Artículos Varios » Vida Arbórea, Julio Monsalvo

Última actualización: 11/02/2011

 

VIDA ARBÓREA
 
Julio Monsalvo
 
 
 
 
Se nos mostró que nuestra vida
existe con la vida arbórea,
que nuestro bienestar depende
del bienestar de la vida vegetal…”
 
                                                                                             (De documento de los Ongwhehonwhe –
El pueblo genuino a las Naciones Unidas 1977)
 
Seguimos en sintonía
 
         Sí, seguimos en sintonía con las Jornadas de Medicina Agradable que INCUPO convocó en diciembre del año pasado.
         Con el documento anterior, el N° 40, se intentó aportar a esas Jornadas, algunos elementos para reflexionar sobre la Medicina Agradable y nuestro proyecto de Salud Popular.
         Seguimos en sintonía. En este mes de Enero del 95, tuve vivencias muy fuertes en relación con la vida arbórea. Sentí cuánto y cómo tiene que ver la vida arbórea con la salud integral y por lo tanto con la Medicina Agradable.
         Como de laguna manera ya lo expresara en el anterior documento, concibo a la Medicina Agradable como algo que va mucho más allá de técnicas. Técnicas apropiadas, eficaces y apropiables para integrar el proyecto de salud autogestionario.
         Siento que la Medicina Agradable es una proyección de un sentir y un pensar en búsqueda de la Felicidad Humana, una proyección que aporta a alcanzar la meta de una Salud Integral para todos.
         Esa salud integral cuyo perfil nos están enseñando las culturas populares y de una manera particularmente clara y profunda, las culturas indígenas.
         Siento que estoy aprendiendo que la vida arbórea tiene que ver con mi Salud Integral.
         Pero todo tiene su tiempo y su biorritmo. Aprender cosas y también desaprender otras, transcurren en u tiempo dado y con un biorritmo particular.
         Es por ello que quiero compartir estas vivencias con la conciencia de que surgen en una historia. Una historia que intento rescatar quizás en sus momentos más fuertes. Historia que quiero rescatar para mí mismo y también porque siento las fuerzas y las ganas de compartirla con ustedes.
 
PINCELAZOS DE HISTORIA
 
LA MORERA EN EL PATIO DE MI CASA
 
         Ahora me doy cuenta que era muy niño cuando me relacionaba intensamente con la morera que para mí se levantaba altísima en el patio de mi casa, en aquellos tiempos en un barrio periférico de la ciudad de Córdoba.
         Era tan niño que aún no había ido a la escuela y por lo tanto tenía toda esa formidable potencialidad que tienen los niños antes de ser llevados, como un insumo más a ese sistema de domesticación que es la educación formal.
         Más que recordar, re-vivencio las fascinantes aventuras que vivía con la morera. Dialogaba con la morera. Le hablaba y por supuesto la morera me contestaba. Me surgían ideas, me enseñaba maravillosos mapas dibujados en sus hojas. Me aconsejaba como hacer esas casas entre sus ramas con cajones de manzanas que no sé de donde los conseguía.
         Entre sus ramas estaba muy próximo a gorriones y colibríes. Las mariposas eran mis amigas. Sentía que la morera y yo vibrábamos juntos cuando abraza su tronco y sus tallos para trepar a sus alturas.
         El niño fue creciendo. La morera seguía allí. Un día el niño que ya no era tal se mudó a otra casa dejando la morera, quizá sin decirle nada pero seguramente que la miró. Muchos días después pasa por el mismo lugar justo cuando sacaban la morera porque las raíces levantaban los mosaicos de la galería.
         Hoy re-vivencio l dolor dentro mío de algo que se quebraba y que perdía.
 
 
EL OESTE CHAQUEÑO
 
         Largo paréntesis, medido en tiempos planetarios, para reencontrarme nuevamente con el árbol.
         Fue llegar al Oeste Chaqueño. La intencionalidad era encontrarme con el pueblo de la Etnia Toba.
         Recorriendo con ellos los montes nativos comencé a tener conciencia de una manera diferente de ver y de sentir el mudo. Descubrí que los árboles tienen espíritu. Fue un descubrimiento lento, diría suave.
         Este, para mí colosal descubrimiento, lo debo como las cosas más trascendentes e importantes de la vida, a las enseñanzas del pueblo Toba. A él mi gratitud. Gratitud que siempre manifestaré públicamente en toda oportunidad que se me presente.
         Percibí el “valor” del algarrobo. Y digo su “valor” y no el “precio” del algarrobo.
         En esto tomé consciencia del choque entre culturas con diferentes valores esenciales. Una de ellas que pone precio a todo, algarrobos incluidos. La otra cultura, la de los que siempre han estado en ese territorio, que valora todo, incluyendo a los algarrobos.
         La cultura dominante, la que pone “precio” a todo, obligaba a los miembros de la otra cultura que valoriza todo, justamente a destruir los montes nativos, en especial codiciando los algarrobos por el “buen precio” de su madera. Y a esta imposición la vi y la sentí con dolor (y aun siento el dolor).
 
