anciana que viene llorando de alegría por estar con Rene, fundiéndose ambos en un fraternal abrazo. Un cimbronazo intelectual cayó sobre mí, “quiero que me recuerden como educador”, me había quedado resonando la frase que el Dr. repitió una y otra vez. A los dos días me fui a la Biblioteca Capponi, situada en el centro, sobre calle Cardoner, de la cual ya era socio, y le pido a Chiquita, la bibliotecaria, que ya nos conocíamos, porque ella era preceptora del Nacional. ¿Qué tenés del Dr. Favaloro?, paso a la sala de lectura y me encuentro con una extraordinaria literatura: cae en mis manos, “Recuerdos de un médico rural”. Una especie de autobiografía de la etapa que vivió e hizo crecer su espíritu humanista en Jacinto Arauz, La Pampa, atendiendo trabajadores rurales. Este libro me lo devoré en pocos días y seguí con “De la Pampa a los Estados Unidos”, país al que llegó con su mujer, unas valijas y del cual regresó años después a la Argentina como un médico consagrado internacionalmente. También me llevé a mi casa, a la semana siguiente, otra obra cumbre de Favaloro: “Don Pedro y la educación”, ¿quién será este hombre que admira el Dr.?, me pregunto, y avanzando en la lectura del mismo me abrazo a esta frase: “Si nuestra América no ha de ser sino una prolongación de Europa, si lo único que hacemos es ofrecer suelo nuevo a la explotación del hombre por el hombre (y por desgracia, ésa es hasta ahora nuestra única realidad), si no nos decidimos a que ésta sea la tierra de promisión para la humanidad cansada de buscarla en todos los climas, no tenemos justificación: sería preferible dejar desiertas nuestras altiplanicies y nuestras pampas si sólo hubieran de servir para que en ellas se multiplicaran los dolores humanos, no los dolores que nada alcanzará a evitar nunca, los que son hijos del amor y la muerte, sino los que la codicia y la soberbia infligen al débil y al hambriento”, escrita en el año 1925 por el profesor del Colegio Nacional La Plata, Pedro Henríquez Ureña. Otro distinguido y estimado por el Dr., es nada menos que el profesor del Nacional La Plata, Ezequiel Martínez Estrada, sí, el mismo autor que publica en 1933, “Radiografía de la pampa”. Esa visión amarga, desgarrada y profética de una realidad Argentina que incomoda al lector burgués. Y como quedándose corto con lo narrado, luego publica “La cabeza de Goliath”, contra la macrocefalia de Buenos Aires, en busca del desentrañamiento de grandes figuras locales como Sarmiento, Hernández o Hudson y extranjeros como Montaigne, Balzac y Nietzsche. La vida siguió, me encuentro viviendo en otra ciudad, La Plata, en el Barrio El Mondongo, el mismo donde el Dr. vivió y se crió en casa de ebanistas, a metros de allí, asomándome a la esquina, veo la cancha del lobo, su club de la juventud. Lo aprecié de lejos por última vez, a fines del 99 en la Fundación que lleva su nombre, fui a conocer esa monumental obra en la que operó, investigó e hizo docencia formando a miles de médicas y médicos. Pocos meses después, el 29 de julio del 2000, al no ser escuchado por el presidente De La Rúa, el cardiocirujano que se interesó por conocer y dar a conocer a San Martín, el prestigioso y renombrado Dr. Rene Gerónimo Favaloro, toma la decisión de suicidarse, por lo que al enterarme, me envuelve la tristeza, y una digna rabia corre sobre mí al leer su carta de despedida. Doce años pasaron de su muerte, y entro a trabajar, ya como médico, en la provincia docta, a un dispensario situado a ochocientos kilómetros de la ciudad natal, la de las diagonales, la del Dr. Me encuentro en un centro de salud que curiosamente fue bautizado como número 4 o Dr. René Favaloro. La digna rabia se convirtió inmediatamente en lucha, esfuerzo, perseverancia, humanismo y una entrega total a quienes acudieran en busca de atención, con fuerte impronta en la salud de las mujeres… Jesús María, 4 de marzo de 2017.
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