Cuentos » Mi Vecinito - Rosana Correa AmanzoÚltima actualización: 30/09/2015
MI VECINITO Rosana Correa Amanzo Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Durante toda la mañana, estuvo pensando en cómo le daría la noticia a su sobrino. Cada vez que se detenía a pensar, se le llenaba de dolor el corazón. Pensar que hace algunos años atrás, cuatro para ser más exactos, ella lo había visto nacer. Ese día no bien terminaba de amanecer, su hermana, había empezado con los dolores de parto, muy bien recordaba, todo el sacrificio que había generado con su trabajo, hasta el último día. Solo cuando empezaron los dolores de parto ella había parado recién un poco. Esa hermana que había trabajado desde muy chica y hasta los últimos días antes de enfermarse. Desde muy temprano, apenas salía el sol en el horizonte, hasta que anochecía, ella se dedicaba a trabajar. Siempre se había admirado de cómo tomaba los trabajos, su hermana, algunos de ellos los había tomado como si fuera un hombre, ya casi no se acordaba pero su hermana, había ido de peón todos los días, qué otra cosa podía hacer?. Ahora más que nunca necesitaba trabajar siempre, ahora venía uno más a la familia y no se podía dar el lujo de quedarse, quizás si ella hubiera tenido marido su vida habría sido diferente, pero nunca se supo qué había pasado con el padre de su hijito. Así como un día apareció, también un día se fue, y ella no le tuvo miedo a nada. La tía miró nuevamente el reloj, no podía pensar en otra cosa, más que en su sobrino, pobrecito; él tan chiquito, cómo se tomará la noticia? Qué pasará por su cabecita? Cada vez que pensaba esto la angustia llenaba su corazón inquieto y acomodándose el pañolón lo miró tiernamente. El, Gabinito estaba tranquilo tirado en el piso de tierra, jugando con su carrito de madera. Esta vez llevaba puesto ese faldellincito, que la madre había mandado a cocer tan entusiasmada cuando tuvo la plata para comprar la bayeta. Esa chompita de color marrón que hace un año, la tía, había cambiado con un poco de maíz a su compadre que, ese jueves día de feria había bajado de la altura. Esas manchas que tenía justo en el medio del pecho se lo había hecho con coloradito, que su mamá había cocinado dos noches atrás. Ella sabía muy bien que a Gabinito le gustaba esa comida…..cuantas veces él había pedido suplicante con esa carita chaposa su comida preferida, otras veces había llorado pidiendo insistentemente el coloradito. De pronto dejó salir un suspiro largo porque los recuerdos le nublaban los ojos y como si quisiera librarse de una buena vez de esta angustia que le oprimía el pecho nuevamente los ojos se le llenaron de lágrimas. Pensaba que en unas horas más el sol se pondría en el horizonte y empezarían a llegar la gente. La casa se llenaría de los vecinos y amigos. Tengo que buscar mi chompa negra pensaba, al mismo tiempo que revolvía la sopa de fideos en la olla, esa que se había tiznado de negro por el hollín de la leña. Cada vez que aparecía un recuerdo en su mente, por unos minutos su alma descansaba de aquellas angustias que lo invadían. ¿Cómo olvidar a su hermana hilando la lana de oveja que cuidadosamente había lavado en el río y había hilado en su Pushca? Y cuando ese domingo la acompañó a la feria de Jauja a buscar la frazada para su camita. Ella que muchas veces se había molestado porque no paraba ni un momento, con qué emoción había tejido los roponcitos y había cocido los pañales de tela para cuando naciera Gabinito. Cada batita, había bordado lentamente, ilusionada de que su hijito pronto llegaría. Todas las tardes ordeñaba la única vaca que tenía y tostando su canchita se llenaba en su bolsa y se llevaba para su fiambre del día. Tenía que caminar mucho hasta Casa Cancha y aquella mañana como todos los días se había levantado bien temprano, no había esperado que cantara el gallo para levantarse. A ella no le gustaba irse a trabajar sin