El sueño que acercó la vida
Se acostó tranquilo, parecía una noche más. Ángel se sentía cansado, aunque no había vivido circunstancias diferentes a las habituales.
El sueño demoraba en llegar, cuando de repente, un rayo de luz tenue entró por su ventana. Parecía provenir del sol pero era de noche; iluminó la habitación y allí estaba él, un joven alto, de ojos marrones, sonriéndole.
Ángel se asustó, pensó en salir raudo del lugar. Fue entonces que su visitante le habló cariñosamente:
“Me llamo Daniel y hace unos días decidí partir. Estaba feliz de hacerlo, pero ella no lo entendió así; quedó llorando sobre el cuerpo que yacía en esa cama. Intenté abrazarla, decirle que estaba bien, pero no escuchó. En ese momento nada más pude hacer.
Todos los días paso por su casa, la acompaño; a veces sonríe, pero la tristeza en su mirada es intensa.
Me hablaron de ti, que tienes un alma grande, el corazón abierto y la capacidad de escucharnos; por eso vine a pedirte un favor. “
Ángel, que no había alcanzado a huir, miraba con ojos tan grandes como la luna llena. Su corazón estaba a punto de escaparse de su pecho, pero sus pies temblorosos lo inmovilizaron. “¿Esto es real o estoy soñando?” -se preguntó- “Quizás he muerto y no me di cuenta".
Daniel entendió su sentir, le pidió que se calmara. “Sólo necesito que le cuentes a ella que hablaste conmigo. Dile que estoy bien y que sienta mi felicidad. Quizás no te crea; si así sucediera, recuérdale el día que me fui: atardecía y su pullover rojo le asentaba hermoso. En caso necesario, coméntale sobre la camisa verde que llevaba puesta y tanto me gustaba".
Dicho esto, la luz se fue.
Ángel continuaba sentado sobre su cama sin entender aún qué era verdad y qué no, ¡como si eso fuera lo importante!
Al amanecer recordó aquel extraño sueño.
Caminó despacio por las calles de aquel pueblo. De repente la encontró. Era la mujer del pullover rojo. Llevaba en su mano una foto, la de Daniel, el visitante de su sueño.
Dudo un instante, pero se acercó; ella lo miró como esperándolo.
Con voz tierna le contó su sueño, ella entendió. Lloraron juntos y en un abrazo sus corazones compartieron.
A su espalda Daniel sonrió, Ángel lo sintió. Lo quiso saludar y al girar lo vio volar.
MATIAS ANDRÉS CEPEDA MONSALVO