 
 
EL DOCUMENTO DE LOS ONGWHEHONWHE
 
         Llega a mis manos el número 24 de la revista “Mutantia”, fechada “Primavera 1987”. Revista dirigida por Miguel Grinberg. En las páginas 14 a 21 se transcribe un documento presentado por la Confederación de las Seis Naciones Iroquesas de las organizaciones No gubernamentales de las Naciones Unidas, reunidas en Ginebra, Suiza en 1977.
         La confederación está conformada por los pueblos Mohawks, Oneidas, Onondagas, Cayugas, Senecas y Tascaroras, que desde siempre habitan en el noroeste del continente norte americano. El documento fue hecho llegar a Mutantia por la Nación Mohawks.
         Cuando leí por primera vez este documento, escribí para una publicación amiga que tenía la sensación de encontrarme ante un mensaje Revelador. Cada vez que lo re leo experimento el mismo sentimiento.
         Estos pueblos se dirigen con un mensaje de advertencia al mundo occidental, porque este mundo occidental “ha vivenciado muy poco respeto por las cosas que crea y sostiene a la vida”.
         La confederación asume este compromiso con la autoridad que sienten por haber “existido en esta tierra desde el comienzo de la memoria humana”.
 
Transcribo algunos párrafos iniciando el Mensaje:
 
“Recordamos las instrucciones originales de los Creadores de la Vida
en este lugar que llamamos Etenoha: Madre Tierra. Somos los guardianes
espirituales de este lugar. Somos los Ongwhehonwhe – El pueblo Genuino”.
“En el comienzo nos fue dicho que los seres humanos que caminan sobre la
Tierra han sido provistos con todas las cosas necesarias para la vida. Se nos
instruyó para portar amor del uno al otro, y para demostrar un gran respeto
por todos los seres de esta tierra”.
“Se nos mostró que nuestra vida existe con la vida arbórea, que nuestro bien-
estar depende del bienestar de la vida vegetal, que somos parientes cercanos
de los seres de cuatro patas”.
“En nuestras maneras, la conciencia espiritual es la forma política más elevada”.
 
         ¡Vaya que tienen razón los Ongwhehonwhe! Desde fines del siglo pasado al presente son más de cuarenta millones de hectáreas de monte nativo que han sucumbido en la región chaqueña.
         En la provincia de Misiones, desde 1956 a 1983 se talaron 1.200.000 hectáreas de selva. Seis veces más que lo talado desde 1914 (fecha del primer inventario), hasta 1956.
         Actualmente se estima que, en promedio, se están talando por día 2.050 hectáreas de bosques en la Argentina.
¡Cuánta pérdida!
         Se pierden los árboles y con ellos plantas alimenticias y plantas medicinales.
         Se destruyen los hogares naturales de decenas de especies animales y éstas van también perdiéndose.
 
Y el suelo muere.
 
¡Vaya que tiene razón los Ongwhehonwhe!
 
¡La vida arbórea tiene que ver con nuestras propias vidas!
 
         Y en esta historia que voy compartiendo, puede ser que con la lectura y relectura de este mensaje es cuando voy sintiendo que es mi propia vida la que tiene que ver con la vida arbórea.
 
 
UN ENCUENTRO FASCINANTE
 
         Y me llega una carta personal. La llamo por lo que comparte conmigo “Un encuentro fascinante”.
         Debo respetar la identidad de la autora pero siento que su contenido no me pertenece con exclusividad:
 
Era viernes 12 de octubre. Estaba con las compañeras de mi grupo de la Escuela de Salud Pública. Considerábamos el informe más reciente de la UNICEF que nos señala la muerte de unos 40.000 niños por día antes de cumplir su primer año de vida. Eso es lo que ocurre en el mundo. En mi país mueren unos 50 cada día. Me fui movilizada.
A la mañana siguiente siento el impulso de caminar. Tomo un ómnibus y bajo en cualquier parte. Camino y camino. Al fin me recuesto a la sombra que me regala un viejo algarrobo.
Sin experimentar sorpresa alguna, como algo natural, siento que el algarrobo me habla:
_ ¡Que bueno que hayas venido! ¡Tenía tantas ganas de charlar con alguien que sepa escucharme! Y yo se que tú sabes escuchar a los árboles.
Toco el tronco del viejo algarrobo. Esta tibio. De entre sus cortezas brotan grandes lágrimas.
         _Ayer fue 12 de octubre, _continua diciéndome_ algunos festejaron lo que ellos llaman la llegada de la “civilización” a estas tierras. Para otros fue un día del cinco veces ya centenario, duelo de la masacre más grande que hubo en la historia de ustedes, los seres humanos… Pero dime, quiero preguntarte algo, ¿quién se acuerda de nuestra masacre?
Su pregunta me anonada. No atino a responder. El algarrobo me sigue hablando:
         _ Estamos juntos en el Norte, junto a los Tobas y a los Wichís. Les estamos dando comida, trecho, calor y sombra. Pero el blanco nos está matando a todos juntos y nadie hace caso a nuestro dolor… también es salud que se acuerden de nosotros… ¿Te enseñan en la Escuela de Salud Pública?.
         _ No… no, para nada_ le contesto sorprendida _ no me lo enseñan. Pero ¿sabes una cosa? lo estamos aprendiendo juntos con la gente de la “salita” del barrio. Mira, esa gente humilde está pensando en ustedes. Están tristes de ver como los matan. Y… ¿sabes? En estos días van a plantar muchos algarrobitos… no sé, verás, como dice la gente del INCUPO: “Juntos Podemos”.
Mi mano se apoya en tibio tronco y limpio sus lágrimas.
Le sigo contando:
         _ Mueren 40.000 niños por día, ¿lo sabías? Se mueren los aborígenes, los árboles, los mares… mueren porque los están matando. Los mata esa “civilización”… Pero tengamos esperanzas, viejo Amigo Algarrobo! Pasan cosas, cosas muy pequeñas como las que hacen esa gente del barrio al plantar algarrobitos. Son como chispazos de alegría en nuestro planeta. ¡Son signos de vida! Tengamos esperanza, alegrías, entusiasmo. ¿Te unes Algarrobo Amigo a nuestro proyecto común de amor a la vida, de solidaridad, de ternura? Mira que… “Juntos Podemos”.
Lo dejo allí, lo llevo en mi corazón. Su sabia me ha nutrido de energías. Ya nada es igual. Camino sobre un arco iris que desde el mar me da la bienvenida.
 
