La Gacetilla Alegrémica » Nro. 280 -Huerta Agroecológica Urbana - 20/06/19
Última actualización: 19/06/2019
LA GACETILLAALEGRÉMICA
Publicación semanal difundiendo noticias y sentipensares que visibilizan y anuncian un Mundo Saludable con Alegremia y Amistosofía
20 de Junio de 2019
Nro. 280
HUERTA AGROECOLÓGICA URBANA
La vida de Carlos Briganti, el Reciclador, es de esas historias mínimas, dignas de un guión de cortometraje latinoamericano, o de un cuento rioplatense.
Un hombre de campo que se cría en Uruguay, trabaja la tierra y produce su propio alimento; y con ello adquiere saberes ancestrales y recuerdos olfativos. Un “ciudadano universal”, que se ve asfixiado por la falta de políticas públicas y el hostigamiento de un gobierno de facto, y a principios de los ochenta, como tantos otros y otras, se ve obligado a cruzar el Río de la Plata, y exiliarse en Buenos Aires, en busca de un futuro mejor.
Tras un impasse de 25 años lejos de la tierra, el chacarero se las ingenia para no alienarse en medio del caos urbano, ansía volver a sus raíces, “reinventarse” y alcanzar nuevos horizontes; para conectarse con esos saberes y compartirlos con la vocación de un maestro, sin guardarse nada. Y construye una huerta urbana de 60 metros cuadrados en la terraza del PH donde vive, en Chacarita.
Usa material reciclado que junta de la calle, y siembra: en una labor maratónica, el Reciclador carga en sus hombros bolsas con kilos y kilos de tierra negra, y las sube por esas escaleras zigzagueantes y laberínticas que dan a su terraza. Al igual que los baldes de pintura y las cubiertas de auto que hacen de maceteros, y los contenedores azules de 200 litros que usa para compostar y obtener humus de lombriz, de vital importancia si se quiere un suelo “bueno, nutrido y repleto de bacterias y microorganismos eficientes”.
Una huerta agroecológica y autosustentable, donde a los caracoles se los quita con las manos, y no con agrotóxicos y veneno. Un espacio “inclusivo”, donde “la plata no vale” y el capitalismo no funciona como tal, y las personas aprenden y son valoradas. Una huerta que “te mete el dedo en la llaga”; que “disputa los espacios de poder”, y “parece inocente pero no lo es”.
Por eso Carlos trabaja a “cama caliente” –produce todo el año-; y no duda en asociar y mezclar todo aquello que siembra en su huerta: acelga y albahaca, quinotos y lechugas, oréganos y zanahorias, remolachas y verdolagas, estevia y zapallo, ajíes y rabanitos. Tomates y berenjenas. Tabaco y moringa. Apio verde, de reciente cosecha, para una sabrosa sopa de verduras que, al acercarse el momento del almuerzo, envuelve el aire y nos cautiva con su aroma.
Entre sus hazañas, Carlos cuenta con gracia de cuando reprodujo un limonero de a codos, en un tacho de 20 litros. O de cómo logró cultivar un banano de hasta 4 metros de altura, apilando varios neumáticos. “Le demuestro a los vecinos que se puede producir alimento en un techo, en un balcón. Y que ese alimento es sano, seguro y soberano. Duermo abajo y pienso en la huerta. Vivo para la huerta, es como un laboratorio donde ensayo y experimento”, afirma.