Artículos Varios » Sobre la Esperanza y el Envejecer o la Esperanza del Devenir - Eugenio Gutiérrez ValpuestaÚltima actualización: 10/04/2017
SOBRE LA ESPERANZA Y EL ENVEJECER O LA ESPERANZA DEL DEVENIR
La sustancia del ser es el devenir Heráclito, siglo V a.C.
Las huellas del tiempo están en nuestro cuerpo; también están en nuestra psiquis, en nuestras emociones y pensamientos, en nuestros sueños; y, también, en los vínculos que construimos en la convivencia del día a día. Cotidianamente construimos nuestros cuerpos, nuestras ideas y nuestras esperanzas. De igual forma, sucede con nuestras instituciones y organizaciones. En estas últimas quedan huellas de nuestra historia, de la dictadura, del colonialismo, también quedan las marcas de algunos anhelos y proyectos inconclusos, en fin. Para muchos, al hablar sobre nuestra condición humana, hablamos de la relación indisoluble de lo individual, de lo social y de nuestra larga historia en el planeta[1]. Nos habitan y constituyen lo primordial, la vida y el devenir. Como viejos, al igual que en las otras edades, el tiempo nos hace “algo más” que lo que somos. Envejecer, en un sentido de tiempo, nos invita a la complejidad de sus múltiples huellas. Lo que hemos sido está en nosotros, no nos abandona. Como especie, a nosotros nos acompañan las transformaciones, desde lo más arcaico hasta lo más elaborado, así, a modo de ejemplo, sucede con nuestra condición filogenética: no sólo está lo más reciente, también está lo muy antiguo. Asimismo, en relación a nuestras sociedades y culturas, sus historias, sus mitos, la magia, sus memorias vivas u olvidadas. Y, así también, a nosotros nos acompañan las vivencias, nuestros pensamientos y las múltiples transformaciones en nuestras vidas personales. De este modo, no es extraño que, ya viejos, atesoremos de la infancia vivencias que recordamos en estado puro, tampoco es extraño que nos persigan las grandes interrogantes de la adolescencia y, tampoco, que nos acompañen los vestigios de algunos de sueños de nuestra adultez. Junto con aceptar que las transformaciones se encarnan en nosotros y, a su modo, en las cosas que nos rodean, es preciso preguntarnos por ese “algo más” que nos empuja en un movimiento que nos envuelve y que marca nuestro devenir. El llegar a ser de nuestras vidas individuales, de nuestra sociedad y de la naturaleza. Se trata del despliegue de nuestro ser. La esperanza y el misterio nos acarician en ese “algo más” que nos acompaña en lo que somos, es que el misterio y el asombro profundos nos constituyen de un modo silencioso, sin aspaviento. Tanto a quienes nos consumimos en el consumo, en la ostentación consumista que desprecia y en un ejercicio del poder que aplasta y aliena, como a quienes vivimos la pobreza, la mutilación y la desesperanza. Y, también, ese “algo más” nos acompaña a quienes sentimos la esperanza como una nueva manera de mirar y de mirarnos, y que empuja a una nueva manera de ser. Como personas, como viejos, al igual que como niños, jóvenes y adultos, somos algo más que lo que hemos sido. La vejez, como las otras edades, constituye un proceso que teniendo una base natural es también una construcción social, histórica y que tiene un devenir. Envejecer en el curso de la vida, en la convivencia, es curioso, porque de un modo impreciso hay un momento de asombro cuando los otros nos tratan como viejos. Claro, es la sorpresa que nos encuentra sin buscarla. Se envejece como se vive. Entre las muchas cosas que esto implica, a lo menos, detengámonos en cómo nos implican dos de ellas: i. en el compromiso con el mejoramiento de la calidad de nuestra convivencia y de las condiciones de vida de quienes vivimos esta sociedad, y, ii. en hacernos cargo del desafío principal en nuestra sociedad, en nuestra vida, este es “envejecer con sentido”. La longevidad es cada vez mayor, es cierto. Al nacer, en nuestro país hoy en día la esperanza de vida es de 80 años. Hace 100 años atrás era de 41 años, también al nacer. Hemos avanzado en relación a la plasticidad del plano biológico, pero ¿de qué sirve vivir más si no es una vida con sentido? El asunto es vivir teniendo la oportunidad de tener una convivencia saludable