 
 
 
EL 1er ENCUENTRO NACIONAL DE PLANTAS MEDICINALES
 
       Las compañeras y los compañeros del CETAAR convocan al primer Encuentro Nacional de Plantas Medicinales para octubre de 1991.
         La “juego” de “comunicador popular aficionado” y grabador en mano realizo algunas entrevistas con la idea de traerlas para el Equipo de Comunicación de INCUPO.
         Entrevisto a Zulma, Rosa y Beatriz. Ellas constituyen el grupo “Las Hormigas”. Trabajaban con yuyos medicinales en José C. Paz, en la provincia de Buenos Aires.
_ ¡“Siiii”…!, exclaman al unísono, “nosotras amamos a las plantas!”
 
         Y así se va tejiendo esta historia, mi historia, aprendiendo de, manera directa y muy fuerte lo que el amor a las plantas.
         Zulma, Rosa y Beatriz expresan cosas como estas que en estos instantes vuelvo a escuchar de sus propias voces registradas en la cinta que aún conservo:
 
_ “a las plantas hay que tratarlas con cariño. No arrancarlas de un tirón, o darles un hachazo o cortarlas con un cuchillo, pues esto es una forma de agredirlas!”.
_ “Las plantas son iguales a nosotros, si nos tratan mal reaccionamos mal. Con las plantas es igual”.
_ “Le digo a la planta: permiso, necesito un servicio tuyo, tomaré unas hojitas para remedio…”
_ “Le pedimos permiso y sacamos lo que necesitamos sin sacar las semillas porque tiene que seguir la vida”.
_ “Es como si fuéramos nosotras: nosotras reproducimos”.
_ “Que la gente aprenda, que usen las plantas pero que no abusen para que no desaparezcan las plantas”.
_ “Que no se permita a la gente que deprede, que los corran, porque hay gente que depreda árboles, platas y flores, que no se permita.”
_ “Que se trate a las plantas con cariño, con amor. Nosotras amamos a las plantas”.
 
         En este mismo encuentro, desde el ángulo de lo científico, me impacta la potencia de Haydee Verettoni, investigadora de la Universidad del Sur.
         La doctora Verettoni presenta fotografías “Kirliam”, que determinan la naturaleza de la energía subatómica y protoplasmática que se desprenden de la plantas.
         Cada planta tiene una calidad distinta de vibraciones que actúan sobre el campo energético de otro ser vivo, sea este vegetal, animal o humano.
         La Dra. Verettoni sostiene que si los circuitos por donde circulan nuestra energía son bloqueados, se produce un desequilibrio emocional que, si perdura, se manifiesta en una enfermedad.
         “Las vibraciones de energía de las plantas medicinales, actuarían disminuyendo ese desequilibrio, hasta recuperar y establecer nuevamente la armonía de las vibraciones. Esta sería la forma física de la acción de las plantas, que acompañaría al efecto químico fisiológico de sus componentes”.
         Este aporte sencillamente me resulta iluminador: el saber científico, el saber de los libros va confluyendo con el saber sabio, ancestral, con el saber de aquellos que recuerdan las “instrucciones originales de los creadores de la vida”.
 
VOCES QUE SE ESCUCHAN Y SE QUEDAN
 
         Hay voces que se escuchan y así ya se quedan para siempre.
Y en esta historia que se va tejiendo en relación con la vida arbórea, están voces, voces que se escucharon y están, aquí están.
 