despedirse de su hijito, y ese día fue a su camita, lo arropo con su pañolón que le servia de frazada y vio que Gabinito dormía placidamente. Levanto su faldellincito del piso y sacudiendo un poco la tierra lo dejó al costado de su catre, y, miró nuevamente a la cara de su hijito. Le dio un beso y sintió el olorcito a sudor y comida, claro, todo el día se la pasaba jugando y corriendo de un lado para el otro con su pichicho negro. Fue a la cocina y su hermana ya estaba levantada, y vio que estaba tostando habas y cancha. Así, en silencio se miraron a los ojos y en ese silencio tan inmenso, ella sin decir una palabra, hablando solo con su mirada agradeció a su hermana por que se quedaba con su hijito. Que tenga un año más pensaba y ya me podrá acompañar de peón. Y desayunaron sin hablar, solo se escuchaba el ruido que hacían las bocas cada vez que masticaban las habas. El olor a la leche de vaca hervida, le hacía recordar a es infancia pasada allá a lo lejos. Pronto se hicieron las cinco de la mañana y ella acomodó su taza en ese tazón de plástico para lavarlo, y caminó hasta el corredor en busca del sombrero marrón, ese que por el uso y el pasaje del tiempo estaba perdiendo su color, el sudor y el agua de lluvia también habían ayudado a desteñirlo, no recuerda cómo llegó a tener ese sombrero, ella pensó que seguro había cambiado con algo de olluco o con papitas viejas…. Se manto su pañolón y se cargo su quipe, ese, que adentro de la manta había guardado su coquita para ir chacchando en el camino, un poco de tocra así su coca no sabría tan amarga, una botella de chicha de jora, su fiambre de papas sancochadas con un poco de ajicito. Se puso su mandil de cuadritos celestes que cuidadosamente había remendado el bolsillo, allí fue a parar un puñado de canchita para el camino y mirando atentamente el patio lleno de barro, salió de su casa. En su quipe había colocado su lampa, esa que usaba para cultivar la tierra. Todo este pensamiento entristeció a la tía, ella hubiera querido que como todas las tardes ver llegar a su hermana, cansada, por el trabajo pero contenta por ver nuevamente a su hijito. …” No puedo seguir así, se decía, como queriendo convencerse de algo, pronto llegarán y no sé cómo reaccionará el chico. Tengo que decirle rápido…cómo hacer para que no le duela, cómo haré de ahora en adelante cada vez que me pregunta por su mamita? Y las noches cuando llora….qué le diré para que se calme?.... Lloró todo lo que pudo, se secó las lágrimas de la cara con su mandil y se acomodo el gorro que llevaba puesto. Se limpió la nariz con sus manos ásperas de tocar el agua y la tierra. Dio un gran respiro, profundo, y largo tragando mucho aire para ahogar ese dolor y armarse de valor. Dejó la sopa en el fuego y se fue al corredor a llamar a su sobrino. El camino de la cocina al corredor le pareció tan largo, tan inmenso y mientras caminaba iba rezando a taita Paca para que no se le aflojen las piernas y para que le dé fuerzas, era lo que más necesitaba y de pronto se escucho, ¡ Gabinito!, ¡Gabinito, hijo! Ven papacito que quiero decirte algo! Y Gabinito dejando de jugar en la tierra miró a su tía detenidamente a los ojos. Gabinito, papacito, tengo que decirte que a tu mamita le agarró un rayo papito, allá en Casa Cancha ¡Hay, papacito, tu mamacita se ha muerto! Y la tía esperando que Gabinito se pusiera a llorar y a gritar por su mamita, espero, sentada en el piso, pero para sorpresa de ella, Gabinito reaccionó de otra manera. Gabinito se paró rápidamente del piso y agarrando con las manos su faldellincito, se puso a saltar cantando, ¡Ta tararí, ta tararí, comeré colorao! ¡Ta tararí, ta tararí, comeré colorao! El perrito negro al ver esto vino corriendo donde estaba su dueño y moviendo el rabo, pegó unos saltos a la vez que corría alrededor, como queriendo participar también del asunto.
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