y ser activos y socialmente significativos. Es lo que se llama envejecimiento productivo. Este concepto es parte del nuevo paradigma llamado a superar el carácter edadista de nuestra cultura. Mirar y tratar de otra manera al envejecer y la vejez, a los viejos. Ese “algo más” que nos acompaña, es, en parte, la esperanza que está en nosotros, nos empuja y nos envuelve. Es la presencia, es decir, es parte de la manifestación. Esa realidad que vivimos y que nos hace tener sueños, nos hace ser amigos, leales, solidarios, y que, de alguna forma, nos inspira y modifica. Superar el carácter edadista es, entre otras cosas, poner como tema central a la complejidad de la contribución social de las personas, el cumplimiento de sus derechos y la satisfacción de sus necesidades. Es crear las condiciones para dar la oportunidad de una participación que sea significativa para las propias personas mayores y para la sociedad en la que vivimos. Podríamos reflexionar largo sobre cada uno de estos derechos. El derecho principal para las personas mayores es, como para todos, escoger, es decir, participar en la toma de decisiones en sus vidas, dónde y cuándo sea. Una pregunta como botón de muestra de que los tiempos han cambiado: ¿qué gano jubilándome? No es una pregunta menor para los que hoy en día se la hacen, y que hace más de un siglo era completamente impensable planteársela. Envejecer bien es participar y hacer cosas con sentido, ya sea realizando un trabajo pagado o no; ayudar porque a uno le nace ayudar; cuidar el entorno, apoyar a cercanos, atender a otros. En esta misma dirección, una nueva manera de ser y de convivir debiera consistir en actualizar el valor de la experiencia construyendo espacios de intercambio con las otras generaciones y dando forma a diversas iniciativas en conjunto. Abriendo oportunidades para que cada uno pueda cultivarse y desplegar sus potencialidades en la convivencia, esto es, ni más ni menos, para tratar de humanizar nuestra sociedad. En este último sentido, no obstante, hay algunas señales de reconocimiento de la contribución de las personas mayores en la sociedad y la cultura. Sin embargo, es mucho lo que hay que hacer para romper el peso de la discriminación por la actual mirada estereotipada que prevalece en nosotros y en nuestras vidas. Nuestro desafío es acercarnos al desarrollo de una conciencia integral, esto es que en nuestra conciencia personal se desarrolle también una conciencia social e histórica junto con una conciencia planetaria. En otras palabras, creo que se trata de contribuir en una conspiración fundamental que nace de un malestar en esta sociedad y el modo de vida actual, esto es, abrirle paso a la esperanza de un nuevo paradigma sociocultural. La esperanza que se instauren las suposiciones básicas que circulan en los márgenes de esta sociedad y que nos invitan a cuestionar y replantearnos respecto de: i) el individualismo que marca nuestro vínculo con el otro y con nosotros mismos; ii) el racionalismo mutilador del concepto que prevalece sobre el ser humano; iii) las prácticas y normativas que favorecen la expoliación de la naturaleza y que profundizan el desarraigo del ser humano; entre otros componentes. Es un malestar que nutre el rechazo y el cuestionamiento de las múltiples expresiones de autoritarismo en la vida cotidiana, así como de los conceptos profundamente economicistas relacionados al desarrollo humano y al progreso de la sociedad que hoy en día prevalecen entre nosotros. Dicho cuestionamiento nos orienta a que avancemos y cultivemos una nueva mirada y un modo de ser que privilegie, entre otros aspectos, la relación indisoluble entre el ser humano, la naturaleza y el cosmos; la profunda admiración por la complejidad y el misterio de la vida; la creciente valoración de lo multidimensional y lo integral de la condición de los seres vivos, y, como extensión de esto, la ineludible tarea por la sustentabilidad y el cuidado de nuestro planeta.
Eugenio Gutiérrez Valpuesta, Isla Negra, 1 de abril de 2017. [1] La triple realidad de la condición humana: individuos/sociedad/especie, de la que nos habla Edgar Morin. |
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