Algunas de ellas:
 
Licenciado Carlos Quiroga Blanco
 
Presidente del Consejo Municipal de Cochabamba, Bolivia, por el 90 nos decía en el curso Iberoamericano de Municipio y Medio ambiente, que debíamos sacar conclusiones de la cosmovisión del hombre andino.
Una de ellas es que “la población humana es un elemento del territorio, es parte del paisaje y del medio ambiente”.
Nos decía, en su lúcida disertación que “es en relación a la tierra que el hombre se resitúa. Por ello se la llama Pachamama, Madre tierra”.
“Las relaciones con la tierra no son solamente de explotación objetiva. Antes de sembrar, se estila quemar incienso con hierbas silvestres… El agua purifica la tierra, agua de lluvia o del río. La tierra no puede ser fuente de vida sin ser fecundada por el agua… Una multitud de hierbas son utilizadas con fines medicinales. Al igual que existen ramajes destinados a cubrir el techo de las habitaciones. La tierra mojada mezclada con paja sirve para la elaboración de adobes”.
 
Dirigente campesino en San José del Boquerón
 
         Estábamos en el IV° Encuentro de Salud en el Salado Norte (Santiago del Estero). Se debatía como conseguir limón para preparar remedios para los males de garganta.
         Alguien recuerda las bondades de la “sombra de toro”, abundante en la zona. Y de allí la reflexión de nuestro compañero dirigente campesino:
_ “Los remedios naturales son los mejores, pero son mejores cuando los sacamos de las plantas que están donde nosotros vivimos… porque se alimentan del mismo suelo que nosotros pisamos, tienen la fuerza del mismo aire y de la misma lluvia que nosotros recibimos”.
 
 
Doña Santa en Fortín Olmos
 
         Y no puedo dejar de mencionar entre las voces que se han quedado, la de Doña Santa, cuando en el encuentro de salud, en Fortín Olmos, nos deleitó con una lección de vida. Voz que la mencioné extensamente en un documento anterior. Nos decía que a los yuyos los hizo Dios, que son seres vivos, que tenemos que tratarlos bien, hablarles, pedirles permiso si vamos a tomar algo de él para curar… “acostarnos cuando el sol se va a descansar y levantarnos cuando el sol se levanta. Despertarnos y agradecer que estemos vivos. Abrazar el árbol”.
 
Sí, son voces que construyen esta historia, voces que se han escuchado y que siguen escuchándose.
 
 
¡COMO ME DUELEN ESAS MONTAÑAS DE CHIPS!
 
         Por el noventa llegamos por primera vez a Puerto Montt. María y yo nos asombramos al observar en el puerto inmensas montañas de astillas. Las llaman “chips”. Montañas de una altura equivalente a un edificio de dos pisos o más y de unos cuatrocientos metros de extensión.
         Un continuo ir y venir de enormes camiones, que se los veía muy pequeños allí arriba, descargando chips.
         Chips producto de una tala atroz de árboles de toda edad, troncos milenarios y troncos jóvenes.
         Un permanente ir y venir de enormes barcos de bandera japonesa llenando sus bodegas de chips, con destino a la fabricación de papel.
          Y así año tras año, en posteriores visitas a Puerto Montt, observábamos que las montañas estaban allí, siempre igualmente enormes, siempre los camiones depositando su terrible carga.
         Nos decían los vecinos que las leyes “estaban muy bien amarradas” y que “hay para rato” este asunto de talar.
         Si a las montañas de altillas siempre la vemos iguales, lo que no vemos igual son los alrededores. La deforestación es a ojos visto. Los bosques que veíamos en la Isla Grande de Chiloé por el 90, ya a los dos años estaban muy disminuidos y ahora directamente son pampas.
         Es penoso ver las montañas de tronco en aserraderos que proliferan a los costados de las rutas, esperando ser destrozados y convertidos en chips. Se dice que en cinco años Chile ha exportado nada menos que ocho millones de toneladas de chips al Japón.
         Y esto se traduce en un cambio total en el paisaje. Los bosques de Chiloé, los bosques de los alrededores del lago Llanquihue y zonas vecinas ya no están. La tierra presenta un cuadro desolador con troncos mutilados.
Visitando Cucao, costa occidental de la isla grande de Chiloé, en enero del 94, conocemos al “Lonko” de la comunidad Huilliche de esa zona, a Don Roberto Panichini Márquez.
         Roberto nos cuenta, en presencia de su esposa Ofelia y de algunos de sus hijos, mientras rema en el lago Cucao, que los Lonkos de toda la isla están llevando una gran lucha contra la Golden Spring Forestal Chile Cía. Ltada.
         Es que esa empresa no solo ha comprado 23.000 de hectáreas para su explotación sino que también está construyendo caminos, aparentemente sin las autorizaciones correspondientes, talando árboles, de las comunidades hulliches del lugar.
         Lo volvemos a ver en enero de este año 95 y nos cuenta que la lucha continúa.
         En toda la conversación fluye un gran respeto por la naturaleza y despliega una asombrosa sabiduría de cómo tratan a los árboles, incluso la utilización de los troncos de los árboles que ya dejaron de ser por su edad.
         El asesinato de árboles no solo es en el sur Chileno. La Trillium Corporation (una empresa norteamericana) ya ha adquirido 30.000 hectáreas de bosques nativos en la Isla de Tierra del Fuego para explotación maderera. Por supuesto con el criterio de “precio” de las maderas y no de su “valor”.
¡Como me duelen esas montañas de chips!
         Siento algo parecido a cuando vi que sacaban la morera del patio de lo que fue mi casa paterna.
 
 
 
EL DOLOR DEL CIELO AZUL QUE VIAJABA
 
         Tenía más que ilusiones conocer el Río Uruguay. Era una necesidad interior muy fuerte.
“El Uruguay no es un río,
Es un cielo azul que viaja…”
 
         La voz de Jorge Cafrune cantando estos versos también se había quedado en mí.
         Con un grupo de queridas amigas y amigos decidimos los saltos de Moconá.
Anhelaba ver ese “cielo azul que Viaja”.
         Llegamos a El Soberbio, provincia de Misiones, y me dí con un río color terroso. Viejos lugareños nos contaron: el río Uruguay era muy azul hace veinte años.
Pero…
         Pero comenzó la deforestación en territorio brasileño para cultivar la soja. Monocultivo que produjo gran erosión. Las lluvias arrastran los suelos dando al Uruguay otro color. Y arrastran también los agroquímicos y ya no hay más peces en la zona. Dicen que hasta muchos kilómetros aguas abajo no se encuentran peces.
         Y así es. Recorrimos kilómetros y kilómetros con un paisaje de cultivo de soja. El parque nacional Yucumá (así se llama en Brasil al Moconá) conserva hectáreas de bosques. Hace veinte años parece que esa extensión era así y el Río Uruguay era aun azul… y tenía peces.
         Me deleité y me maravillé con esos únicos saltos del Moconá. Un tajo longitudinal de más de dos kilómetros. Maravilloso. Con la alegría de gozar de esos saltos convivía el dolor del cielo Azul que ya no viaja.
Y el dolor por los peces que ya no están.
 
         El poeta vio ese azul y se inspiró. Jorge Cafrune lo cantaba con su inolvidable voz. Yo no alcancé a verlo. Mis hijos y mis nietos tampoco.
         ¿Cuántas manifestaciones de la vida estamos destruyendo y negándolas a las generaciones futuras? ¡Cuanta razón tienen en su documento los Ongwhehonwhe!... “nuestro bienestar depende del bienestar de la vida vegetal…”
 
 
LAS VIVENCIAS DE ENERO DEL 95
 
         Y así tejiendo la historia, llegamos a la vivencia de Enero del 95. que también van formando parte de la historia que continúa como continúa la vida misma.
 
         El escenario geográfico son dos islas: La isla de Llancahue y la isla de de los Ciervos, ambas en el Golfo de Ancud. Hacia el oeste vamos a encontrar el Archipiélago de Chiloé.
 
La isla de Llancahue está a unos 45 minutos de lancha desde Hornopiren y para llegar a ella se bordea la isla de los Ciervos.
         La comuna de Hornopiren se encuentra a la altura de lo que seria el límite entre nuestras provincias de Río Negro y Chubut (entre El Bolsón y El Maitén)
 
         Las vivencia que intento compartir se expresa en los párrafos siguientes que procuran ser una síntesis de instantes que he querido atrapar en apuntes borroneados durante mi estar en las islas.
 
 
LOS SILENCIOS DE LLANCAHUÉ
 
         Pareciera que todos los habitantes humanos de esta Isla de Llancahue no se levantan muy temprano. Camino rodeado de árboles nativos: arrayanes, ciruelillos, mañíos, tepas y decenas de especies más que no las se identificar.
         Encuentro una piedra que me invita a sentarme y que será mi amiga durante mis nueve mañanas de Llancahue.
         Contemplo flores silvestres. La calma de este mar interior me invade tiñendo mis protoplasmas con un azul profundo. El cielo presenta un trasparente celeste que afirma mi paz interior. Frente a mí, mar de por medio, el verdor de las montañas de la isla de los Ciervos; un verdor tapizado con pequeñas, traviesas y delicada nubecitas.
         Aves de todo tipo juguetean. Ellas ya están despiertas y expresan su alegría con trinos y creando increíbles coreografías en sus danzas en el escenario aéreo.
         Y el silencio. ¡Cómo valoro el silencio! Me inclino feliz y con asombrada reverencia ante el tremendo silencio que me envuelve.
         Pienso que debo estar en una porción de una naturaleza que quizás se asemeje a la Naturaleza Pura, aún no contaminada, que en algún lugar de este planeta aún pueda existir.
 
         Como nunca, me siento consubstanciado con la naturaleza.
El silencio trae a mi memoria un pensamiento que cita Galeano en un artículo:
 
“Las únicas palabras que
tienen derecho a existir,
son aquellas
que son mejores que el silencio”.
 
         Galeano cuenta que su maestro Juan Carlos Onetti a menudo recordaba este pensamiento que Onetti atribuía a la sabiduría china, aunque Galeano nunca supo si era verdad que era chino.
 
         En mis caminatas matutinas descubro que aún está en un sendero la rama quebrada de un joven arrayán. La encontré el año pasado con sus flores blancas. Y aún está! ¡Con flores! Me emociona este testimonio de vida. Una vida que no se entrega y que responde dando sus flores y sus aromas.
         Otra vez sentado en mi piedra amiga. Desde esta altura contemplo el mecer arrullador del mar. El silencio, Silencio total, me deleita. El silencio me enseña a escuchar el suave aleteo de un pequeño pajarito. El silencio me lleva a comprender el diálogo entre dos bandurrias. Una de ellas muy vistosa, se decide y va hacia la rama en donde se encuentra la otra. Fantaseo un romance. Voy percibiendo, el silencio me lo enseña, una mayor diversidad de cantos. ¡El silencio me enseña los sonidos de la naturaleza!
         Siento en mis espaldas una suave caricia que me estremece y me enternece. Son los primeros rayos de sol que llegan justo a esta piedra y se extiende por una franja hacia el bosque. Las flores responden con sus luces rojas, rojizas, bordó, naranjadas, blancas, azulinas, sobre el telón de indescriptibles matices y tonalidades de verdes de helechos, de árboles, de arbustos, de enredaderas, de musgos, de pastos.
         El sol va pintando tan maravillosos como cambiantes cuadros. Y siento que los pinta para mí. Me los apropio.
         Hacia mi derecha puedo divisar la cordillera continental. Los picos siempre nevados de los volcanes resaltan su blancura.
         Sobre el tenue tapiz celeste, nubes algodonosas van tomando múltiples formas, adornada con un ribete plateado regalado por este Supremo Pintor.
         Los troncos y los tallos jóvenes junto con sus ramas y hojas, construyen con sus luces y sus sombras una danza que me está diciendo, con toda su elocuencia, que la vida Arbórea está, está aquí presente en este mismo instante.
         Desde mi piedra amiga se desliza hacia el mar una pendiente tapizada de árboles nativos.
         Por primera vez reparo en medio de dos helechos un tan viejo como enorme tronco caído. ¿Un árbol muerto? ¡No! La naturaleza está trabajando en este santuario del silencio. El viejo tronco está lleno de vida. Ya está cubierto de musgos, de líquenes y de pequeños helechos. Dos matas, una de ellas con un colorido de la gama de los ocres, se yerguen vigorosas hundiendo sus raíces en el viejo tronco que les está dando sus elementos vitales para que la vida no cese.
         Estoy trepando. Ya superé una franja de pasturas. La mano humana la ha desmontado para crear ovejas según dicen. He penetrado en un bosquecillo de arrayanes nativos. Hago un alto. Ya el sol ilumina todo. El cielo con azul limpísimo. Aroma de flores silvestres.
         Escucho el mecer de del mar acariciando sus costas. Toco los troncos de los arrayanes y percibo que recibo energías.
         Sigo la trepada. Ya estoy en la cima de este cerro. Ahora sentado sobre una raíz.
         A mi lado el tronco de un árbol asesinado por la voluntad humana. Tronco cubierto de musgos y sobre él brotando un arbolillo.
         Tronco cubierto de musgos y como testimonio fuerte y feliz de la Vida pletórica de alegría, una fuente de pequeñas y rojas flores que triunfan sobre la muerte asesina.
         En las alturas, el silencio es más grande. El mar, a lo lejos, refleja como un inmenso espejo los dos cerros de una isla vecina, la isla Lingua, con sus cerros que asemejan los senos de una mujer como un símbolo también de vida.
         Acaricio el suave musgo que recubre el tronco de lo que fue un magnífico árbol, y, ¡Soy yo quien recibe su caricia!
 
 
 
 
EN UN TEMPLO DE LA NATURALEZA
 
         Ya nos habían contado que la isla de los Ciervos era “propiedad privada”. Desde la lancha que nos llevaba y traía desde Hornopiren a Llancahue, admirábamos a lo largo de sus 10 kilómetros esas montañas cubiertas con un continuo manto vegetal. En el perfil de sus cimas lográbamos visualizar las siluetas de majestuosos árboles.
         Teníamos muchos deseos de conocerla y no sabíamos cómo era posible. Al llegar en este Enero a Llancahue, nos encontramos con dos simpatiquísimas hermanas religiosas. Sor Cecilia, de vacaciones por primera vez en sus cuarenta años de trabajar como educadora, disfrutando de los baños en las termas que brotan del mar, frente a las costas de Llancahue.
         La joven hermana Mariana, de grandes y vivaces ojos, derrochando inteligencia en todas sus manifestaciones, acompañaba a Cecilia y era a su vez acompañada por su papá, Don Pedro.
         Don Pedro ha apoyado siempre a su hija Mariana; tanto cuando decidió consagrarse como religiosa, como en su tan hermoso como difícil y riesgoso trabajo actual en una de las “poblaciones” periféricas de Santiago de Chile.
         Las hermanas habían contactado con Don Alonso, el Señor contratado por Giorgio Gambarini, el propietario de la isla de los Ciervos, y nos invitan a acompañarlas en un paseo por esa isla que tanto deseábamos conocer.
         Alonso y “Patito” (Patricio), su joven hijo de 17 años son los únicos habitantes permanente de la isla. Alonso nos cuenta que ha trabajado en distintos puertos chilenos, desde Punta arenas hasta Valparaíso, y que desde hace casi cuatro años está radicado en la isla: isla de los Ciervos que hace 56 años lo vio nacer. Don Alonso nos lleva hasta la caleta en donde se levantaba la casa paterna (casa que ya no está más) y que fuera su mismo lugar de nacimiento.
         Alonso nos cuenta que Don Giorgio vive en Italia y una vez por año visita su isla acompañado por familiares. Giorgio quiere mantener la isla sin contaminación. No admite ningún motor ni combustible. Su casa y la casa de Alonso son provistas de agua por un sistema de desniveles.
        Nos cuentan de ríos y arroyos y de lagunas en los altos de la isla.
        Todos los árboles son nativos. Giorgio acepta visitas con la condición que se respete la naturaleza.
        En un corto paseo podemos apreciar mañíos, ciruelillos, arrayanes, tepas y un espeso bosque que se proyecta en las montañas.
        Desde un cerro podemos apreciar ese mar interior que se introduce entre las montañas formando fiordos regalándonos una sinfonía de colores en los que destaca el intenso azul del mar y los incontables matices de verdes de las montañas y de la cordillera continental con sus volcanes nevados.
        Tenemos la sensación de estar en un lugar esencialmente distinto y coordinamos una nueva visita, ya de todo un día, para “pasado mañana”.
        Desde un cerro de la isla de los Ciervos se divisan islas vecinas, el continente con sus volcanes y los fiordos.
        Y el “pasado mañana” se “hoy”. Alonso y “Patito” nos introducen en el bosque nativo. El sendero es angosto. Ha sido construido a machete y se debe recurrir a él para avanzar.
        Y el templo de la naturaleza se hace realidad. Enormes árboles levantan sus columnas para sostener una cúpula continua de ramas que de tanto en tanto se abren dándonos manchones celestes del cielo y hojas que se mueven con las luces y las sombras del sol.
        Cascadas de copihues con un intensísimo rojo nos ilumina con destellos de vida.
        El templo se aromatiza con la ofrenda de los perfumes de flores silvestres que asoman entre los musgos como entre ramas y troncos adornando el santuario con imágenes de vida misma.
        Y otra vez el silencio. Silencio que nos enseña a gozar de la sinfonía coral de cantos y arrullos de aves y de arroyos que se deslizan fecundando la tierra.
        Y el suelo. Tomo consciencia de que el suelo está vivo. La elasticidad de ese suelo tapizado de musgos, de líquenes, de hojas y de pétalos me invita a compartir sus vibraciones y esas vibraciones vitales me hacen intuir que apenas estoy en los inicios de comprender el diálogo de los pueblos indígenas con la Mamá Tierra.
        De repente me encuentro con dos enorme árboles, dos columnas formidables de este templo, que comparten la misma raíz. Quedo absorto por algo que nunca había visto. Me detengo anonadado. Patito viene detrás de mí y sonríe ante mi actitud y me dice:
_ “¿Ve? ¡Comparten la misma raíz! Para mí, aquí bajo el suelo, ¡todas las raíces están compartidas!”
 
        Su comentario me impacta y me lleva a sentir la universalidad, que todos tenemos que ver con todos, que todo está vivo, y otra vez que “nuestra vida existe con la vida arbórea”.
        Continuamos subiendo, trepando, bajando cerros todos cubiertos con esta vida Arbórea. En este templo de la Naturaleza se perciben en la majestuosidad del silencio, cada vez las vibraciones de la Vida.
        Llegamos a una de las tantas lagunas de la Isla. A ésta la han bautizado con el nombre de “Marta”.
        El agua es transparente y fría.
        Al frente nuestro se levantan por muchos metros por encima de todo el bosque, el follaje de dos hermosos y milenarios alerces.
        Quizá tengan una altura de alrededor de cincuenta metros.
        Y dicen que estos dos tienen una edad de unos tres mil años.
        En silencio y compenetrados por el silencio maestro, bordeamos los pantanos de la laguna y llegamos a tocar los alerces.
        ¡Tocarlos! ¡Abrazarlos!
        Quedarnos allí, en contacto con ellos queriendo abrir todos nuestros circuitos energéticos para recibir sus energías y sus mensajes vitales que vienen desde la eternidad.
        La vida está en ebullición y nos sentimos partícipes de esta vida Total y Plena.
        Nos cuentan que hay bosques de alerces en esta isla; alerces aun más grandes y más antiguas que los que conocimos.
        Y en un entorno de tanta agresividad contra la vida, donde el ecocidio se manifiesta brutalmente en las montañas de chips, este templo de la naturaleza nos parece milagroso.
        Y espontáneamente se eleva la plegaria para que sea preservado y que sean preservadas todas las vidas arbóreas que aún nos quedan para que puedan ser re-creadas y así, la vida continúe…
 
III – CONTINUAMOS EN SINTONIA
 
        Sí, continuamos en sintonía. Las vivencias de Enero del 95 ya están en la historia que venimos compartiendo.
        Tuve la vivencia de que la vida Arbórea tiene que ver con mi Salud Integral.
        Quizá se asemejó a las vivencias de niño en mis diálogos con la morera del patio de mi casa.
        ¿Cómo incorporar el diálogo con la vida arbórea en la cotidianeidad?
        El niño que dialogaba con la morera dejó de ser sabio cuando lo llevaron a la escuela.
        El hombre de hoy vivencia algo similar estando en unas islas dejándose enseñar por los silencios que lo guían por los sonidos de la naturaleza.
        Pero ya no están más en esas islas.
        Decía que concebía a la medicina Agradable como una proyección de un sentir y de un pensar distinto.
        ¿En qué distinto?
        Quizás la distinción tenga que ver con la búsqueda de la felicidad valorando y no “poniendo precios”.
        Y en esto está la propuesta y el desafío de saber aprehender las “pistas” que la vida misma nos da.
        Otto nos contaba en la instancia de capacitación institucional del porqué en su finca en Andresito (Misiones) se decidió por la agricultura orgánica. No se tala un solo árbol y se cultiva debajo de los mismos. El título del video que nos dejó sintetiza, creo, su actividad vital: “Vivir, ¡Y dejar vivir!”.
 
        No puedo dejar de pensar y compartir las reflexiones que Ana Clara Burdet me decía en una carta: “Pobres, sucios y feos es un concepto que nos metieron, que hemos incorporado pero no es real. Me niego a que ser pobres signifique no tener flores o que la mugre nos tape. Me estoy preguntando si el desarrollo del gusto estético no sería una buena estrategia, más efectiva que la “educación sanitaria” para que la basura se entierre o se la utilice para composta. La fealdad y la suciedad nos empobrece espiritualmente y nos dejamos estar”.
(Ana Clara Burdet, médica pediatra de Formosa, nos acompañó en uno de los cursos de habilidades para la educación popular y trabajo en el desarrollo de la atención primaria.
Falleció muy joven en 1993)
       
        Nos cuenta Manfred Max-Neef:
        “Yo he vivido e comunidades indígenas, con otras culturas y a mí me ha impresionado mucho encontrar incluso en zonas muy boscosas como las zonas selváticas, que esas culturas, cuando precisan cortar un árbol, primero hacen una ceremonia y piden perdón y le explican exactamente por qué lo van a cortar y cuál va a ser el fin y la utilidad que va a tener. Vale decir cuál es su nuevo destino.
        “Es una relación totalmente alejado de lo codicioso, de la explotación por el lucro”.
        “Yo no digo que nosotros tengamos que hacer eso es nuestro mundo con cada árbol, pero sí que haya una actitud de aprender a respetar ciertas cosas que tienen un valor superior en sí mismas, porque son verdaderas maravillas”.
 
 
        Seguimos en sintonía y sigue flotando la pregunta: ¿Cómo incorporar el diálogo con la vida arbórea en nuestra cotidianeidad?
 
        Sigamos con otras pistas:
       
“”Y nosotros
Nosotros, nosotros…
Nosotros, hombrecitos,
Nosotros, guaraníes…
Nosotros no fuimos hechos
Para vendedores de árboles…
Y los señores
Ellos sí,
Que por un arbolito
Ya están peleando.
 
(Pa’i Antonio; Misiones)
 
         En 1855, el jefe Seatlle escribía al presidente de los EEUU respondiendo a su oferta de comprarles las tierras del Noroeste:
 
“¿Cómo podéis comprar el cielo, el calor de la tierra?
Esta idea nos parece extraña. No somos dueños de la frescura del aire ni del centello del agua.
¿Cómo podrías comprarnos a nosotros?
Lo decimos oportunamente. Habéis de saber que cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo.
Cada hoja resplandeciente, cada playa arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido son sagrados en la memoria y la experiencia de mi pueblo.
Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que afecta a la tierra, afecta a los hijos de la tierra.
Cuando los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos.
Esto lo sabemos: la tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra.
El hombre no ha tejido la red de la vida: es solo una hebra de ella. Todo lo que haga a la red se lo hará a si mismo. Lo que ocurre a la tierra ocurrirá a los hijos de la tierra.
Lo sabemos. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia.”
 
         ¿No es un milagro esperanzador que una carta escrita por un jefe indígena, jefe de un pueblo ya sojuzgado e invadido, llegue a nosotros, habiendo pasado 140 años?
 
         Estamos en el Note Argentino. Montes arrasados, montes destrozados, suelos yertos. Pero aún tenemos suelos nativos, aún tenemos árboles y tenemos la voluntad de defenderlos y de re-crear la vida de los suelos y rescatar la vida arbórea.
 
         Quizás podamos también como algo más que hace a la salud integral, el afecto que nos podemos dar con las plantas, recibir sus energías, curarnos preservar nuestra salud y también tener más salud.
         Como decíamos, la Medicina Agradable es algo más que técnicas, es proyección de un sentir y de un pensar hacia la Salud Integral, y desde ese sentir y desde ese pensar, quizás podamos incorporar también a la Medicina Agradable, la relación dialógica con la vida arbórea.
 
 
Documento elaborado por el autor cuando trabajaba en el Instituto de Cultura Popular, febrero 1995
 

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